México es, de acuerdo con la CONABIO, el primer lugar mundial en presencia de especies mamíferas marinas; el segundo en mamíferos terrestres; y está entre los cinco más megadiversos en peces marinos, reptiles, aves, plantas e insectos. Debido a nuestra geografía, y particularmente nuestra orografía, tenemos prácticamente todos los ecosistemas del mundo, y también prácticamente todos los climas que hay en el orbe
Esa, y mucha más información de la mayor relevancia para el país, se encuentra compilada en el proyecto Capital Natural de México, el cual es reconocido a nivel mundial como uno de los más completos “atlas” relativos a la biodiversidad presente en cualquier país, y constituye una invaluable fuente de información para la toma de decisiones en política pública.
La Organización de las Naciones Unidas define a la Biodiversidad como sigue: “La biodiversidad, o diversidad biológica, es la variedad de formas de vida en la Tierra. Comprende todas las cosas vivas con su estructura genética particular y abarca desde los virus microscópicos hasta los animales más grandes del planeta, tales como la ballena azul. Incluye pequeñas algas, plantas enormes como la secuoya gigante, así como extensos paisajes formados por una gran variedad de ecosistemas. Los seres humanos son, también, una parte integral de la biodiversidad”.
En ese sentido, es pertinente destacar que en su Encíclica Laudato Sí, el Obispo de Roma, Jorge Mario Bergoglio, sostiene: “Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura”.
No podemos sustraernos de la responsabilidad que implica el cuidado de la casa común, como le llama Bergoglio a nuestro mundo; y es que el tema es mayúsculo pues, como lo señaló desde el año 2000 el Premio Nobel Paul Krutzen, nos encontramos literalmente en la era del Antropoceno: una nueva era de extinciones masivas provocadas por la intervención deliberada del hombre en los ecosistemas y su funcionamiento natural a lo largo de decenas de miles de años.
Frente a ello, un filósofo como Leonardo Boff ha propuesto avanzar hacia la construcción del “Ecoceno”, una era en la que la preocupación central de las sociedades se encuentre en la conservación de los ecosistemas y de las múltiples formas de vida en nuestro pequeño y frágil mundo.
Propone además, asumir como imperativo categórico cambiar nuestra relación con la naturaleza y con la tierra, pues debemos dejar de verla como una vitrina que nos pertenece y de la cual podemos extraer, lo que queramos, en el momento en que así lo dispongamos.
Por ello es relevante que el día 5 de junio, se haya promulgado la nueva Ley General de Desarrollo Forestal Sustentable, la cual abroga el texto del año 2003. La actualización de este ordenamiento establece los nuevos ejes rectores en la materia; y ahora el reto, para quien gane la Presidencia de la República, será avanzar decididamente en su adecuada implementación.
La estabilidad climática y la supervivencia de las especies es producto siempre de frágiles equilibrios; por ello, más allá de escenarios sensacionalistas, la erupción del Volcán de Fuego en Guatemala y del Volcán Kilauea en Hawái, deben recordarnos que aproximadamente hace 75 mil años, la erupción del Volcán en Toba redujo a la especie humana a cerca de solo 10 mil individuos, y entre ellos, alrededor de sólo mil parejas con capacidad para reproducirse.
Estamos ante la posibilidad de cambiar el curso dramático del daño que le hemos causado a la naturaleza, y de enrutarnos hacia un nuevo estilo de desarrollo. Es posible cambiar, los humanos lo hacemos casi siempre cuando nos encontramos al límite; y en materia climática y de bio-conservación, es justo allí donde estamos.
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