Rascacielos
Desde tiempos inmemoriales, la humanidad ha levantado la vista al cielo
con un anhelo de trascendencia. Construir hacia arriba no es solo un
desafío arquitectónico, sino una declaración de poder y dominio sobre el
entorno. Los rascacielos, más que estructuras de acero y concreto, son
símbolos de ambición y modernidad, pero también de contradicciones:
representan el ingenio y el progreso, pero a la vez exponen la
vulnerabilidad humana ante fuerzas incontrolables.
Escrito por: Mauxi Sánchez Fernández
En ciudades como Nueva York y Chicago, surgieron por necesidad; en
otras, por prestigio y status. En la Ciudad de México, la Torre
Latinoamericana encarna la resistencia. Construida en 1956, este
rascacielos se convirtió en un referente de la ingeniería antisísmica al
mantenerse en pie durante los devastadores terremotos de 1957, 1985 y
2017, que afectaron gravemente a la ciudad. Su diseño, basado en una
estructura de acero flexible y una cimentación profunda, permitió que
soportara los movimientos telúricos sin daños estructurales significativos.
Así, la torre no solo es un ícono arquitectónico, sino también un símbolo de
la capacidad de adaptación y fortaleza ante la adversidad, reflejando el
espíritu de una ciudad que, a pesar de los golpes, sigue en pie.
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En contraste, Mítikah refleja una nueva era de urbanismo vertical,
recientemente edificada en las inmediaciones de la alcaldía Coyoacán en
la Ciudad de México, mientras que la Estela de Luz ubicada en la Avenida
Reforma, concebida como un monumento conmemorativo, terminó
marcada más por sus fallos presupuestales que por su propósito
conmemorativo y simbólico para rendir homenaje al bicentenario de la
independencia de nuestro país. No todas las estructuras que desafían las
alturas logran inscribirse en la memoria con la misma dignidad.
La altura, en la tradición filosófica, ha sido una metáfora de lo sublime. Sin
embargo, cuando la ambición se impone sin visión, el riesgo de caer
—como Ícaro— es inevitable. En una ciudad que vibra y tiembla, la
verdadera trascendencia no se mide en pisos, sino en la huella que una
obra deja en la memoria colectiva.
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