En 60 días se llevará a cabo la jornada electoral “intermedia” más grande de la historia del país. Más de 20 mil cargos estarán en disputa; y en 90 días se estarán cumpliendo tres años del triunfo electoral del presidente López Obrador, momento desde el cual se convirtió en el principal eje de la discusión política del país.
Puedes seguir al autor en Twitter @MarioLFuentes1 Investigador del PUED-UNAM
Desde entonces y hasta la fecha se ha desplegado un estilo personal de gobernar que ha transformado diferentes prácticas que parecían inamovibles, entre otras, la relación del Ejecutivo con los otros Poderes de la Unión; con los partidos políticos; con la academia y la sociedad civil; en las relaciones internacionales; y con los medios de comunicación.
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Los resultados que el presidente ha obtenido con su estrategia muestran una muy elevada rentabilidad político-electoral. Sin embargo, habría que preguntarse si lo que es positivo para el proyecto presidencial es de suyo positivo para la democracia mexicana, si por democracia se entiende lo que hoy está plasmado en la Constitución: un estilo de vida fundado en la representación popular, el Estado laico y la primacía de los derechos humanos.
Hay que decir que las tres administraciones que precedieron a la actual actuaron casi siempre con niveles de un pragmatismo inmoral inaceptable; sin embargo, también debe señalarse que esta presidencia está actuando igualmente de forma pragmática, pero con una diferencia fundamental, pues la lógica de este gobierno está centrada en su idea de una re-moralización de la política, lo cual ha impulsado por tres vías.
La primera de ellas se expresa en su posición relativamente anarquista respecto de que sólo puede obedecerse la ley cuando ésta es considerada justa; la segunda es bajo la lógica de la ley penal del “amigo y el enemigo”, que se cifra en la frase atribuida a Juárez respecto de que a los amigos se aplica “ley y gracia” y a los enemigos la “ley a secas”; y la tercera, vía la preferencia por el derecho natural por encima del derecho positivo.
Esa tercera cuestión es mayor, porque implica que a quienes son considerados adversarios se les cataloga no como enemigos de la sociedad o el Estado, sino de “la patria” o “la causa”; pues lo que busca castigarse es una falta considerada a inmoral.
En la tradición política moderna han imperado dos corrientes: la liberal, que reconoce al individuo como entidad absolutamente libre y portador de derechos; y la teoría del soberano (con Hobbes y Hegel, como ejemplos paradigmáticos). En la primera se prefiere a la democracia representativa; en la segunda, a las monarquías absolutistas y aristocráticas o incluso al Estado fascista.
Pero el presidente López Obrador se ubica en una tercera vía, que es la del republicanismo, donde se asume que el diálogo del gobernante es inmediato con el pueblo; y es la voluntad del pueblo la que se sintetiza en el pensar y hacer del mandatario. Esto es lo que está en la base del actuar cotidiano del presidente: por eso recurre igual al discurso religioso que a una caricatura de periódico para denostar a sus adversarios.
Por eso niega el pluralismo democrático y por eso está empeñado en hacer todo lo que está a su alcance para obtener la mayoría absoluta en el Congreso y consolidar lo que él considera debe ser la cuarta transformación del país; un cambio que, sin tapujos, ha dicho una y otra vez, busca moralizar la política nacional.
Por eso pareciera que no importa que la pobreza crezca, que la economía esté estancada, que la violencia siga fuera de control, y que la pandemia cause centenares de miles de muertes. Porque todo ello no es su responsabilidad, sino del pasado del que busca deshacerse por mandato de la voluntad popular.
Lo que estamos atestiguando es una abierta estrategia de movilización social con fines electorales, utilizando los recursos del Estado, porque se considera son los propios recursos del pueblo, a favor de la salvación del pueblo, vía la ratificación del proyecto al otorgarle mayoría en el Congreso.
El presidente ha sostenido: “sólo el pueblo puede salvar al pueblo”. Y eso es lo que está en juego este 6 de junio: un modelo de democracia representativa que apueste por la diversidad y el diálogo; o un modelo de republicanismo que se asume como síntesis de la voluntad popular. Nana más, aunque tampoco nada menos.
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