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Tendencias y desafíos de la educación superior (I)

por Dr. José Narro Robles

Vivimos en un mundo en cambio constante, donde surgen nuevos conocimientos y aplicaciones con una rapidez pasmosa. Esa realidad influye en la educación superior y, por ende, en las universidades. Ante las vertiginosas transformaciones debemos prepararnos y realizar las reformas pertinentes, para no atrasarnos. Para ello, es necesario identificar con claridad las necesidades de nuestros pueblos, pero también las tendencias actuales y las posibilidades de la educación superior en el mundo


La reforma universitaria no es sólo un asunto de saber, también es y en mayor extensión, un tema de sensibilidad y compromiso, de balance entre la equidad y la calidad, entre la cobertura en docencia y la investigación, entre la crítica y la proposición, entre los ideales y las posibilidades.

La reforma de una Universidad tiene ver con todos los actores de su comunidad: los académicos, los estudiantes, los trabajadores y las autoridades. Se trata de un proceso que, sin embargo, no se agota al interior de una casa de estudios. Por ello se deben considerar la realidad de la sociedad y sus instituciones. Los problemas de la población, en particular, de aquellos que más requieren.

Reformar a una universidad es tarea mayor, obra indispensable en las más grandes casas de ciencia, de cultura y de humanismo. Es faena que debe apartarse de credo y de dogmas, de ideologías y de verdades absolutas e irreductibles. Es un propósito que demanda inteligencia y compromiso, determinación y miras superiores.

En el mundo actual las tendencias globales que influyen en las universidades y la educación superior están directamente relacionadas, en buena medida, con lo que se llama la sociedad de la información y del conocimiento.

Para empezar, se debe reconocer que la cantidad de información disponible en las redes electrónicas es de tal magnitud que rebasa las capacidades humanas de convertirla en saberes nuevos. Según un estudio de la CEPAL, el próximo periodo de la era digital deberá concentrarse en procesar la información disponible para convertirla en conocimiento. No estamos hablando de un reto menor, se trata de uno de los grandes desafíos para lograr hacer realidad la sociedad del conocimiento en nuestros países.

En este proceso las universidades desempeñarán un papel primordial. Ellas son las principales encargadas de preservar, generar y difundir el conocimiento. Esto es especialmente válido en el ámbito latinoamericano.

Entre las principales tendencias de la educación superior en el mundo destaco las siguientes:

Primero. El aumento en la matrícula y la cada vez más rápida ampliación de cobertura en este nivel de estudios

Segundo. La flexibilización de los planes y programas de estudio

Tercero. Mayor movilidad de alumnos y académicos

Cuarto. Modelos educativos basados en el aprendizaje; la capacidad de búsqueda del conocimiento; la actualización permanente; y la adquisición de competencias profesionales de servicio

Quinto. La articulación de los estudios de licenciatura con los de posgrado

Sexto. Mayores mecanismos de cooperación e intercambio entre instituciones

Séptimo. La intensificación de procesos de evaluación y de mecanismos para garantizar la calidad académica

Octavo. La expansión de los servicios educativos a través del uso de las tecnologías más avanzadas

Noveno. La diversificación de los tipos de instituciones, sus funciones y fuentes de financiamiento

Una tendencia que amerita un comentario aparte es la preocupante liberalización del comercio en materia de educación superior.

Desafortunadamente, a la par de la proliferación de servicios educativos privados provenientes, incluso, de otras naciones, también ha llegado a nuestros países las actividades educativas en las que predominan los criterios propios del mercado. Es indispensable resistir y rechazar esa fórmula llena de equivocaciones, que sólo acentuará nuestras dificultades sin llegar a instalarse en la región.

Lo digo con plena convicción, el mercado no debe regular el diseño, la organización o la prestación de servicios de educación en nuestras sociedades. Son los estados nacionales los responsables de cubrir este papel. Deben hacerlo con visión estratégica y de futuro, con sensibilidad social y con calidad. La educación en todos sus niveles es una responsabilidad del Estado nacional porque en ella se proyecta el futuro de los países, porque en ella se concretan los sueños de nuestros jóvenes.

No puede negarse que la globalización ejerce en la actualidad presiones sobre las universidades públicas. No son raras las pretensiones de que éstas deben estar más vinculadas a la producción de riqueza y a la formación de recursos humanos que sepan usar las nuevas tecnologías. Por supuesto que nuestras instituciones deben hacer eso y apoyar los procesos productivos, pero de esto no puede derivarse que esa sea su única o siquiera su principal orientación. Aceptarlo implica dejar de lado muchas disciplinas académicas de las áreas humanísticas, sociales, de las artes y de las ciencias básicas que son indispensables para el desarrollo humano.

Debemos cuidar que la modernización de los sistemas educativos refuerce nuestras identidades, favorezca la igualdad de oportunidades sin discriminación de ningún tipo y que permita formar, además de buenos profesionales, ciudadanos responsables y participativos, capaces de emprender los cambios que nuestras sociedades requieren.

Las universidades públicas deben tomar conciencia de las tendencias mundiales para aprovecharlas, sin perder su rumbo ni su autonomía, sin menoscabo de su función de ser conciencia crítica de la sociedad. Nuestras universidades no pueden aislarse de lo que acontece en el mundo. Pero sus procesos de cambio deben realizarse sin que su libertad académica tenga merma alguna.

Educar es formar y trascender, implica pensar en el ayer y ver al porvenir. Educar es aportar con generosidad y transformar la realidad, la individual y también la colectiva. Educar es aceptar que la verdad, la justicia y la belleza son posibles en nuestra sociedad.

Educar en la Universidad equivale a formar profesionales con calidad pero con conciencia social, además de avanzar nuestros saberes por medio de la investigación y de extender los beneficios de la cultura y el conocimiento a los sectores de la sociedad que hacen posible la existencia de nuestras instituciones.

Lo he sostenido en otras oportunidades y hoy lo reafirmo: en la educación está el secreto de ser mejores. Ahí residen las armas del progreso individual y también del colectivo. Sin educación no hay forma de combatir los problemas de ayer y menos de prepararnos para enfrentar los de mañana. Es cierto, la educación no solventa todas las dificultades de una nación, pero sin ella no se resuelve ninguna de las importantes.

Contexto actual

América Latina cuenta con un “bono demográfico” que puede y debe ser capitalizado en los próximos años. Esto es todavía cierto, aunque debemos señalar que el “bono demográfico” ha empezado a agotarse y que en pocos años se acabará la ventaja que implica el hecho de tener un contingente de personas en edad de trabajar mayor que las personas económicamente dependientes. Si se pierde esa oportunidad, en dos o tres décadas el “bono” se convertirá en un terrible pagaré poblacional que complicará las posibilidades productivas y de bienestar colectivo.

Al comparar la región con otras más desarrolladas, queda en evidencia que es mucho todavía lo que falta por hacer. La pobreza y la desigualdad son los problemas que más perturban las condiciones de vida de nuestras sociedades. En 2010, la pobreza afectaba todavía al 31% de la población, lo que representa 177 millones de personas, entre ellos, 70 millones de latinoamericanos que viven en condiciones de pobreza extrema.

La desigualdad es un problema histórico y estructural en esta parte del mundo, y la nuestra es la región más desigual del planeta. Considerada como región, América Latina ocupa la posición 77 en la clasificación del Índice de Desarrollo Humano, muy lejos de los países desarrollados.

La situación actual les resulta particularmente problemática a los jóvenes, que constituyen el sector que mayoritariamente atienden las universidades públicas. En América Latina, como lo ha afirmado Bernardo Kliksberg, es difícil ser joven.

En el ámbito laboral se estima que dos de cada tres jóvenes viven en situación de fragilidad social debido a que están empleados en actividades precarias, están desempleados o no estudian ni trabajan. Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2008 el 18.5% de los jóvenes latinoamericanos de entre 15 y 24 años de edad no estudiaban ni trabajaban. Se trata de 20 millones de jóvenes que se encuentran en esa condición lamentable.

En la actualidad, uno de cada dos jóvenes en la región se emplea en la economía informal, por lo cual su nivel de ingreso es mucho más reducido que el de los trabajadores formales. De igual manera, carecen de derechos laborales, de seguridad social y de atención a la salud, además de que están condenados a una baja productividad.

Importancia de la Universidad Pública

El contexto social y económico en el que tienen que trabajar las instituciones públicas de educación superior de nuestra región implica retos enormes cuando se tiene conciencia de que una de las funciones de la educación superior es ayudar a la movilidad social y al mejoramiento de las condiciones de vida de la sociedad. Esta función no debemos hacerla a un lado nunca. Las universidades públicas constituyen con frecuencia la única posibilidad de movilidad social que tienen muchos de nuestros jóvenes.

Pero más allá de su función social, se puede afirmar, categóricamente, que las universidades públicas han hecho importantes aportaciones a la sociedad, aportaciones que han sido fundamentales para el desarrollo de los países de la región.

La condición de universidad pública implica un claro compromiso con la sociedad que permite su existencia, para formar profesionales en todas las áreas del conocimiento, capaces de desenvolverse en un mundo cambiante y exigente, con conciencia social y pensamiento crítico.

Tenemos la obligación, como universidad pública, de poner la ciencia al servicio de los más desprotegidos y en favor de la lucha contra las graves injusticias, contra problemas de hoy y siempre, como el analfabetismo, la pobreza y el deterioro del ambiente, entre otros. El carácter público nos obliga, además, a tener transparencia y a rendir cuentas a la sociedad.

El ejercicio de la autonomía ha sido fundamental para el funcionamiento de las universidades públicas latinoamericanas. La autonomía, debemos tenerlo siempre presente, no es algo estático, es un atributo en evolución y, por ello mismo, en riesgo de sufrir retrocesos. Es necesario asumir y defender, con responsabilidad la autonomía porque garantiza la independencia respecto de todos los poderes económicos, políticos o religiosos. Sólo con libertad de pensamiento puede mantenerse una actitud crítica pero propositiva ante la sociedad. Sólo con la libertad de cátedra y de investigación podremos cumplir debidamente con nuestra encomienda.

Un atributo significativo de las universidades públicas hoy en día es su pluralidad. El ejercicio cotidiano de la tolerancia hace posible la coexistencia de diversos puntos de vista, de perspectivas teóricas distintas y de distintas ideologías, incluso antagónicas. La tolerancia es la virtud cívica que permite a nuestras instituciones vivir a plenitud su pluralidad, su diversidad. La búsqueda de la verdad y de la belleza en todas sus expresiones requiere de la apertura a la opinión del otro, demanda del debate informado, del diálogo y de la posibilidad del disenso.

Por todo ello, la universidad pública es una institución esencial para la vida democrática de los países. Mediante el cumplimiento de sus funciones, desempeña un papel de enorme importancia en la consolidación de los principios y valores colectivos que sustentan a la democracia.

Las universidades públicas han contribuido de manera fundamental al desarrollo de la vida social y a la búsqueda del bienestar de nuestra población. Han contribuido de manera significativa a la construcción de un Estado de derecho, a la promoción y defensa de los derechos humanos y civiles, así como al fortalecimiento de la identidad y la cohesión de la nación.

En el ámbito de la cultura, que es también el de la expresión de las ideas y los ideales, las universidades públicas han hecho aportaciones importantes. En ellas, además de las acciones directas de extensión y difusión cultural, se han formado muchos de los humanistas, los intelectuales y los artistas de diferentes géneros, los escritores, los comunicadores y los artistas plásticos, entre muchos otros.

Desafíos

Desde mi punto de vista, los desafíos de la educación superior van más allá del ámbito universitario, deben ser enfrentados y solucionados con políticas de Estado y con la participación de toda la sociedad. Las reformas universitarias deben ser parte sustantiva de los proyectos nacionales de desarrollo.

Las universidades son parte de los sistemas sociales, son ejes dinamizadores y no pueden ser vistas como simples núcleos opositores. Son, además, por su propia naturaleza, las partes de la sociedad que más vinculación tienen con la inteligencia universal. Ello las convierte en correas de transmisión estratégicas para cualquier nación.

En este contexto, a continuación abordaré lo que considero son algunos de los retos principales que enfrentan las universidades públicas latinoamericanas: primero, la ampliación sustancial de su cobertura; segundo, el reforzamiento de la calidad académica; tercero, la consolidación de la investigación, el desarrollo tecnológico y la innovación y por último, pero de enorme importancia, la garantía de un adecuado financiamiento.

La cobertura promedio de la educación superior en América Latina es baja, muy inferior a la de los países desarrollados que sobrepasan el 70% de cobertura en todos los casos.

Debemos tener claro que la baja cobertura en educación superior, más que un problema de las universidades, lo es de la sociedad en su conjunto. En consecuencia, se trata de un problema que tiene que ser resuelto por el Estado nacional, por los poderes instituidos y, como lo señalé, por el conjunto de la sociedad.

Otro desafío fundamental consiste en elevar y garantizar la calidad de sus actividades académicas. La exigencia de calidad es consecuencia del compromiso de la educación superior con las necesidades sociales. Aquellos que irracionalmente se oponen al discurso y a la acción en este sentido de búsqueda de calidad, deben ser señalados como adversarios de la colectividad y de su progreso.

Otro desafío consiste en fortalecer y ampliar la matrícula de los estudios de posgrado, en particular los de doctorado, ya que esto permitirá incrementar las capacidades de investigación en la región y contar con expertos y profesionales de alto nivel indispensables para conseguir una mayor productividad, una mayor competitividad internacional, un mayor equilibrio en la vida cultural de nuestros países.

La formación de nuevos investigadores en América Latina es reducida. En 2010, la cifra de graduados del doctorado apenas sobrepasó los 15 mil en todos los países de la región, cantidad poco significativa frente a los más de 50 mil graduados de doctorado de los Estados Unidos, en ese mismo año. En adición se debe destacar que más de la mitad de los doctores graduados en América Latina corresponden a Brasil.

América Latina enfrenta también el reto de la innovación. Es cierto que la educación superior y sus instituciones tienen que vincularse más al sector productivo, pero también lo es que el sector productivo tiene que interesarse más en generar y promover la ciencia y la tecnología.

El reto de la innovación tecnológica debe ser abordado por las universidades públicas en colaboración con el Estado y también con el sector privado. La inserción competitiva de nuestros países en el escenario global requiere de ciencia y tecnología propias. Depender de la que viene del extranjero es condenarnos a ser una región maquiladora, a sacrificar soberanía, a hipotecar parte del futuro de nuestras sociedades.

Por otra parte, debe hacerse notar que para enfrentar todos estos desafíos se requiere de un adecuado financiamiento para la educación superior, la ciencia y el desarrollo tecnológico.

Si consideramos únicamente el gasto por estudiante, en la mayoría de los países de América Latina se trata de una inversión muy baja, significativamente menor al de los países desarrollados. En dólares para fines comparativos de 2009, Chile y México tuvieron un gasto anual de 6,800 y 8 mil dólares al año, respectivamente, cifra superior a la de la mayoría de los países de nuestra región.

Sobresale el esfuerzo realizado por Brasil, cuyo gasto por estudiante alcanzó ya más de 11,700 dólares anuales. Conviene tener en mente que el gasto promedio por estudiante en los países de la OCDE alcanza ya casi 14 mil dólares anuales por alumno.

En cuanto a la inversión en ciencia y desarrollo tecnológico, aunque hay diferencias entre países, el promedio de América Latina es también muy limitado, y apenas llegaba hace unos cuantos años al 0.69% del PIB. Mientras que en Europa esa cifra fue dos veces y media la recordada, 1.83% del PIB. Además de que existen países como Israel que destina más de 4% de su Producto Interno Bruto a la investigación.

La reforma de las Universidades

La mejor manera de reformar una universidad consiste en seguir el método gradual y la búsqueda del consenso más amplio posible. Es cierto que las universidades son instituciones muy dinámicas y que se reforman todos los días, pero la rapidez con que el conocimiento evoluciona en la sociedad actual nos obliga a ir más allá de los cambios coyunturales. Los universitarios tenemos la obligación de estar atentos a los cambios del entorno nacional e internacional y de acelerar nuestros procesos de actualización.

Llevar a cabo los cambios que requieren nuestras instituciones no es tarea sencilla. Cuesta trabajo procesar modificaciones de índole general, en buena parte por nuestra complejidad institucional, pero, sobre todo, paradójicamente por nuestra apreciada e irrenunciable pluralidad. La unanimidad no tiene cabida en una institución dedicada al saber. La pluralidad es una riqueza que debe contribuir a lograr esas reformas que necesitamos para no quedar alejados de los cambios de la sociedad.

Frente el momento histórico que vivimos, ante los desafíos que plantean la globalización y la sociedad del conocimiento, resulta indispensable redoblar los esfuerzos para avanzar hacia un nuevo modelo de universidad latinoamericana.

Ya no es suficiente con generar y transmitir conocimiento. Para cumplir efectivamente nuestra encomienda con responsabilidad social, es necesario asumir un papel más activo en el planteamiento y ejecución de soluciones locales, nacionales y regionales. Debemos asumir a plenitud y con gran responsabilidad social, nuestro papel de motores del cambio social.

Nuestras sociedades, como ya he señalado, tienen grandes carencias ante las que los universitarios no podemos permanecer como simples testigos. Tenemos la obligación de ser críticos, pero también el deber de ser responsables. Por ello debemos diseñar reformas que nos comprometan tanto con la calidad académica como con la sociedad. De nula utilidad resultan las universidades que eluden el rigor de la academia. Requerimos, por supuesto, por ello, más rigor académico pero también más flexibilidad tanto en la organización interna como en los planes de estudios. Requerimos aprovechar las potencialidades y ventajas de las nuevas tecnologías, más apertura y más colaboración con instituciones similares, más, mucho más intercambio y movilidad de alumnos, profesores e investigadores.

A la región le urge que sus universidades se pongan de acuerdo, que formen redes y que aprovechen sus recursos para contribuir mejor al desarrollo de nuestros países. El avance del conocimiento y la complejidad de los fenómenos hacen necesaria la colaboración y el trabajo interdisciplinario con otras instituciones nacionales y del extranjero.

Debemos promover la libre circulación del conocimiento y fortalecer los vínculos entre educación, investigación e innovación. Debemos ser más categóricos para favorecer la movilidad de académicos y alumnos. Hay que desarrollar sistemas de acreditación que nos permitan reconocer el valor de nuestros planes de estudio y elevar su calidad con estándares adecuados a nuestra realidad.

En muchas de nuestras universidades se cuenta con convenios de colaboración, con programas para apoyar la movilidad de académicos y estudiantes, con proyectos de investigación multidisciplinarios en los que participan o podrían participar académicos de otras naciones.

La cooperación es condición ineludible para que podamos transitar realmente hacia una sociedad basada en el conocimiento. Para ello, en las universidades públicas se debe adoptar una posición más activa.

Cualquier propuesta o estrategia común al respecto debe considerar al menos tres ejes fundamentales: la movilidad regional, la creación de un nuevo modelo de universidad latinoamericana y el impulso del Espacio Común Latinoamericano de la Educación Superior y la Investigación.

Podemos y debemos impulsar la construcción de una gran Carretera del Conocimiento para que nuestros alumnos y académicos vayan de un país a otro de una institución a otra. Para que el proceso del conocimiento se enriquezca en beneficio de todos. En esto tenemos la referencia del exitoso proyecto Erasmus en Europa.

Es una obligación de las universidades públicas latinoamericanas incrementar la cooperación interinstitucional para compartir los conocimientos y experiencias sobre los principales problemas de la región. Hoy contamos con más herramientas que nunca para hacer posible esta cooperación.

Comentarios finales

Antes de concluir, quiero compartir con ustedes el pensamiento de un ex rector de la Universidad Autónoma de Madrid, un filósofo de altos vuelos gracias al estudio, y educador de nacimiento, el doctor Ángel Gabilondo Pujol, que nos recuerda y cito textualmente:

“No basta haber ido a la universidad para ser universitario. Y hay valores que más bien se comparten precisamente con quienes no han dispuesto de esa oportunidad. Nada más universitario que articular lo más universal con el conocimiento, es decir entrelazar lo que a todos nos concierne con un modo singular de saber. Y responder a los desafíos. Y proponer y propiciar nuevas y mejores posibilidades de vida, de dignidad y de bienestar. Por eso se requieren estos espacios imprescindibles, que no se limitan a los lugares en los que se ubican.

Hemos de ser exigentes y generosos con la labor de las universidades, con su amor y pasión por el conocimiento. Ninguno de los retos y problemas que las acucian ha de poner en cuestión esa vértebra constitutiva de su tarea y de su sentido. Y nada justificaría el olvido de lo que supone en el compromiso de promover la libertad y la justicia. La suerte de la sociedad se juega asimismo en el destino de las universidades”

La educación superior no puede reducir su labor a formar buenos profesionales y menos a la de responder solo a las necesidades del mercado. Primordialmente, tiene la responsabilidad de formar ciudadanos responsables con valores y principios laicos, que trabajen por una sociedad y un mundo mejor, tienen la responsabilidad de crear nuevos espacios laborales, no solo reproducir los existentes.

La educación superior, sobre todo la pública, es un poderoso instrumento para abatir la desigualdad y la pobreza. Para los sectores más desfavorecidos, constituye un medio importante de movilidad social.

La educación superior, sobre todo la que se imparte en las universidades públicas, constituye un poderoso antídoto, no tengo duda, contra la desigualdad social. Debemos pugnar para que un número cada vez mayor de jóvenes pueda entrar a recibir una formación universitaria pertinente y de calidad, por ello, debemos convencer a nuestros gobiernos a los poderes públicos establecidos de que deben incrementar el financiamiento público destinado a la educación superior, a la cultura y a la investigación.

Quiero expresar mi convicción de que debemos reivindicar la defensa y promoción de las humanidades y las ciencias sociales. Lo menciono ahora porque al hablar de reforma, de innovación, debemos considerar que nuestras sociedades no sólo requieren la innovación que proviene de las tecnologías.

Necesitamos, nos urge también, innovación en lo social. Innovación, que a su vez requiere de creatividad para solucionar tanto los problemas de la sociedad como los que puedan afectar el desempeño de las funciones universitarias.

Termino con una pensamiento del principal diseñador del proyecto de lo que hoy es la UNAM, don Justo Sierra, el Maestro de América: “Los fundadores de la Universidad de antaño decían: ‘la verdad está definida, enseñadla’; nosotros decimos a los universitarios de hoy: ‘la verdad se va definiendo, buscadla’”.

Los universitarios deberíamos tener presente estas palabras todos los días en el desempeño de nuestras funciones, ya seamos estudiantes, académicos, trabajadores o funcionarios. Parafraseo a don Justo Sierra: la reforma de nuestras universidades no está definida de antemano, se va definiendo en la búsqueda y en la práctica de la inteligencia, la creatividad, la confianza y la tolerancia.•

Nota:

I. Conferencia del Rector José Narro Robles en la Universidad de San Carlos, en Guatemala (Versión editada para su publicación en la revista México Social). Museo de la Universidad de San Carlos, Guatemala. Febrero 25, 2014

José Narro Robles
Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
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