por Ricardo Lagos
Si se habla de siglo XXI con espíritu prospectivo hay dos realidades que no pueden dejarse de lado: primero, ya ningún país, ni el más poderoso, puede solucionar por sí solo todos los problemas del devenir mundial; segundo, nunca como ahora la sociedad civil, en todos los continentes, se intercomunica y sigue el acontecer que le importa, el cercano y el lejano; por ello, opina y exige más sobre el papel internacional que espera de su país. Ése es el marco para un nuevo orden mundial
La realidad convoca a trabajar prioritariamente en el área de las negociaciones y los consensos. Habrá quiebras y crisis pero ya está claro que la imposición del poder militar como solución mayor no garantiza nada. Irak demostró que puede ser fácil ganar la guerra, pero muy difícil ganar la paz. Los ejemplos se multiplican. Todo ello lleva a la cuestión de fondo: ¿cómo se convive en un mundo intercomunicado con ideologías diversas, con religiones distintas, con urbanización creciente, con educación precaria para las aspiraciones de los jóvenes en su afán de crear futuro? Uso el verbo convivir en su significado esencial: saber vivir unos junto a otros, aunque no seamos iguales ni pensemos lo mismo. Ahí está el eje del orden a crear.
Es cierto que la globalización ya está en todo: cambio climático, ataques terroristas, pandemias, migraciones masivas. Todo eso es verdad, pero el diagnóstico no se puede hacer con los ojos puestos en el espejo retrovisor. Podemos compartir lo dicho por Joschka Fischer en un artículo reciente, en el sentido de que el orden político y económico “siempre ha sido resultado de una lucha por el dominio (a menudo brutal, sangrienta y prolongada) entre potencias rivales”, pero es muy difícil aceptar que “sólo a través del conflicto se establecen los pilares, las instituciones y los actores de un nuevo orden”.
Lo que viene es un mundo donde confrontar y competir no anulará la necesidad de concordar y cooperar. Pero ello reclama entender las interdependencias y las nuevas vías de interrelaciones en lo internacional. De la pertenencia a alianzas absolutas –donde si estás conmigo no estás con otro– se ha pasado a un tiempo de vinculaciones diversificadas. Los cuatro del Pacífico Sur que firmaron el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, el TPP (Australia, Nueva Zelanda, Perú y Chile), tienen su Tratado de Libre Comercio con China y no estarían asumiendo la misma visión anti Beijing del acuerdo que tiene Washington.
Más allá de la coyuntura (tan heredera de lo que el siglo XX no supo resolver) estamos transitando hacia un mundo multicoral donde el orden mundial estará determinado por los países continentes como India, China y Estados Unidos, pero también por aquellas regiones que logren hablar con una sola voz como la Unión Europea (suponiendo que sabrá resolver sus dificultades internas). Los países de América Latina y el Caribe saben que deben equilibrar los intereses sociales y políticos de cada cual con la capacidad de actuar como un bloque en la esfera internacional. Ahora esa tarea está en manos de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe, CELAC, pero falta mucho para mostrar solidez común.
En el marco de ese diálogo de regiones y países continentes, cada cual tendrá que poner sobre la mesa lo propio, sin pretender que los demás deben seguir su modelo. El mundo musulmán tiene el desafío de mostrar que el Islam no llega al mundo de hoy obsesionado en que los demás reconozcan a Alá y sigan sus leyes, sino que asuma la fuerza de la diversidad y el diálogo. Por cierto, Occidente también debe demostrar que no se aterra cuando “el otro” viene a convivir con su civilización. Son tiempos donde Sócrates y Confucio concurren a gestar una plataforma común civilizatoria, y allí América Latina y el Caribe deben mostrar cómo y por qué son una “zona de paz”, mientras África irrumpe desde su retraso haciendo visible la fuerza de la sobrevivencia para avanzar en su desarrollo.
Los nuevos pilares del orden internacional reclaman dar a las crisis y las confrontaciones el cauce de la política y la participación ciudadana y, sobre todo, reclaman ideas nuevas. Académicos y políticos latinoamericanos y del Caribe nos hemos unido en el Consejo Latinoamericano de Relaciones Internacionales (RIAL) para desde allí aportar lo nuestro. No es tangencial, es esencial hacerlo para que no se impongan las teorías del conflicto ineludible.
Este artículo se reproduce con autorización del Centro de Colaboraciones Solidarias
Ricardo Lagos Ex presidente de Chile, presidente del Consejo Latinoamericano de Relaciones Internacionales (RIAL) |
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