Francisco Toledo fue un artista que no se plegó al poder, que hizo de la cercanía y el encuentro con la gente, una práctica cotidiana.
Ejercer el liderazgo, diría el filósofo Heidegger, implica tener una vida que, en cualquier situación o momento histórico, resulte ejemplar y digna de ser replicada por otros. Tener liderazgo social significa entonces ser una persona que, más allá de ciertos errores o momentos de vida “cuestionables”, en general guarda una línea de congruencia e integridad.
El maestro Toledo fue un hombre así y a su legado artístico le sumó la decisión de participar activamente en la vida pública a favor de lo que creía justo.
Se involucró y participó cívicamente, y trató de contagiarnos de alegría y fuerza vital, lo cual será recordado en aquella icónica imagen suya volando papalotes por las calles de Oaxaca.
Como Toledo ha habido otras y otros que más allá de su potencia artística e intelectual, han decidido incidir en el discurrir político y democratizador del país; y con su actuar nos enseñan que de nadie es el monopolio de la autoridad moral, y que antes bien, posiciones e historias de vida ética con un patrimonio, a la vez que una convocatoria a vivir en civilidad, del lado de la justicia y en defensa de la dignidad humana.
No son pocas ni pocos quienes han vivido así en nuestro país: Frida Kahlo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Leonora Carrington, Juan y Edmundo O’Gorman, Rosario Castellanos, Octavio Paz, Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Alí Chumacero, Dolores Olmedo, Andrés Henestrosa, Remedios Varo, José Emilio Pacheco y muchas y muchos más.
La democracia no se construye con la unanimidad ni el pensamiento único; al contrario, éste es su antítesis. El pensamiento libre, la vocación del habla, la expresión abierta de aquello que se piensa genuinamente y que se presenta con valentía como opción viable para los demás, es lo que convierte a una democracia en el lugar común de realización de la civilidad política.
Toledo fue un artista que no se plegó al poder; que hizo de la cercanía y el encuentro con la gente, una práctica cotidiana. Fue un constructor de espacios para la expresión y fue un defensor de las causas que le parecían más urgentes: el cuidado del patrimonio cultural, la defensa del derecho a la lengua materna y la denuncia de la desigualdad y la pobreza que prevalece en contra de los pueblos indígenas de Oaxaca, pero de todo México.
Decía Kant que la libertad se practica de manera auténtica cuando se ejerce el derecho de hacer uso público de la razón; y eso fue lo que caracterizó a Toledo.
Siempre fue un artista con vocación de razonamiento público; siempre emplazó al poder a dialogar, a explicar acciones o a rectificar en aquellas en que se cometieron abusos o atropellos.
Desde esta perspectiva, personas como Francisco Toledo nos enseñan como sólo se puede enseñar la moral: con un estilo de vida apegado a principios y valores; lo cual, debe insistirse, no es monopolio de nadie, sino patrimonio de todas y todos quienes nos beneficiamos de personas de esa talla.
Cada vez que muere un artista, en la tierra se apaga una estrella, es cierto; pero al mismo tiempo, se encienden nuevas y numerosas luces en cada una de sus obras. “Todos los colores se visten de negro” diría el pintor, pero en sus lienzos, cuando así lo hicieron, fue para anunciarnos que detrás se encontraba la chispa vibrante de la luminosidad de la vida, de la protesta, de la vida hecha forma y plasticidad.
Con todo esto, habría que decir que lo popular de Toledo no se encontraba sólo en su cercanía con la gente, sino en su compromiso, desde el arte, con los más vulnerables; con la igualdad, con la justicia, con el anhelo de un país más justo y con posibilidades de vida digna para todos.
El arte es capaz de mostrarnos la verdad del ente, sostendría Heidegger, y en la verdad que nos muestra Toledo se sintetiza la vocación de ejemplaridad. También la exigencia para que cada vez más nos convirtamos en un país donde podamos discutir y consensar, con vocación democrática, cómo avanzar hacia el país generoso que todos deseamos y merecemos.
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