El Observatorio Filosófico de México lanzó publicó en El Correo Ilustrado del periódico La Jornada, una carta alertando de uno de los temas que más ha pasado desapercibido en el debate en torno a la reforma educativa que pretende llevar a cabo el actual gobierno, y que incluye, en el nivel medio superior, la eliminación de las asignaturas filosóficas: ética, estética, lógica e historia de la filosofía.
Escrito por: Saúl Arellano
En su carta, el Observatorio plantea además que esta intentona se había llevado a cabo durante el periodo neoliberal, específicamente en el gobierno de Felipe Calderón, pero que ahora ha retomado con bríos renovados el gobierno de la República.
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Resulta paradójico que un gobierno que se dice aliado de la reflexión crítica tenga estas pretensiones; más aún cuando, por ejemplo, en la Constitución de la Ciudad de México, se peleó por parte de varias y varios militantes de Morena, por incluir a la educación filosófica, desde la niñez, como uno de los derechos reconocidos en ese instrumento jurídico.
En su Introducción a la filosofía, Martin Heidegger sostiene: “La filosofía no es una ciencia, no por falta, no por mengua, sino que la filosofía no es una ciencia, pero por exceso, un exceso que aquí es de principio, cualitativo, no un exceso cuantitativo”.
Este carácter esencialmente excesivo de la filosofía está en la base de la mayoría de las reflexiones serias en torno a los problemas más acuciantes en la existencia humana y del mundo que nos circunda. Sin ella, la posibilidad del pensar se encontraría trunca, porque es claro que ni la ciencia por sí misma, ni cualquier otra forma de generación de conocimientos, se asemeja a la capacidad que tiene la filosofía de plantearse preguntas bien formuladas y pertinentes para la vida humana.
Desde una perspectiva radicalmente distinta, Theodor Adorno sostendría al respecto: “No es tarea de la filosofía investigar cuestiones ocultas y preexistentes de la realidad, sino interpretar una realidad carente de intenciones mediante la construcción de figuras, de imágenes a partir de los elementos aislados de la realidad, en virtud de las cuales alza los perfiles de cuestiones que es tarea de la ciencia pensar exhaustivamente”.
Como se ve en ambos pasajes, no se trataría jamás de que la ciencia sustituyera a la filosofía, o ésta a aquella. Se trata de comprender que ambas son necesarias para una formación integral. Que el planteamiento de enseñar a pensar filosóficamente desde la niñez, que se defendió con ahínco en la construcción de la Constitución de la Ciudad de México iba en el sentido correcto, y que antes de emprender un nuevo embate en contra de la reflexión filosófica, la Secretaría de Educación Pública debería extender lo ya logrado en la capital de la República a todo el territorio nacional.
Pensando en Séneca, la gran María Zambrano nos recordaba que la única forma de renunciar y escapar de la vileza de la envidia y la codicia se encontraba en la reflexión filosófica. Y que ésta a su vez, se despliega como una forma de razón que nos permite escapar de la propia razón. Bellamente nos decía esta enorme filósofa en uno de sus textos: “Y así, ese entrar en razón que Séneca nos propone comienza por se una renuncia a la razón misma: renuncia a la razón, resignación de la razón y de la vida; de la razón a causa de la sinrazón de la vida, de la vida a causa de la inexorable muerte”.
Quizá el más grave error que ha cometido el gobierno que hoy tenemos se encuentra en su búsqueda desesperada de un futuro pretendidamente utópico y forjado exclusivamente por quienes detentan los cargos públicos más relevantes. Y en esos afanes, que no pueden explicarse sino desde una extraña locura anhelante de gloria perenne, se encuentra su propia perdición. Porque, citando al gran Nietzsche, no han podido ver siquiera que las convicciones son prisiones.
Ciorán diría: “Los hombres sufren de futuro, irrumpen en la vida, huyen en el tiempo, buscan. Y nada me hiere más que sus ojos anhelantes, vanos, pero desprovistos de vanidad”.
Sería difícil encontrar un mejor retrato de la generación que hoy gobierna a México: encandilada por la tremenda luz de un líder carismático, han olvidado que este tipo de brillos son como los de las estrellas fugaces; fulgurante, llamativo, pero destinado a extinguirse rápidamente en un horizonte de suyo inasible.
Expulsar a la filosofía y al pensar filosófico de los planes y programas de estudio, en cualquier nivel de nuestro sistema educativo, representaría uno de los mayores yerros; vaya, ni siquiera los positivistas porfiristas se atrevieron a tanto. Pero hoy, lo que tenemos enfrente es una propuesta que nos llevaría a una especie de “anti paideia”, en el sentido más profundo que tenía ese término en la cultura de los antiguos helenos.
Como habrían propuesto Adorno y Horkheimer, necesitamos un pensamiento filosófico-crítico capaz de ponerse del lado de las víctimas; comprometida con la vocación interpretativa del mundo; y ante todas las cosas, dirigida a permitirnos pensar en libertad y para la libertad.
A nadie, excepto a los logócratas, como les llama Steiner, les beneficia una sociedad sin filosofía y sin personas capaces de plantearse preguntas fundamentales. A los autoritarios les conviene el silencio irreflexivo, la genuflexión y el aplauso gratuito; y claman por la obediencia dócil. Pero es justo por ello, que, a pesar de ellos, la filosofía -de un modo o de otro-, habrá de prevalecer.
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