Escribo este texto al amparo del derecho que me da el artículo 8º de nuestra Constitución, de dirigirme a Usted, doctor Hugo López-Gatell como una autoridad del gobierno mexicano, ante quien un ciudadano común y corriente plantea una petición, dirigida además con el propósito de garantizar para todas y todos lo que establece el artículo 4º, también de nuestra Carta Magna. A
Por Saúl Arellano. Síguelo en twitter: @saularellano
La petición es simple: que así como se implementó en nuestro país la llamada “Jornada Nacional de Sana Distancia”, se implemente ahora una “jornada nacional de la solidaridad con los otros”. Ésta consiste en una cosa muy sencilla: que Usted, sin ambages, convoque decidida y contundentemente a todas y todos en nuestro país, a utilizar todo el tiempo el cubrebocas o las mascarillas.
Sé que ante esto Usted argumentará, como lo ha hecho en sus conferencias vespertinas, que no es un “enemigo del cubrebocas”; que ha recomendado su uso como un auxiliar en la prevención; que no se opone a su uso, aunque no es la principal medida en la que confía porque podría “generar una falsa sensación de seguridad” en quien lo usa, y un largo etcétera de argumentos que se han planteado en esa conferencia.
A pesar de lo anterior, es mi percepción, pero también -y eso puede afirmarse con base en las encuestas que se han elaborado en la materia-, la percepción de millones de personas que pensamos que su comunicación en este tema particular ha sido errática, confusa y en ocasiones hasta contradictoria.
Hay planteamientos en sus argumentos que resultan cuestionables. Y espero no abusar de las analogías, pero piense, por favor por un momento, en un sexólogo que recomendara a las personas no usar siempre el condón como método para prevenir enfermedades de transmisión sexual, porque su mal uso puede llevar a que se rompa, y ello exponer a mayores riesgos a quienes lo utilizan. Desde esa perspectiva, usar el condón podría generar una sensación de falsa seguridad, y provocar brotes epidémicos de, por ejemplo, sífilis o VIH.
Este argumento le parecería a Usted, y cualquier persona con buen uso de razón, a cuestionar el argumento del sexólogo y diría firmemente que no, que está equivocado y que siempre será preferible usar el condón que no utilizarlo en las relaciones sexuales, particularmente con personas que no son nuestra pareja exclusiva.
Otro de sus argumentos principales para negarse a recomendar determinantemente el uso generalizado del cubrebocas, se encuentra en que, según sus dichos, no existe evidencia científica concluyente para sostener que el cubrebocas es un auxiliar 100% efectivo para prevenir contagios.
Sin embargo, en este argumento hay un problema lógico mayor. Parece que Usted, y perdóneme si me equivoco, es de los científicos que asumen plena e indubitablemente el principio de causalidad. Es decir, que todo efecto tiene como antecedente necesario a una causa.
Pero le invito respetuosamente a que se dé un tiempo y piense, por ejemplo, sólo por un momento, en un filósofo escéptico como Hume. Él sostenía que la relación de causalidad es un mero invento, un recurso psicológico construido por la costumbre.
Usted es una persona eminentísima en el saber y no tengo qué explicarle lo anterior; pero hay personas que me hacen el favor de leerme que quizá ni estén familiarizadas con este tipo de problemas epistemológicos; es por ellas que daré este rodeo, sin dejar de dirigirme respetuosamente a Usted.
Imaginemos, decía yo, por un momento, una mesa de billar: vemos que la bola 2 se mueve en el momento en que la bola 1 le impacta; y que a su vez, la bola 1 se mueve en el momento en que le impactamos con el “taco del billar”. En este ejemplo, una mente ordinaria tendería a pensar que el golpe del taco a la bola 1 es la causa que produce el efecto de su movimiento, y que su impacto en la bola dos es la causa que genera el efecto de su movimiento.
Pero la causa es algo que no vemos; y más aún, esa causa, como necesidad material, objetiva y lógica no es tal; es decir, el efecto no se encuentra esencial y necesariamente contenido de forma perfecta en una “causa que le origina”. Pensar así, diría Hume, es un resabio metafísico que es imprescindible erradicar.
Claro que Hume tuvo a sus críticos, el más importante fue nada menos que Kant. Pero ese ejemplo nos sirve para pensar que quizá la estricta causalidad que usted exige para recomendar el uso generalizado del cubrebocas podría relajarse y ponerse en tensión a fin de llevar un ejercicio contra fáctico.
Piénselo por favor de este modo, doctor López-Gatell: si usted recomienda decididamente el uso del cubrebocas e impulsa la jornada nacional de la solidaridad con nuestras y nuestros semejantes, va a ganar en cualquier escenario.
Me explico: la afirmación que he leído de varias epidemiólogas y epidemiólogos -igual de eminentes y reputados como Usted-, es que el uso generalizado del cubrebocas -además del lavado constante de manos y el distanciamiento social-, durante al menos seis semanas, permitiría detener de manera significativa la tasa de contagios y, por lo tanto, de defunciones por la COVID19.
Frente a esta recomendación hay al menos tres posibilidades: que la pandemia se reduzca de manera significativa y notable; que la pandemia en México siga con la misma tendencia que tiene; e incluso, que la pandemia incremente su ritmo, por el efecto indeseado mencionado arriba del mal uso y la falsa o excesiva sensación de seguridad que puede dar el cubrebocas.
Insisto, en cualquiera de las tres posibilidades Usted gana, pues, si se confirma que la pandemia sigue con la tendencia inercial, o que la pandemia crece, Usted podrá mostrar a sus críticos y a quienes recomendaban esta medida, que tenía absoluta razón.
Si por el contrario, la pandemia se reduce de manera significativa y determinante, Usted también gana, pues como médico, científico y más aún, como funcionario, habrá conseguido, -quizá aún contra sus propias ideas-, un resultado positivo y altamente deseado y deseable para el país: detener una enfermedad que ha cobrado la vida ya de casi 56 mil personas.
Imagine Usted, doctor López-Gatell, que ocurriera este último escenario; ¿no estaría satisfecho como mexicano? ¿No estallaría de júbilo al saber que se evitaron miles de decesos en nuestro país?
Usted se ha presentado públicamente como un lector y declamador de poesía; así que seguramente conoce el poema de Las Bacantes de Eurípides, del gran Hölderlin; en éste se encuentran estos versos:
El sepulcro de la madre veo, de aquella que fue en el fulgor,
allá, junto a las casas y las ruinas de las salas
humeantes, donde ahora vive la flama del fuego divino,
la eterna violencia de Hera contra mi madre.
Pienso también que podría ser de su interés estos otros versos del gran poeta chileno, Raúl Zurita:
“Un país de desaparecidos naufraga en el desierto. La
proa de los paisajes muertos naufraga hundiéndose
como la noche en las piedras. El sol ilumina abajo una
mancha negra en el medio del día. En la distancia
parecería una sola mancha, pero es un barco
sepultándose a pleno sol con su noche en los
pedregales del desierto. Si ellos callan las piedras
hablarán”.
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Yo no soy epidemiólogo; y por lo tanto, no podría afirmar de ninguna manera que tengo elementos para afirmar que tan eminente doctor está equivocado; pero sí puedo pensar, y es legítimo hacerlo, que podría estarlo.
Así que reitero la pregunta del título de este texto: ¿Qué le cuesta, doctor López-Gatell? ¿Qué le cuesta?
Frase clave: Doctor López-Gatell
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