Protágoras de Abdera, uno de los más prominentes sofistas del siglo V a.C., es conocido principalmente por su relativismo epistemológico, sintetizado en su famosa máxima: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Aunque su obra no ha llegado a nosotros en su totalidad, los fragmentos que han sobrevivido y las referencias en autores como Platón, Aristóteles y Sexto Empírico, permiten una aproximación relativamente confiable a los contenidos de mayor profundidad en su pensamiento.
Escrito por: Saúl Arellano
Uno de los aspectos menos explorados pero igualmente fascinantes de Protágoras es su concepción de la belleza y la estética, un tema que, aunque no tratado de manera sistemática en sus escritos, está implícito en su relativismo.
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La frase más célebre de Protágoras, “El hombre es la medida de todas las cosas”, implica que no existe una verdad objetiva y mucho menos con validez universal en asuntos humanos, y que todo es subjetivo, incluyendo el concepto de belleza. Este enfoque relativista también se refleja en cuestiones estéticas. Para Protágoras, lo que es bello para una persona puede no serlo para otra, y ninguna de estas percepciones puede considerarse con mayor validez respecto de ninguna otra. Este punto de vista contrasta notablemente con las ideas de belleza de Platón, quien defendía la existencia de formas ideales, donde la belleza es una cualidad objetiva que reside en una forma abstracta y perfecta, accesible solo a través de la razón.
Según el testimonio de Sexto Empírico, Protágoras afirmaba que “cada percepción es verdadera para quien la tiene” (Sexto Empírico, Contra los matemáticos). Esta afirmación también puede aplicarse al campo de la estética: cada percepción de lo bello es igualmente válida para quien la experimenta. En este sentido, no existe un criterio universal para la belleza, lo que sitúa a Protágoras en oposición a la estética objetiva de los pitagóricos y de otros filósofos presocráticos que buscaban principios matemáticos en la armonía y proporción de la belleza.
Este relativismo también puede observarse en las interpretaciones modernas de Protágoras. Según Schiappa (2003), “Protágoras rechazaba la idea de que los estándares estéticos pudieran ser impuestos externamente a la experiencia humana, sosteniendo que las normas de belleza dependían enteramente de los individuos y sus contextos culturales” (p. 45).
Una de las características esenciales del pensamiento sofista, incluido el de Protágoras, es su énfasis en la nomos (convención) frente a la physis (naturaleza). En el ámbito estético, esto significa que lo que se considera bello o estéticamente valioso es una cuestión de convención social y no de principios naturales o universales; menos aún de una existencia metafísica que diera consistencia al mundo de lo material en la tierra. Esta visión se alinea con el relativismo ético y epistemológico que caracteriza a los sofistas en general, y que tiene en Protágoras uno de sus exponentes más destacados.
Este enfoque convencionalista de la belleza es esencial para entender cómo Protágoras concibe las diferencias entre culturas y sociedades. Para él, lo que una cultura considera bello es el resultado de sus tradiciones, costumbres y valores compartidos. No existe, por tanto, un criterio único que determine lo bello en todas las culturas, sino que cada sociedad establece sus propios cánones estéticos. En este sentido, Protágoras anticipa una forma de relativismo cultural que será retomada por autores modernos como Franz Boas en el campo de la antropología.
La importancia de la convención en la estética de Protágoras también ha sido resaltada por filósofos contemporáneos. Según Kerferd (1981), “La belleza, en la visión de Protágoras, está tan sujeta a los acuerdos humanos como cualquier otra noción moral o política. Es el resultado de un consenso tácito entre los miembros de una sociedad, y no de una característica intrínseca de los objetos” (p. 98).
Otro aspecto crucial del pensamiento de Protágoras es su enfoque en la paideia o educación. Como sofista, Protágoras defendía que el conocimiento, incluyendo el conocimiento estético, podía ser enseñado. Para él, la habilidad para apreciar la belleza era en parte innata, pero también podía cultivarse a través de la enseñanza y la persuasión. Este punto de vista resuena en su afirmación de que “hacer que lo peor parezca mejor” es una habilidad valiosa, lo que subraya su interés en el poder de la retórica y la persuasión.
Desde la perspectiva de Protágoras, la belleza no solo reside en el objeto estético, sino también en la capacidad del orador o artista para presentar ese objeto de manera que sea percibido como bello. En este sentido, la estética es también una cuestión de habilidad retórica. Protágoras, al igual que otros sofistas, valoraba la capacidad para influir en las percepciones humanas, lo que significa que lo bello puede crearse o al menos enmarcarse a través de la palabra y el discurso.
Como señala Gagarin (2002), “Protágoras veía la educación estética no solo como la adquisición de conocimiento sobre lo bello, sino como el desarrollo de la habilidad para persuadir a los demás sobre qué es bello, lo que refleja su enfoque general en la importancia de la retórica” (p. 72).
Si bien Protágoras compartía con otros sofistas una visión relativista del mundo, su enfoque en la estética lo distingue de figuras como Gorgias o Hipias. Mientras que Gorgias, en su famoso Encomio de Helena, explora el poder de la palabra para provocar emociones estéticas, su enfoque es más dramatúrgico y menos sistemático que el de Protágoras, quien veía la estética como un campo más amplio donde la convención y la persuasión juegan un papel fundamental. Por otro lado, Hipias, conocido por sus estudios sobre proporción y simetría, tenía una visión más cercana a los pitagóricos, con un énfasis en las matemáticas y la armonía, lo que lo aleja del relativismo pragmático de Protágoras.
Las ideas de Protágoras sobre la belleza y la estética representan una extensión de su relativismo epistemológico y su enfoque en la nomos. Para Protágoras, la belleza no es una cualidad objetiva, sino una percepción subjetiva moldeada por la convención social y la habilidad retórica. Aunque su enfoque relativista lo separa de los filósofos que buscaban principios universales de belleza, su insistencia en la importancia de la persuasión y la convención ha influido en muchos pensadores posteriores, particularmente en aquellos interesados en la relación entre estética, cultura y lenguaje.
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