por Mario Luis Fuentes
Ninguna nación puede presentarse realmente como igualitaria, cuando las probabilidades de que las generaciones presentes y futuras tengan acceso a mejores condiciones de bienestar y desarrollo que las precedentes son escasas o nulas. Es decir, cuando el futuro está cancelado para las nuevas generaciones y cuando sus expectativas de vida son menores a las que tuvieron sus padres, madres o abuelos.
Eso es justo lo que está ocurriendo en México; en medio de la crisis de las violencias, del malestar social generalizado y de las condiciones de pobreza, empleo precario y marginación que existen en distintas y amplias regiones del país, lo que se ha evidenciado es que las personas que nacen en cierto estatus socioeconómico es difícil que se muevan de él, tanto de forma ascendente, como de forma descendente.
¿Qué es la movilidad social?
En México, los principales estudios en torno a la movilidad social los ha llevado a cabo recientemente el Centro de Estudios Espinosa Yglesias (CEEY). En su informe 2013, se define a este concepto como: “Los cambios que experimentan los miembros de una sociedad en su posición en la estructura socioeconómica (…) Si las personas mejoran o empeoran su condición socioeconómica con respecto a la de su hogar de origen, entonces se dice que se mueven. Por otro lado, en caso de que su logro sea similar al de sus padres, entonces se concluye que se mantienen inmóviles”.
Desde esta perspectiva, la movilidad social y su estudio están vinculados al análisis de las desigualdades e inequidades en el acceso a oportunidades para el bienestar y el desarrollo; en esa lógica, el primer dato que es pertinente destacar es el relativo al coeficiente de Gini, el cual en el año 2012 se ubicó en .498, es decir, en nuestro país hay una muy alta concentración de la riqueza.
De hecho, de acuerdo con los datos de la OCDE, México es el segundo país con mayor desigualdad de ingreso entre las naciones que son parte de este organismo, en cuya lista -respecto al coeficiente de Gini- sólo somos superados por la desigualdad que existe en Chile.
En ese sentido, el CEEY destaca que la existencia de una movilidad social importante implica que una sociedad es capaz de reconocer y recompensar el esfuerzo y talento de sus integrantes.
En el caso mexicano, lo que muestran los datos es que: las personas que provienen de estratos pobres difícilmente podrán salir de ellos, para las clases medias las oportunidades son muy limitadas, y que para quienes nacen en hogares de altos ingresos y bienestar, lo más probable es que a lo largo de la vida se mantengan en ese nivel; es decir, somos un país con una muy baja movilidad social.
Un país con baja movilidad social
De acuerdo con el análisis del CEEY, México puede ser catalogado como un país de baja movilidad social, aun cuando entre sus clases medias se detecta una movilidad social importante; es decir, de puede transitar de “clase media baja” a clase “media alta”. Sin embargo, para los pobres y para los ricos la probabilidad es mantenerse en su estatus en el largo plazo.
Comparado con lo que ocurre en otros países, en México las oportunidades de escalar en la estructura social son mucho menores que, por citar un ejemplo, en los países escandinavos. El CEEY lo explica como sigue: “(…) en países con una larga tradición de Estados de bienestar como Suecia, Finlandia, Noruega y Dinamarca, la proporción de individuos que provienen del quintil más bajo y que ahí permanecen resulta prácticamente la mitad que la mexicana. Por otro lado, si se observa la proporción de hijos que partieron del quintil más bajo y que alcanzaron el más alto, la proporción en los países escandinavos prácticamente triplica la mexicana (…) En lo que se refiere a la proporción de aquéllos que provienen del quintil más alto y que se mantienen ahí, es decir, que no experimentan movilidad descendente, la proporción en los países escandinavos es menor y representa el 60% de la proporción mexicana correspondiente”.
Un panorama difícil
Los datos del CEEY muestran que el 48% de quienes forman parte del quintil de más bajos recursos se mantiene en él a lo largo de su vida; es decir 48 de cada 100 pobres se mantienen en el mismo estatus intergeneracionalmente; en el polo opuesto, el 52% de quienes forman parte de los hogares del quintil de más altos ingresos no se mueve de esa posición a lo largo de sus vidas.
Adicionalmente, la evidencia presentada por el CEEY muestra que únicamente el 12% de quienes han concluido la educación superior tienen madres y padres con escolaridad de primaria; mientras que el 59% de quienes concluyeron una carrera universitaria tienen madres y padres con formación de nivel superior.
Como conclusión, pueden citarse las siguientes afirmaciones del CEEY sobre la movilidad social:
En relación con la riqueza: “En términos de la dimensión de riqueza, 8% de las personas que partieron del quintil más bajo alcanzó el quintil más alto de la distribución (…) Finalmente, en materia de percepciones, las personas no invierten esfuerzos adicionales en formación de capacidades al percibir que éstos no generan ganancias de largo plazo (…)”.
En función del sexo de las personas: “La movilidad por sexo muestra que los procesos de movilidad entre mujeres y hombres son desiguales. La movilidad es mayor en las mujeres que en los hombres. Sin embargo, las mujeres también tienen mayor certeza de mantenerse en los estratos bajos cuando su origen se encuentra ahí y menores opciones que los hombres de mantenerse en los sectores altos aunque su origen también sea ése”.
*Columna publicada con el mismo nombre en el periódico Excélsior, 09- Junio- 2015, p.21
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