Saúl Arellano

Que sí protesten, pero que por favor lo hagan bonito…

Una de las reacciones más lamentables y cuestionables frente a las movilizaciones y protestas del movimiento de los feminismos en México (y también en otros países) es la que cuestiona la legitimidad de las formas en cómo se llevan a cabo. Los argumentos desde los que se descalifica a la protestas son tan absurdos como insostenibles.


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Uno de los más recurrentes es que las mujeres no deben protestar de forma violenta, cuando lo que están exigiendo es que se termine la violencia en su contra. “No se apaga el fuego con el fuego”, “no se combate la violencia con más violencia”, “piden paz y hacen la guerra”, y otras sandeces sinsentido.

Lo endeble de este argumento es que parte de un supuesto cuestionable: que toda las expresiones de aparente violencia tienen la misma naturaleza y grado. Desde esta perspectiva, quienes sostienen afirmaciones como las citadas, parten de la hipótesis de que la agresión de un violador o un feminicida es equiparable en naturaleza a la “violencia” de las mujeres que “grafitean” o “atacan monumentos”.

Como puede verse, es de un sentido común elemental que no se trata de lo mismo. Menos aún porque la mayoría de las pintas y golpes a monumentos no se desarrollan en la clandestinidad, sino que en todo caso, su significado debe interpretarse en el contexto de las marchas contra la violencia feminicida.

Otra de las socorridas críticas a este tipo de manifestaciones sostiene que atentar en contra de monumentos históricos constituye un acto de violencia innecesaria y que desvirtúa los “nobles y verdaderos motivos del movimiento” (cualquiera que éstos sean, reales o imaginarios en quienes así piensan).

Al respecto debe comprenderse que el movimiento que estamos viendo es desde cultural hasta político, en el sentido más amplio de los términos. Hay que subrayar que no hay solo un feminismo, que son múltiples y que sus marcos teóricos e ideológicos son diversos; pero que confluyen en tres cuestiones: a) igualdad jurídica y sustantiva de las mujeres y los hombres; b) poner fin a la violencia en todas sus manifestaciones, y con mayor urgencia a las violencias feminicida y sexual), y c) derribar los anclajes estructurales que permiten la reproducción del patriarcado como modelo de organización de la sociedad.

Quizá lo último es lo que cuesta más comprender. Porque hablar del patriarcado implica hacer evidente las formas de violencia, pero también el carácter sistémico de la dominación generalizada de los hombres sobre las mujeres.

Derribar al patriarcado significa en esencia, terminar con privilegios culturalmente construidos en razón del sexo y género de las personas, en favor de los hombres, pero inclusive no de todos, sino entre ellos, de quienes asumen los modelos estereotípicos de la heteronormatividad, asociados además a representaciones y símbolos del poder vinculado a las masculinidades dominantes: hombres blancos sobre “hombres negros”, “hombres mestizos”, “hombres amarillos”, etc. (racismo puro); hombres ricos sobre hombres pobres, etcétera.

Si algo es característico del sistema patriarcal es que en él se ha posicionado una narrativa que divide al mundo en posiciones “correctas e incorrectas”, mismas que se vinculan a las ideas del bien y el mal, que ya Nietzsche había mostrado como fundamento de la moral de rebaño y autoritaria que caracteriza a Occidente.

La imagen de mujeres enfurecidas, destruyendo y pintando monumentos “sacralizados”, rompe con el estereotipo de que se ha generado en nuestras sociedades, relativo a que ellas deben ser “ordenadas”, “obedientes”, “sutiles”, “dulces”, pero nunca fuertes, valientes, indignadas, insumisas y sobre todo, agresivas.

En México no se ha comprendido a cabalidad, solo por citar los datos más recientes, el significado de que, en el año 2019, se rompió el récord en el número de denuncias por violencia familiar; por delitos sexuales y por el delito de feminicidio. Por ello hay que insistir: colocar la pinta de muros y edificios, en el mismo nivel que lo que estos datos implican, constituye un despropósito, en todos los sentidos posibles.

Investigador del PUED-UNAM

@saularellano

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