Ya sabemos todas las limitaciones que tienen las cifras oficiales sobre contagios y decesos relacionados al virus SARS-CoV-2, pues solamente corresponde a una muestra sesgada de casos reportados por unidades médicas seleccionadas y porque no se contabilizan todos los fallecimientos atribuibles a la COVID-19; vaya, ni siquiera la mitad de las muertes. Pero estas son las únicas cifras disponibles que dan cuenta diariamente del desarrollo de la pandemia en nuestro país.
Ricardo de la Peña*. Puedes seguirlo en Twitter en: @ricartur59
Así que nuevamente recurrimos a estos datos proporcionados por la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud del gobierno federal para revisar cuál es la situación de los principales indicadores sobre el comportamiento reciente de este padecimiento que pudiera explicar el paso en muchas entidades, entre ellas la capital, al semáforo epidemiológico color verde, con lo que se han de reactivar muchas actividades y reducir las precauciones para evitar posibles contagios de este virus.
Es claro que México ha enfrentado tres oleadas en esta pandemia, dos de mayor magnitud: la ocurrida a fines del año pasado y principios de este y la que acaba de pasarse y que presentaría su pico hacia agosto pasado. Y si bien la segunda ola alcanzó mayor altura en la capital del país, a nivel nacional fue la más reciente oleada la que significó un mayor volumen de casos (gráfica 1).
Si se mira la altura en el número de contagios reportados (incidencias, o el acumulado de dos semanas) al último corte confiable (hace dos semanas) si bien se mostraba una clara reducción en los niveles observados dos meses antes, de ninguna manera se había logrado una reducción a los niveles observados cuando inició la operación del sistema de semáforo epidemiológico, a principios del mes de junio del año pasado, pues la reducción apenas igualaría los niveles registrados hace un año y sería incluso superior al mínimo observado entre oleadas en mayo de este año.
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Esto es: los datos sobre el número de contagios registrados por el sistema de información oficial no justificarían de forma alguna un cambio de color rojo indicado en junio de 2020 a un verde ahora señalado y la trayectoria descendente no cancelaría la posibilidad de que nos encontremos ante un patrón de descenso y posterior incremento por un ciclo estacional que no pudiera excluirse.
Cuando lo que se ve no son los volúmenes de casos confirmados, sino la relación entre estas cantidades con el número de pruebas aplicadas -que determina la tasa de positividad al padecimiento y que se presenta en la gráfica 2-, si bien se percibe el mismo descenso en el bimestre más reciente, este no lleva a descensos semejantes a los ya observados en mayo pasado, lo que tampoco justificaría el cambio de señalización. Es cuestionable la comparabilidad de estas tasas con las medidas hasta fines de octubre del año pasado. Esto debido a que al principio de la pandemia solamente se consideraban casos estudiados mediante prueba PCR y desde entonces se incluye también una enorme cantidad de pruebas de antígenos, con tasas de positividad significativamente menores.
Donde el descenso en el último bimestre a nivel nacional y desde hace al menos diez semanas en la entidad capital es en lo tocante al número de hospitalizaciones, que cabe mencionar nunca llegaron en la tercera ola a alcanzar las dramáticas magnitudes observadas a principios de año e incluso las medidas en el primer pico, aunque tampoco se haya llegado todavía con certeza a los niveles de descenso registrados hacia mayo pasado (gráfica 3).
De la comparación del comportamiento de la detección de casos confirmados de contagio con SARS-CoV-2 con las hospitalizaciones registradas, que se presenta en la gráfica 4, se encuentra que ha habido un descenso prácticamente constante desde el pico alcanzado en mayo del año pasado, aunque a la vez se registra un relativo estancamiento, sino repunte, desde junio a la fecha. Lo que tampoco respaldaría el paso a un semáforo tan relajado como el verde.
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El pico de los decesos ocurrió durante la segunda oleada. En la tercera nunca se observaron las alturas medidas en ese entonces, ni siquiera las registradas en la primera ola. El declive en el número de fallecimientos contabilizados cada dos semanas desde agosto pasado, lleva a este indicador al nivel más bajo observado desde que se inició con el sistema de “semaforización”, (como se muestra en la gráfica 5), por lo que este factor sí justificaría una reducción del nivel de precaución respecto a esta enfermedad.
Al cotejar el comportamiento de los casos confirmados de contagio con SARS-CoV-2 con los fallecimientos ocurridos entre la población que iniciara con síntomas en una fecha determinada, (que se presenta en la gráfica 6), se encuentra que ha habido un descenso prácticamente constante desde el pico alcanzado al arranque de la pandemia, en abril del año pasado. Aademás, luego de un período de estancamiento, pareciera detectarse un posible descenso en este indicador durante los últimos días.
Conforme a estos datos, y a manera de síntesis, no pareciera haber suficiente evidencia que justifique la reducción del semáforo epidemiológico a niveles mínimos de cuidado como se ha hecho de manera oficial. El nivel de contagios e incluso la persistencia de hospitalizaciones así parecieran mostrarlo. Pero parece que corren las prisas por arribar a una “nueva normalidad” que exprese el deseo del máximo jerarca del gobierno por aparentar que todo se ha superado y que podemos retornar sin más a las actividades ordinarias, como si la pandemia se hubiera ido, aunque siga con nosotros.
Puedes leer aquí: “El retorno a una normalidad indeseada”
Ricardo de la Peña es sociólogo y experto en estudios demoscópicos. Es Director de Investigaciones Sociales Aplicadas.
Frases clave: “Verde que te quiero verde” “te quiero verde”
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