Imaginemos un bosque que robles y un espíritu libre que, todos los días, transcurre largas horas cómodamente sobre las ramas de un antiguo y grande árbol, con la mirada perdida en el bello paisaje salentino y el pensamiento ausente del mundo, tratando de explicarse la finalidad de la vida y ocupado en proyectar su muerte. Así era Salvatore Toma, Poeta maldito que dedicaría su vida a convertirse en Suicida modelo
Luego de imaginarlo escribiendo, encantado en su amado bosque de robles, la cuestión es qué resta decir de un poeta maldito y suicida para no banalizarlo hipotetizando sus motivos, para que su espíritu no se difumine al tratar de asirlo, para que su esencia no se evapore en el intento de capturarla reduciéndola a confines.
Conocido también como Totò Franz, Salvatore Toma nació el 11 de mayo de 1951, en Maglie, provincia de Lecce, en la región Salento de Italia. Abandonó la preparatoria para estudiar literatura y poesía de modo autodidacta. De 1970 a 1983 publicó seis recopilaciones de poesía: Poesías, Por ejemplo una vacación, Poesías escogidas, Un año en suspenso, De nuevo un año y Quizá lo logramos.
Toma vivía en una casa de campo en el distrito Ciàncole donde tenía un criadero de bull terriers y ahí, en el aislamiento de la provincia, al contacto con los animales del bosque, escribe una poesía muy lejana de la ideologización neo experimental que se hacía en Roma y Milán y que haría palidecer a los minimalistas romanos y existencialistas milaneses. Percibió la inocencia, la ingenuidad mágica y misteriosa de los animales, y algo definitivo que los elevaba del hombre: la pureza y la moralidad. De esto da crudo testimonio su Bestiario salentino del siglo XX:
“El cerdo
estaba ahí mirándome.
El carnicero
hacía como si no pasara nada
y le daba vueltas alrededor indeciso
con el cuchillo alucinado.
Doblé en el ángulo
el cerdo parecía
implorar que me quedara ahí
posando encadenado
como un lobo olfateando.
Así estando encantado
no sintió el cuchillo
perforarle la garganta
y no vio la sangre
escurrirle en torrente.
Estaba todo concentrado
en verme reaparecer”
(De la recopilación “Bestiario salentino del siglo XX” en Cancionero de la Muerte)
“La poesía de Toma es la de un rumiante-visionario que centraliza el discurso lírico, una especie de primitivismo lingüístico, alrededor del problema de la propia muerte con una diversificación basada en el verso libre, sobre la percusión rítmica y sobre una imagery limitada y circunscrita a pocas figuraciones interiores”. (En Dalla lirica al discorso poético. Storia della poesía italiana 1945-2010). Así, su discurso lírico se transforma en la proyección hacia el exterior de su rumiante interno.
¿Por qué seguir rígidas convenciones que aprisionan al poeta en formas comunes y lo reducen en espacios controlados y predefinidos? Más nos vale intentar hacer una lectura libre de la poesía de un poeta que se sentía extraño, abandonando en un mundo que le resultaba ajeno y del que no lograba comprender el mecanismo, menos aún las razones y los fines. Un mundo que le provocaba una irresistible sensación de náusea.
Así, en lo que se refiere al pensamiento de Salvatore Toma, lo mostraremos respetuosamente sin tratar de agregar nada, y en cuanto a su poesía la rozaremos con guante blanco y sin pretensiones de confesionario, pues ante un Poeta Suicida que se planta de frente y argumenta lo siguiente para defender su posición de rechazo a la existencia, no resta que hacerle una reverencia a la italiana, tanto di capello, es decir, quitándose el sombrero:
“Llegado a este punto
traten de no romperme los cojones
incluso muerto.
Es un modo innato de comportarse
este mi no aceptar
la existencia.
Non estén re exhumándome por lo tanto
con la fuerza de sus certezas
o más que nada justificándose
porque quien se mata es un bellaco:
¡para crear y aprobar
la propia muerte se necesita coraje!
Se necesita el tiempo
que a ustedes da miedo.
Matarse es un modo de vivir
finalmente de modo proprio
de modo verdadero.
Por lo tanto no estén inventando
bobadas psicológicas
sobre mí o crisis existenciales
de manías de persecución
por motivos de conveniencia
y de no culpabilidad.
Nos veremos
nos veremos sin duda
y hablaremos de nuevo…
Adiós bastardos malditos
gusanos inmundos
adiós tediosos asesinos”
(“Última carta de un suicida modelo” en Cancionero de la Muerte)
Considerado uno de los últimos poetas malditos y tan conocido como desconocido, Salvatore Toma vivió despidiéndose de la vida con elevada indiferencia hacia todo lo que lo rodeaba y con una rabia endulzada por su sensibilidad que lo hería. La temática más recurrente de su poesía es la naturaleza en sus formas sublimes y grotescas, la soledad existencial, el suicidio y la búsqueda constante de la muerte a la que aguarda impaciente como un enamorado premuroso.
Toma no tenía miedo a la muerte, por el contrario, la buscaba, la anhelaba, la cortejaba desesperadamente con su poesía. A lo que temía quizá era a la pérdida de fuerza en su voz poética y por eso dedica su desolada existencia a escribir con vehemencia los versos más dañados, dolorosos, disolutos y descarnados del decenio de los setenta-ochenta del panorama italiano, en lo que será su testamento poético:
“Cuando muera
que no les venga en mente
poner manifiestos:
murió serenamente
o luego de largo sufrimiento
o peor aún en gracia de dios.
Yo estoy muerto
para su presencia”
(“Testamento” en Cancionero de la Muerte)
Palabras lacerantes para dejar claro su rechazo y fastidio ante los asuntos del mundo, para él banales y molestos. Una advertencia para que no se nos ocurra tratar de redimirlo, y un severo llamado de atención para que respetemos su deseo de muerte con dignidad, sin golpes de pecho ni hipocresía. Para que lo dejemos ir. Su familiaridad con la muerte podrá ser incomprensible para nosotros pero natural para él y por eso lo asiste la razón.
Toma era más que un extravagante anárquico, era un espíritu inocente, adolorado por su ingenuidad de vivir una cotidianeidad que lo superaba, que lo asfixiaba, que día a día le arrancaba de las manos los pasatiempos de niño a los que se aferraba y le gritaba cruel a la cara que debía bajar de su árbol, que la infancia de había ido y que el juego se acabó:
“Al improviso
he ahí que algo ya no va,
un mecanismo perfectísimo
funcionando de maravilla
de golpe se traba,
los días se tornan siglos
la mente no conoce más el tiempo.
El instinto se desata afanoso
a la búsqueda de un ancla antigua,
pero algo, irreparable y grandioso,
ha sucedido. El pasado es un estaño,
el futuro aún más oscuro.
La idea de la muerte está aquí, a un paso de mí,
puedo tocarla,
como levantar a un niño.
Mi idea de muerte se hace clara
en este vacío, como la idea de Dios.
A mí a Dios me gusta adivinarlo
en un piedra cualquiera,
en una infancia serena,
en un fruto maduro,
en las olas del mar,
que como la muerte cancela mi nombre”
(“Cuad. XV, en varias elaboraciones” en Cancionero de la Muerte)
Pero Toma no estaba jugando ni evadiéndose en el bosque como un loco. Era un poeta en auto exilio. Esa soledad, ese silencio y el abandonarse al sueño y al alcohol parecen evocar un onírico triunfo de la naturaleza sobre el hombre. Y más que una sublimación de la muerte se trata de una aceptación de la muerte como pasaje en la vida. Un fluctuar sereno en su oscuro pero natural vaivén, porque a fin de cuentas, la muerte sólo hace su trabajo:
“La muerte germina
pero quizá es inocente
se mueve sin malicia
por eso de inocentes
a veces se nutre
como de premuras un enfermo.
Quizá la muerte es inocente
y despliega sin malicia
su guadaña burlona y dolorosa
y de nosotros exhala ya quizás concebida
esta bellísima obsesión
que es vida.
Quizá la muerte está ya con nosotros
cuando sin malicia
una noche se anuncia desde lejos
con sus sonajas de oro.
La vida por inocencia
se goza durmiendo
y él sólo se ha girado de lado.
Sí mejor darle el costado
a la muerte
enseñarle el perdón
que darle la espalda por vileza
o el pecho por arrogancia”
(“Inocencia” en Cancionero de la Muerte)
El complejo trabajo poético de Toma, desarrollado en ese ángulo del mundo, debe aún ser comprendido con la mente dispuesta y el sonido de su escritura escuchado con oídos atentos para no darle erradas etiquetas y limitadas categorías. ¿”Maldito”?, sí, pero más aún. ¿”Loco”?, un poco tal vez; pero no basta. ¿”Suicida”?, en parte. Poeta, sin duda, esa la única certeza. Fuera del mundo desde antes de estar en él, alejado de la armonía de la perfección, y en perene caída; caída entendida como descenso en las voraces fauces del mundo. Por eso antes de nacer planea su fulgurante salida del mundo y escribe su epitafio:
“Hacia el medio día
me excavé la fosa
en mi bosque de robles
puse una cruz
y escribí en ella
una buena dosis de vida vivida.
Luego salí a la calle
a mirar a la gente
con ojos distintos”
(“Cuad. XV, 7” en Cancionero de la Muerte)
A sus infaustos vaticinios siguieron hechos contundentes para remediar su insoportable no aceptar la existencia. Su muerte prematura, el 17 de marzo de 1987, a 35 años, se vela en el misterio pues se suele atribuir a un “dejarse morir”, algo semejante a suicidio, aunque la versión oficial habla de un deceso ocasionado por cirrosis hepática debido al uso excesivo de alcohol:
“Toma
si quieres seguir escribiendo
tienes que dejar de tomar.
Queridos amigos,
yo tengo que hacer mucho más
para dejar de beber:
tengo que dejar de escribir”
(“Cuad. XV, 47” en Cancionero de la Muerte)
Ya sea suicida o aniquilado por el alcohol, Toma logró su objetivo: morir. Su fama póstuma creció con la publicación de Cancionero de la muerte, más que una recopilación de poesías, un testamento habitado por una constante presencia invisible que lo guía en su camino al Más Allá y da prueba de su aristocrática elección de aniquilarse.
“Exprímete Toma
exprímete como
un limón
o quiébrate como
se quiebra una rama
de laurel para
respirar desde lo vivo, desde lo profundo.
Este ordenarse
vivir no
te hace bien no
te representa más.
Incéndiate Toma
préndete fuego agua tierra
date luz
bate palpita libérate
bátete”
(“Cuad. XV, 57” en Cancionero de la Muerte)
Y “llegados a este punto” guardemos silencio y dejemos solo al poeta, consumando su coloquio amoroso con la Muerte, con “la orquesta de gusanos en las orejas” que ya le cantan una dulce canción, en las entrañas de la tierra como él quería. “Incéndiate Toma”. ¡Arde!
Rosa María Fajardo Escritora y periodista. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UNAM con equivalencia de grado por la Università degli Studi di Trieste en Italia y Máster en Escritura Creativa en la Università degli Studi Suor Orsola Benincasa de Nápoles. Cursa la Maestría en Literatura y Creación Literaria en la Casa Lamm. Fue catedrática en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y correctora de estilo del suplemento sábado de unomásuno. Ha colaborado en medios mexicanos como los suplementos sábado y Acento X, de unomásuno y en la revista Generación, y en Italia en la revista literaria Lìnfera y el suplemento cultural INK del periódico universitario Inchiostro. Es coautora de la revista Los Sembradores de Historias y los libros de cuento Aún espero algo mejor e Impaciente Espera, publicados en Italia con el grupo literario Trattolibero. @RosaMFajardoG |
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