Octavio Paz escribió hace 32 años, respecto del sismo de 1985: “Ahora, los temblores del 19 y el 20 de septiembre nos han redescubierto un pueblo que parecía oculto por los fracasos de los últimos años y por la erosión moral de nuestras élites. Un pueblo paciente, pobre, solidario, tenaz, realmente democrático y sabio. La sabiduría popular no es libresca ni moderna, sino antigua y tradicional. Es una mezcla de estoicismo, silenciosa energía, humor, resignación, realismo, valor, fe religiosa y sentido común”.
Se trata de una reflexión de enorme vigencia, frente a la cual, deberíamos mirarnos con azoro, pero también con capacidad crítica respecto de lo que hemos hecho y todo lo que hemos dejado de hacer en estas tres décadas.
En menos de un mes, dos poderosos sismos han provocado severos daños en el sur-sureste del país, afectando, principalmente, a los estados más pobres: Chiapas, Guerrero y Oaxaca; pero también en estados del centro: Puebla, Morelos y la Ciudad de México.
Ante la emergencia, una vez más, lo que se hizo evidente es la inmensa energía social que existe en todo el país, y que se encuentra no dormida, sino agraviada por dos fenómenos estructurales: 1) la desigualdad y la ingente pobreza que le acompaña; y 2) la corrupción y —la ya diagnosticada por Paz—, erosión moral de nuestras élites.
Lo que urge ahora, luego de la crisis, es un proceso de reconstrucción, pero no sólo de las viviendas, sino también de la infraestructura social: es posible que haya drenajes fracturados, postes caídos, líneas de cables trozadas, carreteras y caminos dañados que nos indican, otra vez, que la ruta será larga.
Paz sostenía, hace 32 años, que la verdadera reconstrucción del país debía ser democrática, por ello destaca el enorme desprecio y la completa ruptura entre la sociedad, sus gobernantes y representantes: ahí donde apareció algún político en las zonas con mayores afectaciones, fue repudiado y expulsado.
Lo anterior revela la ausencia de liderazgos: personalidades éticas capaces de convocar, con legitimidad, a la acción colectiva porque han acreditado que sus actos son ejemplares y dignos de ser reproducidos por los demás en aras de conseguir objetivos comunes mayores.
Con todo, ante la tragedia hay noticias esperanzadoras: una de ellas es respecto a la llamada “generación de millennials”: no es cierto que vivan postrados y sólo atentos a la frivolidad que circula en redes sociales. Por el contrario, fue alentador verlos, de todas las clases sociales y niveles socioeconómicos, hombro con hombro, moviendo los picos y las palas para remover los escombros y tratar de rescatar a los posibles sobrevivientes.
¿Cómo canalizar y aprovechar esta energía social y cómo lograr que la movilización y el sentimiento de una urgente transformación nacional no se diluyan y podamos, con base en ella, fortalecer nuestro andamiaje institucional? Esto permitiría avanzar hacia la erradicación de la corrupción, a la exigencia de transparencia y rendición de cuentas y al fortalecimiento de nuestros procesos y mecanismos de participación ciudadana.
Esta energía social debería ser la base para exigir que el Presupuesto de Egresos de la Federación 2018 esté centrado en la reconstrucción de las viviendas, pero también, en el sentido más amplio, del país: erradicación del hambre, disminución sustantiva de la pobreza y reducción de la desigualdad.
Debemos exigir mayor inversión productiva del Estado para reactivar la economía; mayor inversión para educación, ciencia y tecnología, iniciar la construcción de un sistema universal de salud y seguridad social, así como el rediseño de la economía para garantizar a todos la oportunidad de un trabajo digno.
El mayor reto y la mayor lección de la ya fatídica fecha del 19 de septiembre se encuentra precisamente en esto: sólo mediante la participación popular y una democracia realmente funcional, tendremos la oportunidad de recomenzar, de dotar de ética a la política y de hacer de la solidaridad el principal cemento de la cohesión social que todavía debemos construir.
@MarioLFuentes1
Titular de la Cátedra Extraordinaria “Trata de Personas” de la UNAM