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Sobre la desigualdad en la distribución del ingreso

La desigualdad en el ingreso, así como de la pobreza, son problemas sociales que suelen concitar el interés no sólo de los estudiosos que dedican sus esfuerzos a dilucidarlos y proponer medidas para reducirlos o eliminarlos[1], sino también reverberan en la opinión pública. Toda vez que se da a conocer algún coeficiente estadístico, que sintetiza la desigualdad, como por ejemplo el índice de Gini, pareciera que todos entendemos lo mismo, pero tengo la sospecha que no es así, incluso en el ámbito académico. En lo que sigue expondré un conjunto mínimo de conceptos útiles para precisar y profundizar la comprensión de los resultados estadísticos en torno a la inequidad en la distribución del ingreso.

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En términos abstractos la distribución del ingreso consiste en repartirlo entre un conjunto de unidades. En esta operación debe tenerse claro qué se distribuye y cuáles son las unidades receptoras. El concepto de ingreso es multifacético no es lo mismo el ingreso corriente total, que el ingreso monetario o que el ingreso laboral y algo similar ocurre con las unidades.

El ingreso corriente total registra los recursos de que dispone un hogar para solventar sus gastos y puede provenir de diversas fuentes: remuneraciones del trabajo, ingreso por la explotación de negocios propios, transferencias ya sean del gobierno o entre hogares, incluidas las remesas; las rentas de la propiedad (alquiler de tierras y terrenos, alquiler de casas, edificios y locales, los flujos de dinero provenientes de intereses, cédulas y otras inversiones financieras), así como cualquier otra corriente de dinero que provenga de operaciones financieras como, por ejemplo, ventas de activos como vehículos y aparatos eléctricos de segunda mano.

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Todas estas fuentes de ingreso conforman el ingreso monetario, pero también se consideran dentro del ingreso corriente total las imputaciones en dinero, de los pagos en especie que reciben los miembros de los hogares, las transferencias y regalos en especie, y la estimación de la renta por el uso de la vivienda propia; el conjunto de estas imputaciones conforma el ingreso corriente no monetario. El ingreso corriente total es igual a la suma del monetario y no monetario. Las unidades que reciben el ingreso corriente total son los hogares y es una medida del volumen de recursos de que disponen y que pueden usar para solventar su consumo o bien para ahorrar.

Por su parte, el ingreso laboral registra las percepciones que se obtienen por la realización del trabajo. Los ingresos por este concepto pueden provenir de la venta de la fuerza de trabajo (trabajo asalariado) o bien de actividades autónomas desempeñadas en calidad de empresarios o de trabajador por cuenta propia. En este caso la unidad que percibe los ingresos son las personas.

La distribución del ingreso ya sea laboral o corriente total, entraña la división de un todo fijo entre un conjunto de unidades, de modo que mientras algunas ganan en la repartición necesariamente otras pierden. Para medir la inequidad, la Estadística, toma como criterio de comparación la distribución equitativa que equivale a postular que todas las unidades deben recibir el mismo ingreso (equidistribución), y mide la desigualdad con base en la distancia de la distribución observada respecto a la “distribución criterio”. Debido a que los hogares suelen ser de tamaño desigual, en no pocas oportunidades los estudios controlan las diferencias de tamaño analizando la distribución del ingreso corriente total dividido entre el número de miembros del hogar, es decir en lugar de examinar la desigualdad del ingreso total de los hogares se estudia la inequidad en la distribución del ingreso per cápita.

Se dispone de varias medidas que tienen propiedades estadísticas deseables que las hacen aptas para aplicarse en la medición de la desigualdad del ingreso, entre ellas la más popular es el índice de Gini, pero en ocasiones también se emplean la varianza de los logaritmos o bien el índice entrópico de Theil; todas ellas asumen el valor 0 en el caso de equidistribución, sin embargo, difieren en el valor superior. Cuando una unidad se apropia de todo el ingreso, y por tanto no queda nada para las restantes, el índice de Gini asume el valor 1, y, en este caso la entropía alcanza como valor máximo el logaritmo del número de casos, mientras que la varianza de los logaritmos no tiene un límite superior fijo.

La desigualdad en la distribución del ingreso es una característica de la distribución completa y las medidas de desigualdad reemplazan el conjunto de datos por una única pieza de información. La propia naturaleza del concepto “desigualdad” hace que no tenga sentido hablar de la desigualdad de una persona o de un hogar, pues se trata de una característica del conjunto, y en este sentido presenta una diferencia radical con la pobreza pues ésta aplica sobre los casos: no tiene sentido predicar sobre la desigualdad de Pedro, pero sí afirmar que éste es pobre.

Para enriquecer el análisis habitualmente los índices de desigualdad son acompañados por tablas de distribución del ingreso. En general, en Estadística las tablas de distribución de frecuencias se construyen a partir de intervalos definidos por valores de variables (denominados intervalos de clase), sin embargo, en el análisis de la desigualdad del ingreso debe tomarse en cuenta que en tanto más observaciones comprenda un intervalo mayor tenderá a ser su ingreso, debido a ello y para facilitar la comparación entre los ingresos de los grupos, normalmente se emplean intervalos formados por el mismo número de casos.

Para construirlos se ordenan las observaciones, por ejemplo, de menor a mayor ingreso y se dividen en fracciones de igual tamaño denominadas fractiles. Las fracciones más comunes son los deciles que agrupan a las observaciones en 10 grupos, en que el primero contiene a las de menores ingresos y el décimo a las que tienen los mayores. Los quintiles dividen la distribución en 5 grupos, cada uno contiene el 20 por ciento de los casos, el primero comprende a los más pobres y el quinto a los más ricos. En los últimos tiempos los estudios sobre distribución del ingreso realizados en Estados Unidos han puesto de moda los centiles que dividen la distribución en 100 partes iguales, y por tanto cada una contiene el uno por ciento de los casos. La construcción de fractiles es independiente del concepto de ingreso de que se trate, aplica igualmente al ingreso corriente total, al ingreso monetario o al laboral, pues no depende del ingreso sino de las unidades, ya sean hogares o personas.   

Además del efecto de la magnitud de los grupos sobre el ingreso, se debe notar que podría producirse otra alteración, pero esta vez inducida por el tamaño del hogar, no del grupo. En efecto, en la ordenación de los hogares según el ingreso, ya sea, corriente total o monetario, se pueden presentar distorsiones debido a la relación, en algunos casos, entre el ingreso del hogar y su tamaño. Hay grupos domésticos grandes que tienen un ingreso total alto debido a que cuentan con muchos perceptores, aunque cada uno aporte cantidades pequeñas al presupuesto familiar, de modo que quedarían en la parte alta de la ordenación por ingresos. Para corregir el efecto del tamaño de los hogares se ordenan, previo a la construcción de los fractiles, según su ingreso per cápita y en consecuencia, los fractiles que resultan después de esta operación son de hogares ordenados según su ingreso per cápita.  

En conclusión, cuando recibimos información acerca de la desigualdad en la distribución del ingreso, para lograr un correcto entendimiento debemos tener claridad respecto a qué concepto de ingreso se refiere y cuáles son las unidades, ya sea hogares o personas, o cualquier agrupación construida con los datos básicos. Finalmente, siempre es pertinente preguntarse si las tabulaciones estadísticas que organizan las observaciones en fractiles (deciles, quintiles, percentiles, etc.) deberían, o no, controlar las diferencias en sus tamaños.

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[1] En la década de los ochenta y noventa y hasta principios del siglo XXI predominaba en el pensamiento económico académico la idea que la desigualdad era necesaria para el crecimiento económico. En los primeros años del presente siglo la economía ortodoxa mudó sus planteamientos y pasó a sostener que la desigualdad es “mala” para el crecimiento, concordando así con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), organismo de las Naciones Unidas que planteó esta idea en los años cincuenta del siglo XX y la ha desarrollado por más de setenta años.

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