De acuerdo con los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en el año 2019 fallecieron por influenza y neumonía 31,081 personas; ese año, los homicidios cobraron la vida de 36,661 víctimas. En el 2020, las defunciones por influenza y neumonía sumaron, en el contexto de la pandemia, 58,037 vidas (86.7% más que el año previo); los homicidios sumaron, en ese mismo año, 36,773 víctimas. El último dato del que dispone el INEGI, es el de 2021, año en el que se registraron 54,601 defunciones por influenza y neumonía; por homicidios hubo 35,700 decesos.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
A esas cifras deben añadirse las provocadas por bronquitis, enfisema y asma, y las pulmonares obstructivas crónicas (EPOC), las cuales se relacionan comúnmente con infecciones respiratorias agudas, que se combinan con otros factores de riesgo, como el abuso en el consumo de tabaco o la exposición prolongada al humo de cocinas donde el combustible es la leña o el petróleo. Así, en 2019 hubo 28,276 defunciones por este grupo de enfermedades; en el 2020 hubo 26,939 y en el 2021, un total de 22,707.
De acuerdo con las y los expertos, este tipo de defunciones son altamente prevenibles y evitables, puede dependen sobre todo de determinantes sociales de la salud; y entre ellos está la falta de prevención.
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Si algo debimos haber aprendido en la pandemia es que el uso del cubrebocas definitivamente sí es un factor relevante en la prevención no solo de la COVID19, sino también de otras infecciones respiratorias agudas. Que su uso en espacios cerrados es lo más recomendable y que usarlo cuando se tienen síntomas es una práctica de responsabilidad personal con el cuidado de los otros.
En un país en el que, según los datos del CONEVAL, al menos el 8.3% de los hogares, es decir, alrededor de 3 millones, las personas viven en condiciones de hacinamiento, en el que el transporte público es insuficiente y las aglomeraciones que ahí se presentan implican el contacto directo de las personas; y en el que la concentración en eventos públicos, en plazas comerciales; y en lugares de recreación es masiva, el Sector Salud debería, a estas alturas, estar volcado con una intensa campaña reforzando la invitación a usar el cubrebocas como mecanismo de protección y cuidado.
El uso de geles antibacteriales no es el mejor mecanismo de protección para la COVID, pero sí para eliminar virus que causan otras enfermedades. Y por ello, debería haberse avanzado hacia la promoción masiva de estos productos y garantizar su disponibilidad en lugares altamente concurridos, además de que la regulación debe avanzar hacia la elaboración de productos que no sean contaminantes en sus componentes, pero también en sus envases.
Hasta ahora tenemos poca evidencia de que el Sector Salud esté mejorando sustantivamente. La disponibilidad de medicamentos sigue siendo un problema, y en general, la capacidad de atención, retraso de citas y el diferimiento de estudios clínicos está provocando el agravamiento de muchos padecimientos que podrían controlarse. Esto ha llevada a que prácticamente la mitad de la población acuda a consultorios de farmacias y con ello incurrir en la sobre medicación o, en el peor de los casos, a la automedicación, incrementado la resistencia viral y bacteriana a los antibióticos y antivirales.
A todo lo anterior debe añadirse el severo problema de contaminación del aire que vivimos en las ciudades. De acuerdo con los datos del documento Perspectivas Económicas de América Latina, 2022, de la CEPAL, prácticamente la totalidad de la población nacional está expuesta a niveles de contaminación del aire que implican riesgos para la salud humana. Lo más grave es que mientras que en 2021 la población expuesta a partículas PM2.5 fue de 95.4%, en el 2022 el porcentaje creció a 99.5%.
No hay excusas, las opciones son viables tanto social como económicamente. La decisión de avanzar hacia una gran campaña nacional de prevención es de las autoridades gubernamentales en todos los niveles. Y en eso, urge marcar la diferencia.
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