La Organización Mundial de la Salud reporta que, como tendencia general, el suicidio registra una ligera disminución en los últimos cinco años en el mundo. Sin embargo, en América Latina, y particularmente en México, tanto el número absoluto de casos, como la tasa que eso implica, han tenido un acelerado incremento desde el 2017.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
En el contexto nacional, es pertinente preguntarse si existe una relación entre la violencia armada, que tuvo un acelerado crecimiento, a partir del 2016, hasta llegar al récord histórico de homicidios intencionales en 2020, con el incremento del suicidio, en el territorio nacional. Tal asociación implicaría una hipótesis a explorar: el incremento en la violencia armada y homicida tiene probablemente impactos importantes en el crecimiento y expansión de otras formas de violencia.
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Para explorar esa hipótesis es importante señala que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en su comunicado de prensa 542/23, relativo al Día Mundial de la Prevención del Suicidio, informa que la tasa de suicidio en 2017 fue de 5.3 casos por cada 100 mil habitantes, mientras que en el 2022 fue de 6.3. En números absolutos eso implica que en el primer año referido hubo 6,494 casos de personas que se quitaron la vida, frente a 8,123 en el 2022, incremento que, en términos porcentuales representa una cifra de 25% en sólo cinco años.
Otro dato que es interesante destacar es el relativo a que, según el INEGI, del total de las mujeres que hay en el país, 16.3% declaró sentirse con depresión la mitad o casi todos los días de la semana. Mientras que entre los hombres el porcentaje es de 9.1%. Sin embargo, las tasas de defunciones por suicidio son de 10.5 casos por cada 100 mil varones en 2002; y de 2.3, entre las mujeres.
El dato resulta por demás relevante porque sugiere que los niveles de depresión, de angustia y de ansiedad entre los hombres se encuentran subestimados; y que muy probablemente eso se debe a la construcción de las identidades y de las formas de afirmarse ante la sociedad o ante sus grupos comunitarios o familiares.
Otra cuestión a destacar para el análisis es que la tendencia muestra que son las poblaciones más jóvenes entre quienes se registran las mayores tasas de suicidio: Frente a la media nacional de 6.3 casos por cada 100 mil habitantes, entre las y los adolescentes de 10 a 14 años es de 2.1; en el grupo de 15 a 19 es de 7.7; en el de 20 a 24 de 10.6; en el de 25 a 29 de 11.6; en el de 30 a 34 de 11; en el de 35 a 39 de 9.6; en el de 40 a 44 de 8.2. Sólo a partir de los grupos de 45 años y más se encuentran tasas similares o inferiores al promedio nacional.
Ahora bien, regresando a la hipótesis de un probable vínculo entre la violencia armada y homicida y la tasa de suicidios, tendría relativa viabilidad para los casos de los estados de Chihuahua, Quintana Roo, Colima, Jalisco y Guanajuato; pero no así en los casos de Yucatán, Aguascalientes, Baja California Sur y Campeche, que registran de las más tasas estatales de suicidio, pero a la vez de las más bajas tasas de homicidios dolosos.
La hipótesis encontraría también límites importantes en los estados de Zacatecas, Tamaulipas y Michoacán, donde se registran altas tasas de homicidios, pero muy bajas tasas de suicidios.
Esto obliga a reconocer que el análisis psicológico, sociológico y filosófico tienen mucho por desarrollar en esta materia; y en esa medida, desentrañar lo que nos están mostrando los datos, tanto en lo relativo a la salud mental como en lo que concierne directamente a los registros de mortalidad por las lesiones autoinfligidas.
Un dato complementario que es importante subrayar es que, de acuerdo con el INEGI, el estado de depresión reportado, por grupos de edad, es de 11.6% en el grupo de 18 a 29 años; de 13.1% en el de 30 a 59 años; y de 14.7% en el grupo de 60 años y más. Pero como ya se vio, las tasas de suicidio más elevadas se presentan en los grupos de edad más jóvenes.
Esto implica que no habría necesariamente una relación lineal entre la depresión y el suicidio. Tal vez, puede pensarse, una mayor edad y una mayor experiencia de vida podría atemperar el tránsito entre la ideación suicida y el intento de suicidio y los suicidios que se concretan. Pero con los datos disponibles no es posible saberlo. Porque además, según la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (ENSANUT), la ideación suicida es de prácticamente el 8% entre la población nacional.
Una estadística que generaba anualmente el INEGI era la relativa a los intentos de suicidios y suicidios en el país; pero por una razón desconocida dejó de publicarla hace más de una década lo cual, ante los datos del propio Instituto, sería importante reconsiderar y valorar la posibilidad de generarla a fin de disponer de mayor evidencia para pensar en los alcances y gravedad del fenómeno, y en esa medida, en nuevas políticas, programas y acciones de prevención, que necesariamente parten de una nueva estrategia de atención y cuidado de la salud mental de la población nacional.
Por otro lado, un dato del INEGI que abre una arista interesante es respecto de las redes familiares de apoyo de que disponen las personas. En efecto, entre las personas que no tienen redes familiares de apoyo, el 25.8% se han sentido deprimidas; mientras que el porcentaje para quienes sí tienen redes familiares es de prácticamente la mitad: 12.6%.
Sería importante conocer el perfil de las personas que intentan suicidarse y aquellas que lo han hecho, y determinar si han tenido reportes de depresión, y si disponían o no de redes familiares; eso sería un insumo de singular valor para el diseño de programas de acompañamiento y atención de la salud mental, sobre todo para quienes desarrollan cuadros depresivos profundos.
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