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Séneca después de la pandemia

En sus cartas Morales a Lucilo, Séneca se quejaba acremente del horrendo espectáculo que se presentaba en el Circo Romano. Pero el sabio cordobés no se engañaba: si aquello ocurría de manera tan espantosamente sangrienta en un espacio cerrado, dedicado al entretenimiento de la muchedumbre ignorante, era porque retrataba, de manera controlada y teatralizada, de la realidad de las calles de Roma, en un contexto de decadencia política y social que culminó con la locura de Nerón quien, habiendo sido el pupilo de Séneca, le condenó a muerte.

Escrito por:  Saúl Arellano

Respecto de lo que presenció en el circo, Séneca escribió: “Por la mañana los condenados son arrojados a los leones y los osos, al mediodía a los espectadores. Éstos ordenan a quienes han matado que se enfrenten con quienes les van a matar, y al vencedor lo reservan para la próxima matanza; el resultado de la lucha es la muerte. La acción se lleva a cabo con el hierro y con el fuego. Así se produce mientras la arena se queda vacía”.

Séneca fue uno de los filósofos estoicos más prominentes. El otro fue nada más que el emperador Marco Aurelio. De Séneca, pocos saben que vivió periodos de inmensa riqueza, y que llegó a acumular, según algunos de sus biógrafos, una fortuna equivalente a cerca del 10% de la recaudación anual romana de su tiempo.

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Así que, quienes creen que el estoicismo es una doctrina de la resignación y el sufrimiento, se equivocan radicalmente, confundiendo en todo caso al estoico con el masoquista. Como se ve en el párrafo citado arriba, un estoico, si bien no pretende la revolución o el cambio radical en el estado de cosas, exige de todos una actitud espiritual superior, es decir, dirigida a la práctica de la prudencia, de lo que hoy llamaríamos “auto crítica” y de la responsabilidad con los demás.

El estoico no podría ser de otro modo, sino alzando la voz frente a las injusticias; exigiendo un comportamiento probo a sus gobernantes y cumpliendo con uno de los valores máximos de la cultura romana: la piedad, es decir, el cumplimiento al máximo del deber de un ciudadano, incluso al nivel del sacrificio, como lo habría enseñado Virgilio en su portentosa Eneida.

Todo lo anterior obliga a preguntar. ¿Hay alguna lección útil de Séneca para nuestros tiempos, tan llenos de odio, rencor violencia y muerte terrible, todos los días, en nuestras calles? ¿Podemos aprender algo de su sabiduría, no para retirarnos a la quietud y a la exigencia de un gobierno prudente, sino para escapar al menos por un momento del atribulado momento que nos ha tocado enfrentar?

¿Es posible lograr la paz social y la transformación de los gobiernos, cuando la multitud festina y convoca a la muerte, ya no de manera directa en el circo, pero sí coreando los narco-corridos, la música llena de machismo, odio y misoginia; además de consumir festivamente todo tipo de producciones audiovisuales dirigidas hacia la apología de la violencia y el delito? Quizá lo peor de todo es la dura realidad relativa a que, al hacerlo, la mayoría no se da siquiera cuenta de que pisa en las arenas movedizas de la pobreza espiritual.

El INEGI ha dado a conocer las espeluznantes cifras de defunciones para el año 2022, que aun habiendo disminuido respecto de las de 2020 y 2021, no dejan de evidenciar la infinita indolencia de quienes dirigieron al país durante la pandemia, actuando como una camarilla de malhechores, que tomó las peores decisiones en uno de los peores de los momentos del último siglo en el país.

Séneca tiene por supuesto mucho qué enseñarnos, principalmente en lo que respecta a la inconmensurable mortandad que nos rodea. Nos dice el filósofo: “Medita sobre la muerte. Quien esto dice nos exhorta a que meditemos sobre la libertad. Quien aprendió a morir, se olvidó de ser esclavo; se sitúa por encima o, al menos, fuera de toda sujeción. ¿Qué le importan la cárcel, la guardia, los cerrojos? Tiene abierta la puerta”.

Todo esto ayuda da pacificar el alma y a enfrentar lo que se considera normalmente como “la adversidad”, con sabiduría; comprendiendo que lo realmente importante es la libertad, la sabiduría, el buen juicio y la práctica de la virtud. Porque es un hecho que, para la necedad, dice el filósofo, nunca hay paz posible. 

Séneca vivió durante la primera dinastía de los emperadores romanos. Conoció en su infancia a Augusto, y padeció y confrontó, por su necedad e inmoralidad a Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. Hoy no vivimos épocas mejores; todo lo contrario, pues los tiranos de nuestros días son remedos, al nivel de lo ridículo y la gracejada, ante el poder y aspiraciones de aquellos que, siendo también profundamente inmorales, pretendían gobernar urbi et orbi.

La miseria de quienes hoy tienen el mando del país, y de quienes aspiran a tenerlo, no es muy distinta a la de quienes ejercen el gobierno corporativo de los súper ricos del mundo; y de quienes en complicidad con los intereses más perversos, someten a sus poblaciones a las más dramáticas condiciones de vida, empobreciéndoles no solo en lo material, sino promoviendo en ellos la disminución permanente de su espiritualidad, construyendo así muchedumbres ignorantes y bárbaras, antes que ciudadanías responsables; y prohijando una masa cada vez más cómplice de la miseria, que pueblos orgullosos que exigen lo mejor de sí y de quienes aspiran a dirigirlos.

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Investigador del PUED-UNAM

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