Enrique Provencio* analiza el desastre y tragedia ocurridos en el Metro de la Ciudad de México, en la Alcaldía Tláhuac, debido al cual han fallecido, hasta el momento de escribir el texto, 25 personas.
Con mi pésame a las familias y amigos de quienes murieron el 3 de mayo.
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Desastre y tragedia
Se trata de una tragedia, y así se reconoció en el decreto que estableció tres días de luto por las 25 personas fallecidas. En su mensaje de solidaridad, la alcaldesa de Barcelona lo designó como catástrofe. Fue eso, y también un desastre de origen humano, no solo accidente, suceso, incidente o evento, y menos una simple caída o derrumbe.
Lo más trágico es que fueron 25 muertes evitables que dejaron familias desgarradas. La pesadumbre inmediata y espontánea sobreviene por las vidas acabadas y el dolor que supone para sus cercanos; y también por el sentimiento de desamparo que provoca la nueva constatación de que formamos una sociedad que no valora ni protege adecuadamente a sus integrantes.
Los fallecimientos por la pandemia y por la inseguridad no borran la significación de estas pérdidas humanas. El mismo dos de mayo que colapsaron las estructuras en la Línea 12 del Metro de la Ciudad de México, se reportaron 112 decesos por Covid en nuestro país, y es probable que hayan ocurrido alrededor de 90 homicidios, cantidad que se aproxima al promedio diario de víctimas de la violencia. Sobre todo, las muertes de Tláhuac son trágicas porque el valor de estas vidas no puede ni debe relativizarse.
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Tras el desastre, el sufrimiento
Tras el desastre seguirá el sufrimiento, el día a día de cerca de cuatrocientos mil usuarios quedará alterado durante meses, como ya ocurrió en 2014 y 2015, cuando en la misma línea del Metro se interrumpieron los servicios por unas correcciones indispensables dos años después de iniciada su operación.
El transporte colectivo es, antes que nada, uno de los bienes públicos de los que depende el bienestar colectivo. Por eso también pesa tanto un desastre como este, porque a fin de cuentas impacta a un servicio esencial deteriorado al paso del tiempo y con riesgos latentes que pueden generar desgracias aún mayores.
Tras la empatía con las víctimas, el pesar se desdobla en la incertidumbre por el estado de la infraestructura, de las condiciones en las que se encuentran las instalaciones críticas para la salud, el abasto de agua, la educación, la movilidad, la cultura, el esparcimiento y otras que no observamos hasta que empiezan a fallar e interrumpen el flujo cotidiano.
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La sensación de incertidumbre
Sabemos que hay múltiples riesgos y que es imposible que todo esté bajo un control absoluto, pero hay una enorme diferencia entre eso y la sensación permanente de que falle lo que se creía seguro, el continuo temor de saber que la insuficiencia de mantenimiento y de inversiones puede colapsar literalmente los servicios. Y los mayores riesgos, como se vio en la Línea 12 del Metro de Ciudad de México, los corren los grupos pobres, los que tendrían que beneficiarse más de los bienes públicos.
Por eso, la pesadumbre va más allá de la compasión y se prolonga en una falta de confianza en las posibilidades de prosperar, en una constatación de que funcionan mal los circuitos básicos de la convivencia y de la coexistencia. Se encuentra arraigada ya la certeza, no solo la sospecha, de que el Metro está mal construido y que opera deficientemente, en contraste con el orgullo que llegó a generar ese sistema de transporte, y con la verdad aceptada de que la construcción y la ingeniería merecían respeto porque se lo habían ganado.
¿Qué tan generalizado está el problema en todo el país y sus ciudades, en sus diferentes instalaciones? Sabemos que desde hace más de una década hemos ido reduciendo las nuevas inversiones y la reposición y mejora de la infraestructura. Se conocen casos especialmente preocupantes, como la falta de atención de las obras hidráulicas, en especial de las presas, entre otros, pero nos urge un conocimiento más preciso del estado de nuestros sistemas esenciales en las regiones y los centros urbanos.
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Revisar los servicios para el bienestar y el desarrollo
Así que además de los peritajes que deben realizarse sobre la Línea 12 del Metro, de las responsabilidades que deban fincarse y de la justicia que tiene que aplicarse para honrar a los afectados, quizá sea un buen momento para hacernos cargo de que tenemos mucho por hacer para enfrentar el deterioro y el rezago en los servicios indispensables para el bienestar y el desarrollo. Eso hay que hacerlo sin dejar de atender las nuevas urgencias, como las de comunicaciones digitales y otras que apenas están desplegándose y, sobre todo, la reconstrucción del sistema de salud y protección social que nos urge luego de las lecciones de la pandemia.
Responder seriamente al desastre y tragedia del 3 de mayo será clave para que las instituciones recuperen credibilidad. Y si como respuesta también intentamos una solución de mayor alcance para dar confianza de que funcionamos mejor como sociedad, de que podemos vivir con mayor certeza y seguridad, estaríamos abonando a superar la incertidumbre que dejan estos hechos.
Sobre el autor:
* Enrique Provencio Durazo: Es integrante del Comité de Evaluación Externa del Centro de Investigación en Geografía y Geomática Jorge L. Tamayo, Centro GEO, y del Órgano de Gobierno del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), ambos del sistema del Sistema de Centros CONACYT. Ha sido integrante de la Junta de Gobierno de El Colegio de Sonora; así como director de la revista Economía Informa de la UNAM (1990-1993). Fue integrante del Comité Editorial de la revista Investigación Económica de la Facultad de Economía de la UNAM. Fue constituyente de la Ciudad de México. Actualmente es Investigador del Programa Universitario de Estudios del Desarrollo, y co-coordinador del proyecto “Informe del desarrollo en México”.
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Frase clave: Desastre y tragedia
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