Teuchitlán y nuestro retroceso social - Mexico Social

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Teuchitlán y nuestro retroceso social

Tras casi dos meses de estar concentrados en otros temas, el drama de Teuchitlán hizo que México volviera de golpe a su más cruda y dura realidad: la de crimen, impunidad, muertes y desapariciones, junto con tantas otras derivaciones que nos han marcado desde que detonó la etapa de violencia y descomposición que ya pronto cumplirá 20 años.

Escrito por:  Enrique Provencio D.

Si la tasa de homicidios (sin corrección por las desapariciones) sigue bajando como lo ha hecho en años recientes, en 2027 todavía podría ser casi el triple de la que tuvimos en 2007, el año en que terminó la reducción progresiva de esa causa de muerte, que se mantuvo a la baja tendencialmente durante más de medio siglo.

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Según este indicador, la tasa de homicidios por 100,000 habitantes, en México hemos retrocedido medio siglo, a los niveles promedio de principios de los años sesenta. En varios estados el salto atrás ha sido peor, pues han vuelto a los niveles homicidas de hace 80 años. Aquellas eran violencias distintas, más tradicionales, si así se les quiere ver, pero las muertas, muertes son, sea por ejecuciones de sicarios con armas de alto poder o a machetazos en disputas pueblerinas. Aquella fue la violencia que dibujó y pintó Orozco en sus linchamientos, ahorcados y funerales, la de ahora es la que narra Dahlia de la Cerda en Medea me cantó un corrido, o la que vemos cotidianamente en las redes, como en el Rancho Izaguirre.

No hay pasado para idealizar. La comparación con 2007 es solo porque ese año fue el quiebre, no porque todo estuviera muy bien. Entonces tuvimos una tasa de homicidio de 8.2, la más baja que han registrado nuestras estadísticas, y en ese año la tasa mundial estaba en 6.8, según la Organización Mundial de la Salud. Desde entonces, el mundo siguió bajando ese indicador, mientras en México se disparó hasta alcanzar el máximo de 29 en 2020.

La paz no es solo la ausencia de homicidios, como la salud no es solo la carencia de enfermedad, pero reducción de los asesinatos fue uno de los rasgos distintivos de la coexistencia pacífica, de la búsqueda de soluciones a los conflictos por medios legales, del control de los territorios por parte del estado o del ejercicio legítimo de la violencia por parte de las autoridades y no por parte de los criminales, de la generalización del sentimiento de rechazo a las agresiones.

Se supone que todo eso formó parte del proceso de la civilización, ese que cuenta la narración monumental de Norbert Elias, en el que culturas, prácticas sociales, sensibilidades, costumbres, estados con poder centralizado, integraciones territoriales y de mercados, entre otros procesos, concurrieron para ir alcanzando sociedades menos violentas y más pacíficas, aunque hubiera guerras de cuando en cuando, algunas de ellas con una crueldad terrible ejercida por grupos e individuos notablemente cultivados.

Volviendo a 2007, cuando arrancó esta lamentable etapa de descomposición, México seguía siendo un país cruento, aunque ya se estaba acercando a los niveles mundiales de violencia. Desde entonces nos hemos distanciado de esa referencia global, y podría llevarnos varios lustros alcanzarla de nuevo. Luego, nos costará más tiempo llegar a niveles dignos, pues nuestras nuevas violencias son cada vez más complejas y están más enraizadas, e incluyen esas dolorosas realidades ahora conocidas del rancho de Teuchitlán, que replica muchas otros casos de desaparecidos y de madres que los buscan.

Cuesta trabajo reconocerlo, pero es cierto: hace más de 250 años algunos países superaron la violencia homicida que nos aqueja ahora a nosotros. También es cierto que otros lograron pacificarse de forma sostenida desde mediados del siglo pasado y lo siguen haciendo hasta ahora. A casi dos décadas de nuestra espiral de desastre, estamos tan acostumbrados al horror que incluso somos capaces de sentir que mejoramos el bienestar subjetivo mientras se mantiene tal cantidad de asesinatos, desaparecidos, secuestros y tantas otras formas del crimen organizado o desorganizado.

Hemos disociado, al parecer por completo, el progreso colectivo de la experiencia individual de ánimos y sentimientos. Si el progreso supone la paz social y la reducción de las violencias, ante lo que estamos es ante un fracaso colectiva. La disputa ahora es de nuevo el reparto intergubernamental de culpas, el reclamo por la falta de mecanismos efectivos de investigación y de justicia, la administración de la impunidad. Nuestro retroceso social.

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