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Inmerso en la pandemia de la covid-19, este año, en ninguna parte del mundo los trabajadores pueden salir a las calles para celebrar su día. De hecho, desde el triunfo del neoliberalismo, hace más de veinte años, esta fiesta venía perdiendo fuerza, a pesar de que la victoria de Lula en 2002 renovó las esperanzas de días mejores. Sin embargo, los últimos cinco años sido de sufrimiento: los derechos se han erosionado, mientras el desempleo por su parte ha aumentado.
El golpe final ha sido la precariedad del trabajo y el vaciamiento de los sindicatos. Una vez que termine la pandemia, quedará una crisis económica (caída de la producción) y financiera (quiebras económicas, y falta de inversión), que habrá que atravesar. ¿Cómo será la vida para aquellos que sólo viven de lo que producen con su trabajo?
Es demasiado temprano para esbozar el escenario que se avecina, pero seguramente el mundo será bastante diferente de lo que era hasta ahora. La crisis económico-financiera, agravada por el clima de guerra entre las potencias emergentes y las decadentes, traerá un nuevo modo de producción y consumo capaz de renovar el capitalismo [http://fepolitica.org.br/tag/capitalismo], probablemente basado en la planificación estatal a través de la tecnología de la información (como está sucediendo en China). En este capitalismo de quinta generación, las clases trabajadoras serán los grandes perdedores, y sus derechos difícilmente estarán garantizados… ¡Nada de optimismo!
Sin embargo, este escenario ignora lo que la Tierra está preparando para la especie homo sapiens / demens y que ha tenido en la actual pandemia una señal de advertencia: la catástrofe climática y ambiental. El modo de producción y consumo capitalista no puede hacer nada ante ella, porque para él lo que cuenta son las empresas, las personas jurídicas, y no las personas reales, con carne, hueso y espíritu.
Su impulso de supervivencia intensificará el uso de todos los instrumentos de la tecnociencia más avanzada, pero ni siquiera podrá doblegar la voluntad de la Tierra para deshacerse del mal que nuestra especie le está haciendo.
Ante esta catástrofe, que ya está en el horizonte, podemos imaginar dos posibilidades opuestas y extremas: (a) mantener el proceso económico actual, impulsado por el espejismo del crecimiento sin fin, o (b) operar una verdadera conversión de la humanidad hacia una civilización planetaria, respetuoso de los Derechos de la Tierra y de toda la Comunidad de la Vida. Lo primero significaría dar aún más fuerza al mercado y a las empresas, aunque eso implique la reducción de la especie humana a un pequeño número de personas que vivan en burbujas tecnológicas.
Lo segundo implicaría un retorno a la vida frugal, con la que una economía basada en la cooperación, la solidaridad y la reciprocidad, aseguraría lo necesario para la vida, sin exceder los límites de los recursos ecológicos renovables en cada territorio. Para aquellos que viven de ingresos de capital, esto es impensable. Pero para las clases trabajadoras, esta economía que sólo garantiza lo necesario, es parte de su experiencia: no tienen que ser ricos para ser felices.
Alimentar, en la práctica diaria, la experiencia de solidaridad, de cooperación, poner todo en común, y preparar el proceso de expropiación privada de los medios de producción, es el desafío que enfrentan los hombres y las mujeres para salir de la crisis en el camino de la vida.
Agradecemos al Dr. Boff y a Koinonía la autorización para reproducir sus artículos. http://www.servicioskoinonia.org/
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