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Un ensayo sobre la desigualdad vital en México

Por: Gonzalo Saraví, profesor-investigador en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS).

Zain es el protagonista de la última película de Nadine Labaky, Cafarnaúm (Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2018), un hermoso film, doloroso y terrible al mismo tiempo. Es la historia de un niño sirio de doce años, refugiado en un miserable arrabal de Beirut, cuya vida, desde el mismo nacimiento, ha estado dominada por la pobreza, la violencia, el desamor y una tristeza que se ha impregnado en su rostro como una más de sus facciones.

La idea de Labaky, con la que inicia su relato retrospectivo, resulta un poco deconcertante, irrisoria y exagerada: Zain lleva a juicio a sus padres por haberlo puesto en este mundo, que para él y la gente que lo rodea (sus propios padres, su hermana, los refugiados, la migrante etíope que lo acoge y su pequeño bebé, entre otros) ha estado dominado desde el inicio de su existencia por la precariedad y el sufrimiento.

Es cierto, es una idea simple y casi tonta, y más para espectadores formados en las ciencias sociales: ¿Qué responsabilidad pueden tener los padres si ellos mismos son producto de sus circunstancias de miseria y exclusión? Pero esa idea es simplemente la excusa para mostrarnos magistralmente las condiciones estructurales de un mundo y un modelo de desarrollo que, mientras para algunos ofrece posibilidades infinitas de realización, para otros supone una vida que no se eligió y que no es digna de ser vivida.

¿Por qué empezar de esta manera mi reseña del libro más reciente de Mario Luis Fuentes, Las muertes que no deben ser? ¿Qué relación hay entre el film y el texto? Para mí, más allá de las distancias entre México y Líbano (que en términos humanos no significan mucho), hay múltiples coincidencias de enfoque, interés y denuncia de un modelo de desarrollo que ha olvidado la condición humana. En ambos casos se trata de un golpe a nuestra adormilada cotidianidad e indiferencia hacia el sufrimiento del otro, hacia nuestra existencia comfortably numb, expresada en el bello tema de Pink Floyd.

Las muertes que no deben ser es un texto que podríamos definir (y así lo hace el propio autor) como un ensayo. En él se conjuga una gran cantidad de datos estadísticos provenientes de diferentes y diversas encuestas oficiales con reflexiones e interpretaciones propias de esos datos y opiniones, así como sugerencias del autor sustentadas en esos datos e interpretaciones sobre el modelo de desarrollo socio-económico (y tal vez sea mejor decir societal) que ha seguido el país, especialmente en las últimas cuatro décadas. Aquí hay dos elementos que me parece importante destacar para dar una primera impresión del carácter que asume el libro.

El primero de ellos se refiere al cuestionamiento, por momentos insistente, al valor del dato en sí mismo, y más específicamente del número, del índice o de la tasa. Esto no significa descartar la relevancia de la información empírica, y en este caso estadística, para apoyar las propias ideas, pero esos datos, nos dice el autor, deben ser leídos, contextualizados, interpretados. En este posicionamiento, que puede parecer exclusivamente metodológico, hay ya una crítica sustantiva a los modelos de desarrollo sustentados en la tecnocracia neoliberal, que se limitan a privilegiar el dato, por sí solo, como indicador de eficiencia. El sufrimiento, el dolor, el desprecio o la tristeza quedan así excluidos del análisis y, peor aún, de la consideración de los modelos de desarrollo. La sociología de las emociones representa un giro en esa dirección. Cafarnaúm lo plasma en un lenguaje cinematográfico que apela a nuestra sensibilidad; el texto de Mario Luis Fuentes lo analiza, en un campo dominado por la economía y la ciencia política, llamando nuestra atención a través de un ensayo académico que nos invita a hacer un alto en el camino para reflexionar.

El segundo elemento que me parece relevante destacar aquí es que el autor no se priva, en aras de la objetividad científica, de brindar sus propias opiniones sobre el modelo de desarrollo vigente y sobre otros caminos posibles, como lo señala el propio Fuentes: “intenté evitar la asepsia o neutralidad valorativa” (p. 11). El lector, y en especial los propios colegas del mundo académico, podrán compartir más o menos este posicionamiento, pero el autor, fiel a su honestidad profesional, nos advierte desde el inicio su postura. Incluso, diríamos que desde el mismo título está presente este carácter valorativo y prescriptivo: las muertes que “no deben” ser. Así, el lector encontrará en este texto un ensayo profundamente humanista y éticamente comprometido, desde el cual se cuestionan en sus valores esenciales los modelos de desarrollo hasta ahora vigentes, especialmente neoliberales, que olvidaron o subordinaron, paradójicamente, las dimensiones humanas del desarrollo.

Mario Luis Fuentes construye esta crítica dirigiendo su mirada e interés no a aquellas dimensiones clásicas para evaluar el desarrollo: cuánto avanzamos en educación, cuál es el nivel de ingresos promedio de la población, qué porcentaje de los trabajadores se desempeñan en actividades informales y sin protección o, incluso, cómo se movió el índice de Gini en tales años, o cómo podemos hacer cada vez más “compleja” y “sofisticada” la medición de la pobreza. Todo esto es relevante y está presente en el análisis, pero una crítica humanista al modelo de desarrollo neoliberal hacía necesario centrar la atención en lo escencialmente humano. Tal como se expresa en el subtítulo, todo el argumento gira en torno a la natalidad y la mortalidad en México; o, como yo lo expresaría para reflejar mejor el espíritu del texto, en torno al nacimiento, la enfermedad y la muerte.

En este sentido, encuentro una gran afinidad del texto que aquí comento con el también reciente libro de Göran Therborn Los campos de exterminio de la desigualdad (México, Fondo de Cultura Económica, 2015). Allí, Therborn plantea la posibilidad de distinguir tres tipos de desigualdad: a) la desigualdad vital, que se refiere a aquélla socialmente construida entre las oportunidades de vida a disposición de los organismos humanos; b) la desigualdad existencial, que es la asignación desigual de los atributos que constituyen a la persona, es decir, la autonomía, la dignidad, los grados de libertad, los derechos al respeto y al desarrollo de uno mismo; y c) la desigualdad de recursos, que adjudica a los actores humanos recursos desiguales para actuar. Si el autor me lo permite, considero que Muertes que no deben ser es un excelente análisis sobre la desigualdad vital en México, a partir del cual se construye una crítica al modelo de desarrollo neoliberal.

El libro consta de 270 páginas y está organizado en seis capítulos más una introducción, un prefacio y un epílogo. Se trata del producto de una investigación de largo aliento que inició en 2011 y continuó hasta poco antes de su publicación, pues los datos y referencias estadísticas llegan hasta 2016, lo cual lo hace de una tremenda actualidad. En la introducción, el lector encontrará el posicionamiento del autor con respecto a algunos de los aspectos que ya he mencionado en esta reseña, pero también un análisis (crítica) de los modelos de desarrollo sustentados por el Banco Mundial, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (pnud) y nuestros propios gobiernos, así como de las definiciones y mediciones técnicas de la pobreza. En el fondo de esta crítica encuentro una herencia del legado de Amartya Sen y Martha Nussbaum con respecto a cierto carácter absoluto de la privación y el sufrimiento humanos, que difícilmente pueden evaluarse o compararse cuantitativamente.

“Las condiciones al nacer, los territorios en los que se nace, las causas y determinantes sociales de la salud, y cómo y de qué muere una persona, son resultado no sólo de una cadena de eventos sucesivos en la vida, sino que en cada uno de los eventos vitales se sintetiza el conjunto de relaciones sociales y estructurales del poder económico que rigen a una sociedad” (p. 40), nos dice el autor en esta introducción. Y a partir de ese planteamiento, en los sucesivos capítulos, Mario Luis Fuentes analiza:

a) las condiciones de profunda desigualdad en las que se dan los nacimientos de los mexicanos, a los cuales el autor prefiere referirse como “alumbramientos”, por su carga metafórica sobre este hecho fundacional. El análisis deja claro, sin embargo, que la madeja de desventajas que se concentran en las familias más desfavorecidas impone, desde el nacimiento mismo de sus hijos e hijas, un destino sombrío que marcará sus vidas.

b) las enfermedades que no tienen que ver con el carácter estrictamente biológico de nuestra condición, frente a las cuales nadie está inmune, al menos mientras los adelantos de la ciencia no habiliten su cura. No son estas patologías las que preocupan al autor, sino aquellas que son producto de las condiciones sociales, económicas, políticas e, incluso, culturales, de la sociedad que hemos construido y de las cuales las clases medias y privilegiadas están exentas, pero que afectan de manera drástica a las más desfavorecidas. Retomando a Paul Farmer, el autor se refiere a ellas como “las patologías del poder”, es decir, las enfermedades que emergen de las estructuras de poder actualmente vigentes.

c) y, finalmente, las muertes prematuras, que desde la perspectiva del autor son aquellas “muertes en exceso evitables, que se deben a las condiciones de privación, pobreza y desigualdad que restringen los derechos humanos” (p. 165). “La desigualdad mata”, dice Therborn sin rodeos en el libro citado, y Mario Luis Fuentes nos lo muestra en México. En el país hay un crecimiento exponencial del número de defunciones anuales que no se corresponde con el ritmo de crecimiento demográfico y con lo que podríamos esperar a partir de él; es decir, algo está funcionando mal. Su análisis nos deja ver, además, que el grupo de las siete causas de mortalidad prevenible o evitable ha representado más de 50% de la mortalidad general en el país y que esa carga ha ido creciendo gradualmente, hasta representar en 2016 prácticamente 58% del total de defunciones registradas en el país.

En este escenario, los homicidios, como forma extrema de violencia, tienen un peso tan destacado que algunos demógrafos ya han observado variaciones en la pirámide de población de los varones, así como en su esperanza de vida. Estas muertes, que ocurren mayoritariamente entre jóvenes, superaron las 29 mil en 2017, y todo indica que esta marca nefasta volverá a ser superada este año. El texto de Mario Luis Fuentes, y la interpretación de los datos (a algunos de los cuales nos hemos habituado), es un llamado a despertar que se dirige a una sociedad comfortably numb.

No quisiera cerrar esta reseña sin antes referirme brevemente a una discusión particularmente interesante que el autor plantea en los capítulos iniciales cuando alude a la conceptualización de la vulnerabilidad. Se trata de un concepto que en el transcurso de las tres o cuatro últimas décadas ha ido ganando un lugar propio y más que relevante en el análisis de la cuestión social. Desde algunos enfoques se privilegia la carencia de recursos para enfrentar crisis externas y la resiliencia de actores y hogares; otros ponen énfasis en el desajuste entre recursos y estructura de oportunidades, y otros más la definen como una zona gris de incertidumbre, precariedad y riesgo de exclusión. Yo mismo he reflexionado sobre la vigencia de este concepto y la posibilidad de lograr una nueva síntesis que nos permita interpretar mejor la cuestión social contemporánea (cf. “Pobres y vulnerables en México: contexto, transformaciones y perspectivas”, en M. González de la Rocha y Gonzalo A. Saraví (coords.), Pobreza y vulnerabilidad: Debates y estudios contemporáneos en México, México, ciesas, 2018). Sin embargo, el planteamiento de Mario Luis Fuentes al respecto es particularmente original. Más que como una condición transitoria que afecta a determinados sujetos, el autor nos propone repensar la vulnerabilidad como una condición casi esencial a lo humano, una huella que portamos desde el nacimiento mismo. Cito:

la vulnerabilidad es la característica definitoria por excelencia de la vida, pues, en sentido estricto, cualquier ser vivo podría en determinado momento, ya sea por enfermedades, accidentes, agresiones, o por el propio contexto en el que se vive, situarse en algún nivel de vulnerabilidad […] asumir que la vulnerabilidad es la herida que todos portamos a lo largo de la existencia implicaría, entonces, en esta interpretación, que la vulnerabilidad no es sino la huella perenne de nuestro carácter finito, imperfecto y siempre expuesto al devenir de la historia en la que discurre cada una de nuestras existencias (pp. 63 y 66).

El desafío para un modelo de desarrollo humano consiste en que la reducción de la vulnerabilidad de la que es capaz nuestra sociedad no sea sólo para unos, mientras los otros son condenados al desamparo.

La invitación a leer el texto de Mario Luis Fuentes está hecha. Seguro que los lectores encontrarán en esta obra muchas otras claves para repensar a México y reflexionar sobre el destino que queremos darle como sociedad.

*Este artículo fue publicado originalmente en la revista Otros diálogos de El Colegio de México y se reproduce con autorización de su autor.

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