El potencial que tiene un país para desarrollarse depende, entre muchos factores, de su demografía; es decir, de cuántas personas viven en su territorio, cuántas nacen, cuántas fallecen; cuántas emigran y cuántas inmigran.
En ese sentido, es importante destacar que, en nuestro país, de acuerdo con las proyecciones de población del Consejo Nacional de Población (Conapo), somos ya más de 123 millones de habitantes en un país de dos millones de kilómetros cuadrados. El dato es consistente con los datos de la Encuesta Nacional de los Hogares, dada a conocer recientemente por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en la que se consigna que somos ya prácticamente 33 millones de hogares en el país.
Cómo vive esta población y cuáles son sus oportunidades para ver realizados sus derechos humanos, es la cuestión de fondo sobre la que debemos discutir. Esto es importante de destacarse, porque hay quienes han llegado a sostener que en México no accedemos a niveles de bienestar adecuados para todos, debido a que estamos “sobrepoblados”.
Ante el argumento de la “sobrepoblación”, la pregunta ética que debe plantearse de inmediato es: ¿quiénes sobran? Como puede verse, la sola idea es inaceptable éticamente hablando, y por ello es importante hablar de un país superpoblado; es decir, que se ubica por arriba de la mayoría de las naciones del mundo.
En efecto, de acuerdo con los datos de Banco Mundial, México está cerca de convertirse en el décimo país más poblado del planeta. Japón, el país que ocupa ese lugar actualmente, tenía en 2015 alrededor de 127 millones de habitantes; sin embargo, de acuerdo con las tendencias demográficas de aquel país y del nuestro, es muy probable que en el año 2020 México pase al 10º lugar mundial en población.
Se trata de una cuestión mayor; porque pensando en Japón y en México, habría que considerar cómo llegan ambos países a esta condición. Por ejemplo, siendo un país con un territorio infinitamente menor al del nuestro, tiene un ingreso per capita sumamente superior. En Japón se estima que el ingreso anual es de 32 mil dólares americanos, en el nuestro llegamos apenas a 9 mil dólares por habitante y año.
La cobertura de la seguridad social es otro de los aspectos que nos diferencia de un país como el de Japón; pero aún más: las condiciones en que estamos llegando a la vejez son sumamente distintas, pues en México el panorama es desolador: tenemos una de las tasas de envejecimiento más aceleradas del mundo, y esto implica que, de seguir las condiciones de desigualdad, pobreza y morbilidad vigentes, seremos un país súper poblado, con una enorme población envejecida, enferma y masivamente pobre.
¿Por qué en una isla con el tamaño que tiene Japón, con una geografía agreste, con pocas probabilidades de una agricultura potente, con escasez de minas de oro y plata, con menos petróleo que nosotros, se puede tener una población de la misma dimensión que la nuestra, con un ingreso como el señalado?
Ser un país superpoblado es una súper oportunidad desperdiciada: tenemos un nivel educativo sumamente bajo; nuestra capacidad de generar tecnología de avanzada es minúscula; tenemos 30 años de crecimiento mediocre; esto sin contar los agudos problemas de inseguridad, violencia y corrupción.
Estamos pues, ante un panorama en el que deberíamos dar un giro de 180 grados y construir un nuevo Estado de bienestar capaz de garantizar universalmente los derechos humanos.
Sólo un pensamiento conservador puede asumir como cierta la hipótesis de que no podemos tener bienestar generalizado, acceso universal a la seguridad social, educación universal gratuita y de calidad, empleos suficientes y bien remunerados, por la razón de que “somos muchos”.
La realidad es que México podría ser no sólo una potencia demográfica sino, ante todo, una potencia económica. Pero ello requiere otro modelo de crecimiento, que distribuya con equidad, porque ésa es la condición previa y necesaria para un proceso de desarrollo sostenido.
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