Los gobiernos de Calderón y Peña se caracterizaron por ser muy poco empáticos con las víctimas de la violencia y la delincuencia en nuestro país. Esto se mostraba una y otra vez tanto en el discurso como en las acciones que se le asociaban. Así, desde llamarle “víctimas colaterales” hasta simplemente ignorarlas, como en el caso de Marisela Escobedo, asesinada enfrente del Palacio de Gobierno de Chihuahua, siendo víctima luego de un juicio infame en el que se había dejado libre al feminicida que acabó con la vida de su hija y que luego terminaría también con la suya. Ese fue sólo uno de miles de casos, que tendrían un momento de crisis mayor con la desaparición forzada y asesinato de los estudiantes de Ayotzinapa.
Escrito por: Saúl Arellano
Una de las promesas que hicieron más atractiva a la candidatura y proyecto enarbolado por el ahora presidente López Obrador era reconciliar y pacificar al país, lo cual implicaba una nueva política de seguridad centrada en las víctimas. Sin embargo, de manera sorprendente para la mayoría, este gobierno pasó de la escasa empatía a la indolencia y su justificación propagandística.
En el caso de las protestas de las colectivas feministas exigiendo el cese de la violencia contra las mujeres y especialmente, los feminicidios, primero se les tachó, a quienes intervinieron monumentos, de conservadoras. Luego, la agresión se generalizó diciendo que los feminismos son algo así como una “moda neoliberal”; “tendencias traídas del extranjero” como si la defensa internacional de los derechos humanos pudiera de calificarse como una agresión a la soberanía nacional, encarnada, claro están, en el jefe del Ejecutivo Federal.
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Luego vinieron las protestas de las madres y padres de niñas y niños con cáncer, porque no había medicamentos en el Sector Salud, a quienes se les acusó demencialmente de ser “golpistas” y ser agentes de desestabilización de la llamada cuarta transformación. Se llegó al quinto año de gobierno, y el problema no ha sido estructuralmente resuelto, ni para ellos ni para otros grupos, como las personas portadoras del VIH.
En uno de los países más peligrosos del mundo para ejercer el periodismo, el nuestro, luego de 17 asesinatos de reporteros y periodistas de diferentes estados, en la Ciudad de México se perpetra el atentado contra Ciro Gómez Leyva, uno de los más conocidos y escuchados en el país, y la respuesta del Estado, lejos de ser moderada y empática, en voz del titular del Ejecutivo, invadiendo esferas de competencia del Ministerio Público, establece que la principal línea de investigación es la del “auto atentado”.
Lo que se ha configurado a partir de todo lo anterior, es un inédito clima de hostilidad en contra de quienes no compartimos la visión, o aun compartiéndola, en el sentido de buscar un país de justicia y dignidad para toda y todos, no coincidimos en métodos, estrategias, prioridades y objetivos de corto y mediano plazo.
En la retórica maniquea del Ejecutivo y sus corifeos, sólo caben los poseedores de la verdad (ellos), frente a los perversos e interesados agentes del conservadurismo que, o perdimos privilegios y queremos recuperarlos; o queremos que el régimen de privilegios para unos cuantos, aun cuando estuviésemos excluidos, regresara; pues, desde la perspectiva presidencial, vivimos en una perenne enajenación de la conciencia.
A lo largo de los cuatro años de la presente administración, se han documentado abusos y atropellos de toda índole, pero como los perpetradores son aliados del gobierno, se les defiende a ultranza y se llama a las y los ofendidos al perdón, a la reconciliación y a comprender que “las cosas ya no son igual” porque ellos “no son los mismos”, aunque los abusos lastimen de igual forma que antes, a quienes los sufren.
Volviendo al caso de Gómez Leyva, la cuestión es sintomática porque, sea cual sea su línea editorial, sus compromisos profesionales o comerciales, en una sociedad democrática tiene todo el derecho de hacer lo que le venga en gana, siempre y cuando no viole la ley o afecte derechos de los demás; pero al señalar, sin prueba alguna de por medio, que de trata de un “auto atentado”, perpetrado por “los adversarios de la 4T”, el mensaje que nos envía el presidente, a todas y todos, es que si te alías con la derecha, mereces que te pase cualquier cosa, pues como lo señaló el presidente, formas parte del “hampa del periodismo”.
Y es que así es como ha pululado el odio en las redes sociales, donde se ha leído a auténticos desquiciados, lamentar que no se haya concretado el atentado. Pero de igual forma hemos visto casos de víctimas de feminicidio, como Debanhi, en contra de quien se perpetró, una y otra vez, un proceso de revictimización señalándola de las peores cosas, como si eso fuese argumento para justificar su cruel asesinato.
México no puede continuar por esta ruta, porque, aunque el presidente sostenga que él “no polariza, sino que politiza”, sigue perdiendo de vista que su papel no es debatir públicamente visiones o posturas, sino dar cumplimiento a la Constitución, poniendo en marcha al aparato del gobierno para propiciar un curso de desarrollo que garantice bienestar generalizado en un marco de cumplimiento generalizado de los derechos humanos.
Las víctimas lo son en un sentido radical; nunca serán responsables de lo que les ocurre, porque ellas son objeto de la agresión, la violencia o el desamparo de los otros. Las víctimas, por definición son inocentes, y por ello tienen derecho a la protección de la sociedad y el Estado.
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