Hace unos días los medios de comunicación nos llenaron los ojos y los oídos de la novedosa condición meteorológica que enfrentaba Europa: una ola de calor que sobrepasaba los umbrales históricos de temperatura. Nos mostraron a una población desconcertada ante la imposibilidad de recuperar el bienestar térmico perdido. Fueron días donde se puso a prueba la capacidad de las autoridades para mantener a la sociedad en el mejor estado posible. Sí, ya pasó; vuelven a respirar y quizá a dejar en el pasado esos días infernales.
Escrito por: Elda Luyando López.
Sin embargo, dejar caer en el olvido tan cálido evento, no es lo más sano. Olvidar puede significar, a futuro, la pérdida no sólo de la confortabilidad, sino de enfrentar el riesgo de muerte de la sociedad vulnerable, como son las personas con padecimientos crónicos, los mayores de 65 años y los bebés. Tratándose de Europa, el foco de atención se centra prácticamente en la pérdida de la salud y en los incendios que las altas temperaturas generan. Muy posiblemente, en años venideros, la instalación de aires acondicionados solucionará parte del problema, con lo que ya podremos ver desplazándose hacia esas tierras a los mayores inversionistas en el campo del enfriamiento forzado.
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Pero, ay, el resto del mundo no es Europa. El Sexto Reporte del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) (2022) enfatiza que la vulnerabilidad de los sistemas humanos y naturales expuestos, son un componente del riesgo. En este caso, estamos hablando de vulnerabilidad climática, de los peligros que representan los fenómenos atmosféricos potencializados por el calentamiento global y los efectos adversos que pueden padecer la sociedad y los ecosistemas.
Suena lógico pensar que esta vulnerabilidad climática está fuertemente diferenciada según los patrones de desarrollo económico, por lo que no debe sorprendernos que la mortalidad en humanos debido a eventos extremos climáticos (entre los años 2010 y 2020), fuera 15 veces mayor (IPCC, 2022) en las regiones vulnerables en comparación con las que no lo son, o que lo son en menor medida. Las personas que se convirtieron en víctimas por el clima sucumbieron por sequías, incendios, tormentas y las consecuentes inundaciones.
La solución puede sonar simple: acabemos con la vulnerabilidad. Sí, hay que sacar a la población de la pobreza para que puedan enfrentar los embates del clima y, de esta manera, el riesgo disminuya. Trascendamos un poco: hay que acabar con la inequidad, la marginación, brecha salarial, deficiente atención médica, entre otros. Pero he aquí una gran parte de tan tremendo reto en la justicia climática (en el caso de que verdaderamente reducir el riesgo sea un objetivo a alcanzar): acabar con la pobreza no puede llevarse a cabo con la perpetuación de los patrones de desarrollo actualmente generalizados, los cuales, a todas luces, son insostenibles. El imparable saqueo de las riquezas naturales inhabilita el indispensable proceso de adaptación al cambio de clima. Se imponen, por lo tanto, soluciones que no se encuentren basadas en la devastación de los ecosistemas.
Ha sido la población indígena, en muchos lugares del planeta, quien ha dado muestra a lo largo de la historia, de una forma de vivir más acorde a las condiciones y límites del ambiente, donde la naturaleza provee riqueza y no recursos; pueblos que viven con la moderación y el respeto que las sociedades modernas no sólo han olvidado, sino que los consideran atrasados y con un desarrollo deficiente. Vaya, donde no hay el ansiado progreso. Esta población, injustamente, es y será la más afectada ya que, en su mayoría, cubre sus necesidades de lo que obtiene en los ecosistemas, los cuales se encuentran en un equilibrio muy precario.
Pero, si contamos que en México la población es mayoritariamente urbana (79%) ¿significa que se encuentra en menor riesgo? En lo absoluto. Nuestro país, por su ubicación geográfica, es y será uno de los más afectados por el cambio climático; lo vemos ahora con la severa sequía en el norte. Podemos seguir la huella a través de la ocurrencia cada vez más frecuente de periodos cálidos y, en contradicción a la falta de agua, la ocurrencia de lluvias extremas e inundaciones. Los habitantes en los inabarcables asentamientos irregulares de las zonas metropolitanas son los más vulnerables en el medio urbano. La ubicación desfavorable, la baja calidad de sus viviendas, la escasez de servicios y la falta de recursos financieros los enfrentan a mayores riesgos.
Finalmente, lo que no podemos hacer es obviar el tema. El cambio climático tocará cada uno de los aspectos de nuestra vida, a algunos con un impacto mayor que a otros. Angustiarse hasta llegar a la inmovilidad no es una opción; aprovechar el tiempo que tenemos (aproximadamente diez años) para lograr una eficiente y bien implementada combinación de tecnología y conocimiento ancestral, sería lo más inteligente.
Empecemos por informarnos. IPCC, 2022. https://www.ipcc.ch/report/ar6/wg2/
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Investigadora de Ciencias de la Atmosfera y Cambio Climático.
Miembro del SURSA.
Frse clave: sociedad y el riesgo ante el cambio climático, Naturaleza y sociedad.
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