La devastación azora a todos, con su secuela de muertes, heridos, huérfanos, daños y destrucción de todo tipo. Las primeras reacciones son emocionales, de empatía y conmiseración con tantos damnificados, de impulso por cooperar y de impotencia por las dificultades para hacer algo inmediato y efectivo,  también de desconcierto al constatar que reaparecen los desastres, que seguimos expuestos a las tragedias humanas, como la del 6 de febrero en Turquía y Siria, que creció al paso de los días, como suele ocurrir en estos lamentables casos.

Escrito por:  Enrique Provencio D.

La iconografía del desastre es apabullante, con las imágenes que pronto se vuelven simbólicas de los hechos, que conmueven y perturban, pero que pronto, también, normalizan la desgracia o la trivializan en las redes socio digitales, a la misma velocidad que se propagan. Después, al paso del tiempo, suele llegar la indiferencia y luego el olvido, aunque unas cuantas de aquellas imágenes pervivan como las emblemáticas de la calamidad.

Pasan los días y el tiempo se agota para los rescates. En las ciudades y pueblos afectados el frío reduce la esperanza de salvar a quienes sobreviven atrapados entre las ruinas, que vistas desde los drones en algunos casos no parecen montañas de escombros sino de polvo, lo que reconfirma la intensidad de los sismos, la gravedad de sus daños. La pesadumbre crece con la cuenta de fallecimientos, con las comparaciones con otros terremotos. En el caso de Turquía, con el registro de que no había ocurrido algo tan dramático desde hace un siglo.

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Indigna la aparición casi instantánea de versiones conspirativas, tan increíbles como irritantes, pero que se propagan entre crédulos u ociosos, no se sabe bien, como esa de que un proyecto secreto de la OTAN provoca terremotos y estuvo tras los de Turquía y Siria, o las que buscan en el cielo anuncios de auxilio para las víctimas. Jean Jacques Rousseau, que apeló a la razón para entender y explicar cómo la fragilidad de las construcciones y las conductas de los residentes agravaron las consecuencias del gran sismo de Lisboa de 1755, seguramente se extrañaría al saber que subsisten las explicaciones irracionales sobre estos desastres.

Sin considerar la elevada magnitud e intensidad de estos sismos, algunos comentaristas vieron los hechos con cierto aire de suficiencia, como si la tragedia turca y siria no pudiera ocurrir entre nosotros, como si ya antes no nos hubiera pasado, guardando las proporciones. Y sí, la falta de preparación, el incumplimiento de las normas constructivas, la incapacidad de respuesta rápida, la descoordinación en la canalización de la ayuda externa, entre otras lamentables realidades, se hicieron presentes agravadas por las complejas condiciones políticas de Siria en una zona de alto conflicto, y por la presencia de tantos refugiados como hay en la parte afectada de Turquía.

La respuesta inmediata y eficiente forma parte de la estrategia con la que opera la cooperación internacional en estas situaciones, que es el Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres. Este busca “la reducción sustancial de las pérdidas ocasionadas por los desastres, tanto en vidas, medios de subsistencia y salud como en bienes económicos, físicos, sociales, culturales y ambientales de las personas, las empresas, las comunidades y los países.” https://bit.ly/3RUXoTx

Y las claves de la buena respuesta, incluyendo el salvamento de vidas, está antes, claro, con la preparación nacional, el desarrollo de las capacidades y la atención a las vulnerabilidades, la inversión en el conocimiento para contar mejores reglamentos de construcción, tener fondos de reserva en las emergencias, reconstruir, rehabilitar y reconstruir tras los desastres, o en su caso reubicar asentamientos. Y todo esto, entre otras condiciones, supone una mejor comprensión y sobre todo un buen gobierno en todas las etapas de la reducción del riesgo y de la respuesta a los desastres. Los problemas aflorar descarnadamente, por supuesto, cuando el desastre ocurre y sobre todo si este sobrepasa las estimaciones de lo esperado.

Una semana después de los terremotos en Turquía y Siria la información revela que su intensidad fue superior a lo que preveían los programas de respuesta, y que se trata de una catástrofe de orden mayor, que colapsó proporciones muy elevadas de las ciudades afectadas, en algunas casi la mitad de estas, y que implica la reubicación, al menos durante varios meses, de más de 10 millones de personas, según las fuentes oficiales turcas.  La estimación del coordinador de la ayuda por parte de la ONU hablaba de alrededor de 50,000 fallecidos https://bit.ly/3luIcR7 . Es una pérdida humana lamentable, y en memoria de las víctimas, el mejor homenaje debería ser aprender más y prepararnos mejor para reducir los riesgos de desastres. Allá y aquí, claro.

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