La injustificada agresión de Rusia a Ucrania -esta guerra cumple este mes de febrero dos años de haber iniciado-, así como el conflicto del Estado de Israel en contra del grupo terrorista de Hamas en la Franja de Gaza, son los conflictos más visibles en el escenario internacional. Sin embargo, el mundo está lejos de encontrarse en situación de paz, y lo peor es que hay regiones que podrían “incendiarse” aún más, y otras que podrían entrar en conflictos bélicos internacionales o en guerras civiles.
Escrito por: Mario Luis Fuentes
De acuerdo con la información de la Organización de las Naciones Unidas, hasta el momento se encuentran activos conflictos bélicos de “gran escala” en Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria. Al respecto debe decirse que, según varios estudios, se entiende que existe un conflicto en categoría de guerra cuando fallecen en batalla o combate al menos mil combatientes. Se clasifican como conflictos bélicos por territorios o por alcanzar el gobierno de algún país, cuando las confrontaciones llegan a 25 mil decesos en batalle en un año.
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Con base en esos parámetros, se estima que hay un incremento en el número de decesos en conflictos bélicos, un 97% entre 2022 y más de 400% respecto de lo que ocurrió en la década de los años 2000, tal como se documenta en la nota de la BBC firmada por Ricardo Serna (https://bit.ly/4bBNP5J)
Hay además otros territorios que viven condiciones de muy alta violencia armada, asociada a la presencia del crimen organizado y los combates que se dan entre fuerzas militares y policiacas en contra de las bandas delincuenciales, lo que provoca decenas de miles de muertes todos los años, como ocurre en el caso mexicano, donde tenemos más de 30 mil defunciones anuales por violencia, y entre los años 2006 y 2024 han fallecido casi medio millón de personas por homicidios dolosos, lo cual, ante las magnitudes señaladas, colocaría a nuestro país al nivel de los conflictos más sangrientos del planeta.
De manera siempre dolorosa, quienes sufren las peores consecuencias en las sociedades en guerra y en los territorios con altos niveles de conflictividad, son las niñas y niños, así como las personas adultas mayores, entre otros grupos vulnerables, los cuales viven episodios terribles de angustia, miedo; y también procesos de tristeza y duelos prolongados porque fallecen familiares, vecinos y amigos.
Para el caso mexicano, estamos ante situaciones críticas en las que se viven complejos procesos de abuso cometidos en contra de cientos, quizá miles de niñas y niños. El primero de ellos, quizá el más visible, es el relativo a los cientos de miles que han quedado huérfanos como producto de la mortandad provocada por el crimen organizado.
En ese sentido, hay estudios que sugieren la existencia de más de 500 mil niñas, niños y adolescentes en esa situación, sin que exista ningún mecanismo o dispositivo institucional para su cuidado, protección e incorporación a procesos que les ayuden a sanar y a superar la pérdida, pero también evitar que sigan atrapados, cuando es el caso, en redes de criminalidad y violencia.
En segundo lugar, se encuentran aquellas niñas y niños que forman parte de las familias desplazadas por la violencia. Decenas de miles de personas que han debido dejar sus localidades de origen, en medio de amenazas, extorsiones, pero también agresiones directas que tienen sus peores expresiones en las nuevas modalidades de “bombardeos de comunidades” utilizando drones.
En tercer lugar, se encuentra el caso de las miles de niñas, y principalmente niños varones, que han sido reclutados de manera forzada por los grupos delincuenciales; pero también casos como ocurrió recientemente en el municipio de Ayahualtempa, donde fueron tomadas imágenes de niños armados y siendo aleccionados para combatir a los delincuentes.
La “normalidad de un mundo en guerra” es en realidad una anomalía inaceptable para una sociedad global que tiene las capacidades de erradicar la pobreza, de reducir las desigualdades; de crear una vacuna para combatir a un virus nuevo y mortal; pero que no logra resolver las cuestiones más básicas del hambre, de las enfermedades evitables y de construir relaciones de paz duraderas y nuevas lógicas de relación diplomática entre las naciones que lleven a una resolución pacífica de los conflictos.
Pese a ello, estamos atrapados en una de las etapas más terribles en términos de capacidad destructiva y despliegue de fuerza para aniquilar, someter, destruir; y para provocar temor, desesperación y carencia de perspectivas de futuro para generaciones enteras que pierden todo en unos cuantos segundos al tremor de las bombas y los gatillos de las armas de asalto.
Estamos ante una situación siempre crítica, en la que el peligro del uso potencial de armas nucleares se mantiene. Los arsenales soviéticos, de Irán, Israel, India, Pakistán, Corea los Estados Unidos de América siguen siendo enormes y siguen apuntando hacia los probables enemigos y potenciales blancos de destrucción masiva.
Un mundo así es, por donde se vea, éticamente inviable. Porque está sometido a la lógica de la fuerza y, en los escenarios del “último recurso”; se encuentra siempre la posibilidad de la locura y del desenfreno; el posible reinado de la hybris y del caos, que en nuestro caso y en nuestro contexto, estaría muy lejos de ser el caos primordial del que habló Hesíodo, y se asemejaría más bien al caos que se espera nos traigan las keres, es decir, las muertes y las representantes de la destrucción y aniquilación humana.
Es hora de modificar el rumbo y detener “la marcha de los locos”; estamos ante la posibilidad real de convertirnos en la primera generación que dijo definitivamente no a la guerra; y que comenzó a dar los primeros pasos hacia el ideal, planteado ya hace siglos por Kant, de construir una paz perpetua. No depende sino de nosotros.
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Investigador del PUED-UNAM
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