La tinta negra y roja, nos dice el extraordinario Miguel León Portilla, es con la que los antiguos mexicanos construían la flor y el canto; es decir, el discurso poético. Uno lleno de musicalidad y ritmo, de belleza inigualable por su capacidad de significar todo lo existente.
El rojo y el negro, siglos después de la realidad mexica, significarían protesta laboral: la bandera con los dos colores significa el paro voluntario, el rechazo a la explotación y a las condiciones abusivas en los establecimientos de trabajo, la lucha organizada de la clase trabajadora en contra de la ganancia excesiva y la depredación del tiempo de vida de quienes trabajan.
La tinta negra y roja es, por estas dos razones, con la que el periodismo mexicano debe escribir en nuestros días: en todos sus géneros y en todos sus frentes. Porque, por un lado, es impostergable recuperar la capacidad creadora de la palabra para seguir denunciando y exigiendo un país justo. Y por el otro, porque debemos escribir bajo protesta por el clima generalizado de inseguridad y violencia al que ha sido sometida esta actividad, que, sin duda, resulta indispensable para el buen funcionamiento de la democracia.
No es exagerado sostener que el periodismo mexicano se encuentra bajo ataque. Y lo está en dos frentes: por el crimen organizado, que ha decidido someter o aniquilar a quienes les denuncian y, con ellos, a la corrupción y putrefacción de un sistema político que hace agua por todas partes; pero también por las autoridades vía el control de los recursos para el pago de publicidad del sector público.
Así, entre el fuego asesino y cobarde de las balas y la inmoralidad de las autoridades, al asumir la vetusta posición del “no pago para que me peguen”, ejercer el periodismo se ha convertido en una titánica tarea, en la que prevalecen y predominan fundamentalmente los “grandes medios”, vinculados también, en la mayoría de las ocasiones, a grandes capitales y, por necesidad, a los grandes intereses de nuestro dolido país.
A lo anterior se suman las tristes estadísticas sobre las prácticas de lectura y de consumo cultural en México: casi una de cada cuatro personas con estudios de educación superior no lee libros y más de 60% de la población no asiste a eventos culturales. Asimismo, 60% de quienes leen revistas lo hacen por “entretenimiento”, y entre quienes leen libros, la inmensa mayoría consume textos de “superación personal”.
La mejor manera de defender al periodismo desde la ciudadanía, es consumirlo, y ello implica, no una lectura pasiva, sino una actitud crítica frente a todo lo que está impreso o publicado en forma electrónica. Así es como debiera funcionar la democracia: con base en una comunicación franca entre todos, construyendo puentes y generando diálogos capaces de provocar verdaderos encuentros y reconciliación social.
La magia de la tinta negra y roja de los antiguos mexicanos, con sus exquisitos difrasismos, nos ayuda a pensar en la corrupta y caduca forma de hacer política en el país, en la inmoral e inaceptable ruptura del orden legal y en la injusta y violenta pobreza y desigualdad que derivan en el hambre y frustración para la mayoría.
La potencia de la tinta negra y roja, que trabaja en paro activo, que se pone en huelga en contra de la violencia, que protesta y no calla, que no se arredra ante la amenaza y lo monstruoso del poder, nos permite ejercer la libertad y exigir la garantía de la libertad y la justicia para todos.
La tinta negra y roja debe dejar patente que, a pesar de la vulnerabilidad y el carácter mortal de todos, las ideas y los ideales son a prueba de balas. Que la palabra y la crítica prevalecen, aun por siglos, y que no debemos dejar parar la oportunidad de decirlo y de hacerlo valer. La memoria de las y los compañeros caídos así lo exige.
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