Según un texto reciente del politólogo experto global en democracia, Larry Diamond, publicado en la revista de política exterior Foreign Affairs, en los últimos años, una prolongada recesión democrática mundial se ha transformado en algo aún más preocupante: en una “tercera ola inversa” de rupturas democráticas. Otro politólogo de renombre, Samuel Huntington, la había advertido: dicha ola podría presentarse justo después del notable estallido del progreso democrático de la tercera ola democratizadora en las décadas de 1980 y 1990.
Escrito por: Sergio González Muñoz
Diamond se duele de que, durante los últimos 15 años, Freedom House ha reportado que muchos países han visto más decrementos que ganancias en derechos políticos y libertades civiles; pero que desde 2015 esa ominosa tendencia apunta a empeorar. Afirma que 2015-19 fue el primer lustro desde el comienzo de la tercera ola en 1974, en que más países abandonaron la democracia (12) que los que la abrazaron (7).
Denuncia que la tendencia avanza y que los líderes populistas “iliberales” están degradando la democracia en países como Brasil, India, México y Polonia, y que el autoritarismo sigiloso ya ha sacado por completo a Hungría, Filipinas, Turquía y Venezuela de la categoría de democracias.
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Intitulado “¿Un mundo sin democracia estadounidense? Las consecuencias globales del retroceso democrático de Estados Unidos”, el texto nos recuerda que un régimen democrático se sostiene en tres bases. La primera, la soberanía popular: el gobierno del pueblo, que exige que las personas puedan elegir y reemplazar a sus líderes en elecciones regulares, libres y justas. De manera crucial, las elecciones deben administrarse de manera imparcial, para que los votos válidos se cuenten con precisión y otorguen poder a quienes ganan.
La segunda base es la libertad. Un sistema plenamente democrático proporciona fuertes protecciones para las libertades de expresión, prensa, asociación y reunión y garantiza que estén igualmente garantizadas para todos los grupos sociales.
La tercera base, el estado de derecho, garantiza que los procedimientos democráticos sean aplicados imparcialmente por un poder judicial independiente y otros órganos reguladores que controlen el abuso de poder. En la mayoría de las democracias avanzadas, estos instrumentos de rendición de cuentas incluyen organismos nacionales para administrar las elecciones y monitorear la corrupción.
Hoy en día, dice, Estados Unidos se enfrenta a un creciente movimiento desafiante de los fundamentos mismos de la democracia electoral. Si este esfuerzo triunfa, advierte que esa nación podría convertirse en la primera democracia industrial avanzada en fracasar, es decir, en dejar de cumplir con las condiciones mínimas para elecciones libres y justas.
Anuncia, con acierto, que eso sería catastrófico no sólo para su país, sino que tendría profundas consecuencias mundiales ahora que la libertad y la democracia se encuentran bajo asedio. Y es por eso, dice, que ningún evento dañaría más gravemente la causa democrática global que el retroceso democrático de “su campeón más importante”. ¿Será? Yo creo que sí. Tenemos que estar vigilantes, pues una gripa allá es pulmonía acá.
Diamond se duele también de que, infortunadamente, no es una exageración hablar del peligro del fracaso de la democracia norteamericana y nos recuerda que desde hace años las y los politólogos difieren sobre las condiciones mínimas para la democracia, pero que coinciden en que un país no puede ser considerado una democracia si no garantiza ampliamente la administración neutral y justa de las elecciones.
Es decir, si el resultado de una elección nacional importante en los Estados Unidos se determinara mediante la exclusión fraudulenta o la manipulación de votos, el país dejaría de ser una democracia, sin importar cuánta libertad de expresión pudiera sobrevivir (por un tiempo).
Diamond Informa que recientemente más de 100 prominentes estudiosos de la democracia advirtieron en una declaración colectiva que los ataques republicanos a la integridad electoral podrían provocar la desaparición de la democracia estadounidense y llamaron al Congreso a aprobar la Ley John Lewis de Derechos de Voto y adoptar otras medidas para “garantizar la santidad y la independencia de la administración electoral”.
Lamenta además que una amplia reforma legal para prohibir la manipulación política partidista de los contornos geográficos de los distritos electorales (gerrymandering) y para fortalecer los estándares de votación, se ven poco probables en el corto plazo en el Congreso estadounidense, por lo que la defensa de la democracia del país dependerá en gran medida de su sociedad civil.
Esto es relevante, dice, por la enorme importancia de los Estados Unidos como fuente de difusión política, para bien o para mal, que los convierte en un ejemplo que influirá en las democracias en dificultades, pero también en las autocracias. Y que el mantra de Trump de “noticias falsas” envalentonó en sus ataques contra los medios de comunicación tanto a líderes de democracias en retroceso (como Filipinas y Polonia) como de países en franca autocracia (como Turquía y Venezuela).
Advierte que, si Estados Unidos termina desfigurando su democracia politizando la administración electoral y suprimiendo los votos de las minorías, los autócratas del mundo aprovecharán alegremente el precedente estadounidense como justificación para sus métodos de bloqueo del cambio democrático. Y que, en las democracias en declive, los dirigentes políticamente vulnerables adoptarán métodos similares de violación de la integridad electoral para aferrarse al poder.
Cierra resumiendo que es probable que lo que le suceda a la democracia en los Estados Unidos determine el destino de la democracia en todo el mundo y que está por verse si esta tercera ola de reversión democrática se detiene o si recibe un horrible nuevo impulso.
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Frase clave: Un mundo sin democracia, Un mundo sin democracia y la tercera ola inversa