por Gianfranco Corsini/ Traducción: Rosa María Fajardo

Cuando esa mañana sonó el teléfono miré instintivamente el reloj porque me parecía aún temprano para recibir llamadas; de hecho, no eran ni siquiera las ocho.

Una vocecita interna me decía: “no respondas, a esta hora pueden ser sólo molestias, deja ese teléfono”.


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