Tanto en Teresa de Cartagena como en Virginia Woolf lo que se encuentra es una potente y radical crítica a la invención de la historia, en el sentido en que la han conceptuado autores como Benjamin y Foucault. En ambas hay una relectura de la construcción simbólica y la asignación de roles y funciones desde el poder, eclesial, político y familiar.
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Teresa de Cartagena fue una escritora y religiosa del siglo XV. No existe registro exacto de su fecha de nacimiento, pero los expertos lo datan entre 1400 y 1435, mientras que la fecha de su muerte se desconoce por completo. Este dato es relevante, porque permite la conexión con Virginia Woolf, quien señala denodadamente en varias de sus obras la ausencia de las mujeres en la escritura e invención de la historia, en general, y de la historia de las ideas y la escritura, en lo particular.
De Cartagena es una escritora que describe su mundo circundante desde la experiencia personalísima del dolor, la soledad y la ausencia de contacto y relación auténtica con el mundo masculino, si por auténtico se puede entender una relación horizontal y de acceso igualitario al poder. Nada de eso ocurría en el mundo de Teresa de Cartagena, y es precisamente lo que se encuentra en su escritura y textos.
Hay una línea argumental que llama poderosamente la atención en sus textos, titulados Arboledas de los enfermos y Admiración de las obras de dios: en la tradición, se consideró que solo los hombres tienen capacidad de “elevado raciocinio” y, en consecuencia, de escribir bella e inteligentemente, mientras que, en el discurso dominante, se afirmaba que las mujeres, debido a su “espíritu débil”, no eran capaces de pensar en el mismo nivel y con la misma tesitura que los varones.
Frente a esta forma de pensar, Teresa de Cartagena contraargumenta: si Dios es todo poderoso y todo lo que hay en el mundo es producto de su inteligencia, voluntad y bondad, no hay nada que pueda considerarse mayor o menor, en el sentido de una aparente o pretendida cualidad superior. Todo, en tanto que es producto de los designios divinos, debería entonces ser tasado en cualidad igual, pues todo responde al plan universal, inescrutable y misterioso de Dios.
Bajo esa premisa, es lícito sostener que el maravillarse ante un hecho que salga de “la norma” responde a lo poco común del mismo. Pero no por lo extraordinario o por el carácter de imposibilidad que le es asignado histórica y culturalmente, pues sorprenderse de algo novedoso o “fuera de norma” implicaría pensar o suponer que Dios está imposibilitado para pensar cosas nuevas, permitir cosas nuevas o incluso crear de la nada cosas nuevas.
De esta forma, sostendría Teresa de Cartagena, así como Dios ha querido que los hombres tengan un intelecto capaz de crear las más agudas y bellas obras, nada hay en el mundo que pudiera impedir que el mismo Dios quisiera que las mujeres pudiesen hacer lo mismo, con la misma intensidad y profundidad que los varones.
Pensar lo contrario sería ir en contra de la idea de la universalidad, omnipotencia y omnisciencia divinas. En la aparente resignación sobre la humilde “condición de mujer” desde la que escribe, Teresa de Cartagena establece antes bien una relevante crítica al régimen de opresión y sujeción patriarcal respecto al que, sin denominarlo por supuesto con estos términos, propone repensar desde la tesis referida relativa a la posibilidad de que Dios, en su plan universal, haya considerado también dotar a las mujeres de un raciocinio igualmente capaz al asignado a los hombres, como facultad cuasi exclusiva.
En el texto de la Admiración de las obras de dios, sostiene: “pues yo no quiero usurpar la gloria ajena ni deseo huir del propio insulto. Pero hay otra cosa que no debo consentir, pues la verdad no la consiente: parecer ser que no solamente se maravillan los prudentes del tratado mencionado (escrito por ella), sino que incluso algunos no pueden creer que yo haya hecho tanto bien; que en mí es menos de lo que se presupone, pero en la misericordia de Dios, mayores bienes se hallan” (Cartagena, p.59).
Hay en este texto constantes y enfáticas referencias a un pretendido “entendimiento flaco y femenino”, lo cual presupone que hay una aceptación tácita de una diferencia natural en la naturaleza y consistencia intelectual y ética entre hombres y mujeres. Esto no puede descartarse del todo, pues sería difícil pensar en una mujer que, formando parte de un sistema de dominación machista y hasta misógino, pudiera de pronto romper con todos los cánones y con el marco de referencia ideológico, teológico y cultural del que era parte.
Lo más interesante desde este punto de vista es la construcción de una idea incipiente de la posibilidad de la igualdad en inteligencia y capacidad espiritual entre mujeres y hombres, como producto del marco de posibilidades y potencia volitiva de la divinidad. Es decir, si en el momento de la creación Dios decidió hacer “superior al hombre” en algunas virtudes como la inteligencia o el valor y la audacia, nada, lógicamente hablando, impediría que en otro momento, de acuerdo con sus planes universales, el propio Dios pudiese modificar esa diferencia y hacerla patente en la historia, a través de ejemplos destacados como el de la propia Teresa de Cartagena.
Resulta mayor, frente a la construcción simbólico-histórica de la mujer, como “sujeto de dominio y conquista masculina”, la propuesta de Virginia Woolf respecto de reescribir la historia.
Para ello propone, en primer lugar, una reconstrucción de la historia de la vida cotidiana: cuántas hijas e hijos tenían, de qué enfermaban, qué comían, cómo y por qué se casaban; cómo y por qué vivían en unos lugares y no en otros.
De esta forma, en su texto “Un cuarto propio”, sostiene la escritora: “lo que se requiere, pensé… es un mundo de información: ¿a qué edad se casaba; término medio, cuántos chicos tenía; cómo era su casa; tenía un cuarto propio; cocinaba; era costumbre tener sirvienta? Todos esos hechos deben estar perdidos en registros parroquiales y libros de cuentas; el cotidiano vivir de la mujer isabelina debe andar disperso en muchos lugares y la cuestión sería recogerlo y hacer un libro. Al buscar en los anaqueles libros que no estaban ahí, pensé que sería ya demasiada pretensión de mi parte, insinuar a los estudiantes de esos colegios célebres que reescribieran la historia, aunque confieso que me parece un poco rara, como es, irreal, desnivelada; ¿pero por qué no agregar un suplemento a la historia?” (Woolf, p.52).
Tanto en Teresa de Cartagena como en Woolf lo que se encuentra es una potente y radical crítica a la invención de la historia, en el sentido en que la han conceptuado autores como Benjamin y Foucault. En ambas hay una relectura de la construcción simbólica y la asignación de roles y funciones desde el poder, eclesial, político y familiar.
Así, en la obra de estas autoras hay una huella clara respecto de lo que Michael Foucault concibe como voluntad de saber, en tanto voluntad de poder: pero en este caso es necesario precisar que, en el caso de los hombres, de manera histórica, esta voluntad se despliega como ejercicio de dominio y represión, mientras que en el caso de las mujeres se plantea como una reivindicación libertaria y como una exigencia de una vida en justicia y equidad.
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Bibliografía:
Cartagena, Teresa de (2004 [c. 1481]), “Arboleda de los enfermos” / “Admiraçión operum Dey” (fragmentos). En Teresa de Cartagena. Primera escritora mística en lengua castellana, Mª Mar Cortés Timoner, Málaga: Universidad de Málaga, pp. 163-175.
Joyes y Blake, Inés (2004 [1798]), “Apología de las mujeres”. En La vida escrita por las mujeres, IV. Por mi alma os digo. De la edad media a la Ilustración. Dir. Anna Caballé. Barcelona: Lumen.
Ngozi Adichie, Chimamanda (2018 [2015]), Todos deberíamos ser feministas, Barcelona:
Random House Mondadori.
Woolf, Virginia (2005 [1929]), Un cuarto propio, Madrid: Alianza.