El día de hoy, el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), dará a conocer las cifras actualizadas de las estadísticas de mortalidad y nupcialidad en México. Sobre las segundas, es importante decir que incluyen no sólo los datos sobre matrimonios, sino también sobre los divorcios.
Sin lugar a dudas, las dinámicas de las relaciones en los hogares y al interior de las familias determinan en buena medida, el conjunto de las relaciones sociales; por lo que cualquier cambio de profundidad o estructural en la lógica de las relaciones en los hogares, influirá necesariamente en la estructura y dinámica de la sociedad, en todos sus ámbitos: económico, político, religioso, cultural, etc.
Desde esta perspectiva, es importante subrayar la creciente tendencia de crecimiento que tiene tanto el número como la proporción de divorcios, respecto de los matrimonios que se llevan a cabo en el país. Según los datos del INEGI, mientras que en el año 2000 había alrededor de 7.5 divorcios por cada 100 matrimonios; en el 2017 la relación era de alrededor de 31.5 divorcios por cada 100 matrimonios. Y si se comparan las cifras absolutas, el crecimiento entre uno y otro año son de alrededor del 182%, un cambio enorme si se considera que son menos de dos décadas de diferencia.
Además de estar vinculado casi naturalmente a la noción de familia, en México el matrimonio también ha estado relacionado íntimamente con las creencias religiosas de las personas. A pesar de lo anterior, en el ámbito de lo civil y el mundo laico, el matrimonio implica sustancialmente una relación contractual, que está vinculado, cuando hay hijas o hijos al derecho familiar; no así cuando no se procrea descendencia durante el vínculo matrimonial.
El tema es de la mayor relevancia, porque a nivel cultural, en México se está extendiendo una nueva forma de entender al matrimonio, y ya no se le vincula necesariamente a la “obligación social” de tener familia; esto por supuesto está modificando patrones y roles; y también se relaciona con el tema de su posible duración.
Estas perspectivas tienen relación con la estructura y dinámica demográfica del país. Para ponerlo en perspectiva, hay que pensar que en la década de los 30 la esperanza de vida al nacer no rebasaba los 35 años, como promedio nacional. En ese escenario, asumir que se estaría “toda la vida” con otra persona, implicaba, en promedio, si el matrimonio se llevaba a cabo a los 20 años, una duración de 15 años. Sin embargo, en el 2015, la esperanza de vida al nacer rondaba los 75 años. En esta realidad, casarse a los 20 años y prometer amor hasta la muerte, implica una proyección de al menos 55 años.
Es evidente que estamos ante profundos cambios en los patrones de convivencia; y en torno al significado que se le da socialmente al matrimonio; y también las expectativas que se tienen en el plano de las relaciones de pareja, respecto “de la otredad”, en función del desempeño laboral, aprendizaje profesional y académico; y los propios cambios en la psicología y perspectivas de las personas a lo largo de la vida.
De continuar las tendencias, en el año 2050 -y dada la velocidad de los cambios, quizá mucho antes-, podría haber alrededor de 95 divorcios por cada 100 matrimonios. Cifras respecto de las cuales no puede simplemente actuarse, desde las instituciones públicas, como meras espectadoras.
Estas modificaciones implicaría revisar el rol de las instituciones de protección y garantía de los derechos de quienes integran una familia, tal como el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), o el Sistema Nacional de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes (SIPINNA); implica una revisión de toda la legislación civil, y una rápida adecuación y generación de nuevos criterios de impartición de justicia familiar, pues la transformación social, en esta materia particular, está avanzando mucho más acelerada que la anquilosada dinámica y visión de los juzgados.
@saularellano
www.mexicosocial.org
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