Cada 10 de septiembre se conmemora el Día Internacional para la Prevención del Suicidio. Se trata de una fecha de suma relevancia pues el suicidio es, entre la población joven, una de las tres principales cusas de muerte a nivel mundial, y México no es la excepción.
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De acuerdo con las estadísticas de mortalidad del INEGI, en el año 2020 se registraron 7,818 suicidios en el país (20 cada día), lo que equivale a una tasa de 6.2 decesos por cada 100 mil habitantes. Sin embargo, desagregado por sexo, la tasa para los hombres es de 10.4 fallecimientos por cada 100 mil, y entre las mujeres es de 2.2 casos por cada 100 mil.
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Lo anterior sin dejar de reconocer que en muchos casos, ante el dolor, e incluso sentimientos de culpa, las familias reportan numerosos casos como accidentes, aún cuando se trata de lesiones autoinfligidas; lo cual, entre otras cosas, podría generar subregistros importantes.
Debe señalarse además que la tasa de mortalidad por esta causa registrada en 2020 fue superior a la de 2019, cuando se tuvo un indicador de 5.6 casos por cada 100 mil habitantes en el territorio nacional.
También es relevante observar los indicadores por grupos de edad, pues en el grupo de 10 a 17 años, la tasa para los hombres es de 5.2 casos por cada 100 mil en ese rango etario, y de 3.6 decesos de mujeres, por cada 100 mil en el grupo de edad señalado. Para el grupo de 18 a 29 años, la tasa es de 17.5 para los hombres y de 4.1 para las mujeres; desciende a 13.4 entre los hombres de 30 a 59 años, y a 2 por cada 100 mil mujeres en el grupo de edad. Finalmente, para el grupo de 60 años y más la tasa es de 9.8 decesos de hombres, por cada 100 mil en ese grupo etario, y de 1.2 entre las mujeres.
Determinar la causalidad que explica al suicidio resulta fundamental, pues permitiría generar nuevas políticas de prevención. En ese sentido resulta relevante subrayar las enormes diferencias regionales. Así, la entidad con mayor tasa de suicidios en el país es Chihuahua, con 14 casos por cada 100 mil habitantes; le siguen Aguascalientes con 11.1; y Yucatán, con 10.2. Les siguen Sonora, con 8.8; Coahuila con 8.6; San Luis Potosí, con 8.4, Guanajuato con 7.9 y Campeche con 7.7.
En diversos análisis, suele vincularse al suicidio con la presencia de condiciones generalizadas de violencia en una sociedad; y una alta tasa de suicidios en México parecería, en un primer momento, vinculada a la inmensa violencia homicida que prevalece en nuestro país.
Sin embargo, analizado por entidad federativa se encuentra que, por ejemplo, Chihuahua sí tiene una de las más altas tasas de homicidio del país, y simultáneamente la tasa de suicidios más elevada en México; sin embargo, este supuesto no se verifica ni en Aguascalientes ni en Yucatán, las cuales tienen dos de las más bajas tasas de homicidio doloso en México. Sonora sí tiene una alta tasa de homicidios, a la vez que suicidios, perno no así Coahuila; lo mismo ocurriría con Campeche, con bajas tasas de homicidio, pero altas de suicidio; mientras que en Guanajuato y Zacatecas ambos indicadores están muy por arriba de la media nacional.
Por otro lado, de acuerdo con el INEGI, a nivel internacional se asume que el suicidio es altamente prevenible, pues la decisión de quitarse la vida es resultado de un proceso que va del inicio, que es la ideación, lo cual escala a preocupaciones autodestructivas, la planificación del acto letal y finalmente el intento o consumación.
El INEGI rescata en ese sentido, los resultados de la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud (ENSNUT, 2018), en el que se registra que el 5% de la población de 10 años y más, ha pensado alguna vez en suicidarse; y que la proporción es de 4% entre los hombres y de 6% en las mujeres. A pesar de estos datos, como ya se dijo, hay una muy alta diferencia entre el número de suicidios que consuman los hombres, frente a los que consuman las mujeres. Clarificar qué explica estas diferencias resulta de enorme relevancia para el diseño de nuevas políticas públicas.
Ante la crisis de la COVID19, los problemas de salud mental y la severa crisis que tiene el país en esa materia, se han hecho mucho más visibles, y al mismo tiempo reveladores de las condiciones de angustia, tristeza, soledad y desesperanza que sufren millones.
Lo que es un hecho es que en México debe actuarse, y de manera urgente. Las estadísticas de mortalidad del INEGI muestran que, entre el grupo de población de 15 a 24 años de edad, las tres principales causas de muerte son: 1) las agresiones; 2) los accidentes; y 3) los suicidios.
Más aún, en el grupo de edad de 5 a 14 años, esas mismas causas aparecen entre las 10 que tienen mayor carga de determinación de la mortalidad en ese segmento etario. En efecto, la primera causa de muerte para las niñas, niños y adolescentes en el grupo de edad son los accidentes; las agresiones (homicidios intencionales) son la quinta causa; mientras que los suicidios son la sexta causa de muerte. Finalmente, para el grupo de edad de 25 a 34 años, las agresiones también son la primera causa de muerte, seguida de los accidentes, y como quinta causa se encuentran los suicidios.
Es evidente que, a pesar de las consideraciones territoriales que se mencionan arriba, en México enfrentamos severos problemas relacionados con la salud mental; pues ni la violencia armada del crimen organizado; ni los accidentes ni los suicidios, pueden desligarse, por ejemplo, del consumo de sustancias adictivas, que van desde el tabaco, el alcohol, y otras drogas tanto legales como ilegales.
La decisión personal de quitarse la vida es una de las más complejas y difíciles de comprender, sobre todo si se considera lo que filósofos como Spinoza han destacado: el ser humano siempre busca perseverar en su ser; o Miguel de Unamuno, quien sostenía que incluso el suicida quiere seguir viviendo, pero de mejor manera, aún cuando se trata de una apuesta de vida más allá de la terrena en mejores condiciones de las que se tenían aquí.
Tenemos que se capaces, como sociedad, de hacer que los datos nos hablen; interpelarlos en su dura frialdad, y detonar nuevos procesos de comprensión, centrados, no en las varianzas estadísticas, sino en la complejidad del mundo espiritual humano, que es el que se encuentra, por lo que puede verse, en una severa crisis. Nunca la matemática, la ciencia o la técnica nos han dado claridad, por sí mismas, de la complejidad ética del mundo y la vida; y es hacia allá hacia donde debemos deslizar, con carácter prioritario, la reflexión y la construcción consecuente de una nueva sociedad, de pleno y auténtico bienestar.
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