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Particracia Vs Sistema de partidos

El domingo 5 de junio, con los resultados electorales, quedó claro que estamos arribando al modelo de la particracia: “Poder total de una sola parte” (Urbinati: 2020). Morena no solo ganó cuatro de las seis gubernaturas, sino, la mayoría absoluta del Congreso local de Quintana Roo y la mayoría de los Municipios de Durango. Si bien es cierto, la Alianza opositora de los partidos de  Acción Nacional (PAN), de la Revolución Democrática (PRD) y Revolucionario Institucional (PRI) ganaron dos de cuatro gubernaturas en donde fueron en coalición, Morena ya gobernará 20 de las 32 entidades de la federación; y, en 17 Congresos locales tiene mayoría absoluta.

Escribe: Ruth Zavaleta Salgado

Mucho se ha escrito sobre la intención de Morena de convertirse en el partido hegemónico que fue el PRI, pero no es así, las intenciones son diferentes, son más ambiciosas y son las mismas del régimen populista: aniquilar el sistema de partidos e instaurar el sistema particrático (Urbinati: 2020). De qué otra forma se explica que, además del PRD, también el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) y el Partido del Trabajo (PT) hayan perdido sus registros en varios Estados donde hubo elecciones: PRD: Durango, Hidalgo, Tamaulipas y Quintana Roo; PVEM: Aguascalientes, Durango, Hidalgo y Oaxaca; PT: Aguascalientes e Hidalgo.

El papel de las oposiciones en el sistema de partidos

Ante esta evidencia ¿Qué piensan el PVEM, el PT y Movimiento Ciudadano (MC)? ¿ganan más de lo pierden dejando conformar la particracia? Y, los ciudadanos: ¿Van a mejorar sus condiciones de vida con la particracia?

Reflexionemos un poco sobre lo que hizo el PRI cuando fue hegemónico y marquemos las diferencias: En un primer momento, para simular un pluralismo político que no existía, impulsó algunos partidos “satélites” (partidos que todo votaban con el partido “oficial”) y, con ello, reconoció a “otros” actores políticos; posteriormente, en 1963, aprobó la figura de diputado de Partido. Ese fue el preámbulo para la reforma constitucional de 1977 con la que se creó la figura de la representación proporcional. El resultado fue la conformación más plural del Congreso de la Unión, incluso, fue entonces que el Partido Comunista de México (PCM), pudo registrarse y tener representantes en el Poder legislativo.

La importancia del pluralismo político

En la década de los años noventa, con las reformas constitucionales, se amplió el reconocimiento del pluralismo político mediante el incremento de diputaciones y senadurías de representación proporcional y se crearon organismos garantes de la legitimidad del poder político. Es decir, se garantizó la consolidación del sistema de partidos.

Contrario a esto, Morena quiere desaparecer al INE y al sistema de partidos, aunque simule que tiene alianza con otros partidos. Así lo demuestran los resultados electorales desde el 2018 y la disminución de fuerza de todos los demás partidos.

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Por otra parte, mediante su iniciativa de reforma electoral, Morena propone desaparecer o disminuir la representación plurinominal. Estas representaciones han servido, precisamente, para dar oportunidad a los partidos emergentes de tener representación propia y con ello, fortalecer el sistema de partidos que le estorba a Morena. Porque, en la concepción excluyente del populismo, solo existen dos actores colectivos: el pueblo bueno que le aplaude todo al presidente y los representa Morena;  y, “los otros” que representan el enemigo a vencer y se identifican participando en diferentes élites de poder político, económico o ideológico o simplemente como ciudadanos con voz propia en las redes sociales.

Yo, el pueblo

En ese contexto, tal y como lo dice Nadia Urbinati en: “Yo, el Pueblo”, una de las metas principales del populismo es derrocar a la clase política. Para lograrlo, en México, se ha utilizado toda la fuerza del Estado para fomentar la partidofobia: grabaciones ilegales, intimidación, amenazas, persecución política, hacendaria y hasta judicial. Pero, estos no son los únicos factores por los que Morena ha tenido éxito, sino porque las condiciones para que floreciera el sentimiento de rechazo a los partidos tradicionales ya estaban dadas: corrupción política, fracaso en las políticas para combatir la violencia, la inseguridad, la pobreza y la desigualdad económica.

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Además, se suman los errores en la toma de decisiones de las élites partidarias por la concentración de poder en un solo líder, por ejemplo, el PRI y el PRD (en este caso, el propio Presidente de la República lo dirigió de esa forma). En ese contexto, estos dos partidos son los más afectados por la estrategia morenista, por dos razones principales: 1) la deslealtad partidaria de los actores políticos que, seducidos por el poder del presidente, han decidido dar la espalda a sus partidos y apoyar a Morena para lograr espacios personales de poder político. 2) Por el sometimiento de algunos actores por la persecución judicial por actos ficticios o verdaderos de corrupción.

A tres años de gobierno

Paradójicamente, después de más de tres años en el gobierno, el partido populista de Morena ha demostrado que no es ni diferente, ni mejor que los otros partidos, incluso, arrastra los mismos vicios que critica: 1) autoritarios: la vida partidaria gira alrededor de un líder patriarcal que ejerce el poder político de forma autocrática que ya decidió quién lo va a suceder en el 2024. 2) corruptos: ahí están los videos de los hermanos del Presidente recibiendo fajos de billetes. 3) fracaso en las políticas públicas de salud, de seguridad ciudadana, de violencia en general y, en particular contra las mujeres (crecimiento de feminicidios). Incluso, aumentó la desigualdad, la pobreza, el numero de asesinatos de periodistas y las desapariciones forzadas. En conclusión: los ciudadanos no están mejor con los populistas de Morena.

De esa forma, ante el discurso maniqueísta del partido populista del gobierno y su líder, es preciso que los partidos políticos opositores sigan aliados dando la pelea, pero, también, quizás, sea indispensable un cambio de estrategia política. Tal vez, en principio, es el momento en el que los líderes del PRI y PRD  tienen que renunciar, pero no por los resultados electorales, sino por la necesidad de un cambio de narrativa ante lo que están enfrentado: La intención de aniquilar el sistema de partidos e instaurar un nuevo régimen particrático.

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