La llegada de Donald Trump a un segundo mandato es el resultado de una confluencia de poderosas fuerzas, históricamente arraigadas en áreas y sectores estratégicos de los sistemas económico y político de los Estados Unidos de América. Esta victoria no solo refleja el aprecio popular por su estilo directo, disruptivo y polarizante, sino que está impulsada por el poder de los grupos de interés económico y político más conservadores, los cuales, a través de una masiva inyección de recursos, aseguraron su regreso al poder. Estos actores, cuya ideología abraza una versión ultra-conservadora del capitalismo y el nacionalismo, ven en Trump la encarnación de sus intereses y un facilitador para sus políticas más ambiciosas.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
Desde su primera campaña presidencial, Trump desplegó un discurso, hasta ese momento nunca visto en la política contemporánea estadounidense, desafiando las normas del decoro y la moderación en los discursos de los candidatos presidenciales. Con un enfoque agresivo, racista, machista y xenófobo, Trump atrajo la atención de un electorado que sentía que su país estaba perdiendo la “grandeza” y que, en su lugar, se les imponía una nueva realidad que amenazaba su forma de vida. Esta retórica divisiva no fue solo producto de sus palabras, sino de una estructura de campaña que permitió la participación activa de sus estrategas, muchos de los cuales ocuparían puestos de poder en su gobierno, junto con legisladores y gobernadores que compartían su visión conservadora del país.
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Ya en el poder, la administración de Trump no solo dio continuidad a su discurso de campaña, sino que está implementando agresivamente varias de las propuestas más controvertidas y peligrosas. En temas de derechos humanos, el cambio climático, la migración y las prioridades geopolíticas de los Estados Unidos, las políticas impulsadas por Trump representan un retroceso que pone en riesgo avances fundamentales de la humanidad.
La retirada de acuerdos como el Tratado de París, o la salida de los EEUU de la Organización Mundial de la Salud, la desregulación ambiental y la criminalización de la migración son solo algunos ejemplos de cómo las promesas de campaña se materializaron en políticas que afectan no solo a los ciudadanos de los Estados Unidos, sino a las relaciones internacionales y la vida cotidiana de millones en todo el mundo.
El impacto de estas decisiones es aún más perturbador cuando se observa el panorama global. Trump ha buscado, de manera explícita, debilitar las instituciones multilaterales que fueron concebidas tras la Segunda Guerra Mundial para asegurar la paz y la cooperación internacional. Su postura “America First” es un intento directo de desmantelar el multilateralismo, optando por relaciones bilaterales, a menudo conflictivas, con otros países; pero que facilitan la imposición de la fuerza en relaciones donde negociar desde su posición de potencia, facilita la obtención de beneficios y la concesión de ventajas para su país.
El caso más evidente de este ataque al multilateralismo es la relación de Estados Unidos con países del Medio Oriente, particularmente en lo que respecta a la Franja de Gaza y las dinámicas de poder entre Irán, Arabia Saudita, Qatar, Turquía y sus aliados en la región. Las decisiones de Trump en este ámbito, como el traslado de la embajada estadounidense a Jerusalén, la presión sobre Irán y su trato con Arabia Saudita, podrían tener repercusiones geopolíticas de enormes dimensiones, exacerbando tensiones y generando un clima de inestabilidad sin precedentes.
Asimismo, las decisiones comerciales de Trump ya están alterando el equilibrio económico global. Su agresiva política comercial no solo ha chocado con China, sino también con Europa, una región históricamente aliada de los Estados Unidos tanto en términos políticos como militares. Las tensiones comerciales, que han dado lugar a una serie de aranceles y represalias, podrían dar paso a una nueva “guerra comercial” que no solo afectaría a las economías de estos gigantes, sino también a las de naciones intermedias que dependen de las cadenas de suministro internacionales.
Para México, las consecuencias de la administración Trump son inmediatas y de gran calado. Las políticas migratorias del presidente estadounidense, junto con las amenazas de clasificar a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas, no solo podrían poner en riesgo la relación bilateral entre ambos países, sino que también aumentarían la presión sobre México en temas de seguridad pública y justicia, empujando al país a una confrontación más profunda con los problemas internos que ya enfrenta. Las agendas migratorias y de seguridad se entrelazan, y la postura de Trump coloca a México en una posición vulnerable que podría resultar en una mayor militarización de la frontera y de la seguridad pública en general, con muy probables retrocesos en materia de derechos humanos.
El conjunto de estas dinámicas, desde la expansión del discurso conservador y xenófobo hasta el desmantelamiento de acuerdos internacionales clave y la desestabilización de relaciones comerciales, podría marcar el inicio de una nueva era en la globalización, caracterizada por la fragmentación, el nacionalismo extremo y un replanteamiento de los principios que han guiado las relaciones internacionales durante las últimas siete décadas. El panorama que se vislumbra para los próximos cuatro años, al menos, está marcado por una pugna constante que podría conducir al mundo a un periodo de tensiones y conflictos de proporciones gigantescas.
El desafío radica en cómo responder a esta nueva realidad. Las tensiones entre Estados Unidos y el resto del mundo no solo son políticas y comerciales, sino que son la concreción de un giro ideológico que podría redefinir las relaciones internacionales hacia el futuro. Si el mundo no encuentra una respuesta adecuada, si no se reestablecen las normas del multilateralismo y el diálogo global, nos encontraremos en el inicio de una nueva era de conflicto y división, una era que, con el respaldo de intereses económicos y políticos poderosos, podría desbaratar el frágil equilibrio alcanzado tras la Segunda Guerra Mundial.
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Investigador del PUED-UNAM
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