Uno de los grandes déficits democráticos en México se encuentra en la incapacidad de los partidos políticos de garantizar que las candidaturas que nos presentan son las idóneas para, no sólo ser competitivos en los procesos electorales sino, ante todo, para que quienes resulten elegidas o elegidos desempeñen de manera eficaz los cargos para los cuales les es conferida la confianza ciudadana.
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Desde esta perspectiva, resulta cuestionable el círculo vicioso que se ha generado en el desarrollo de las campañas políticas pues las y los candidatos asumen que deben dirigirse a la ciudadanía a través de mensajes que apelan a la emocionalidad, antes que a la racionalidad, pues lo que garantiza elevar la simpatía y la intención del voto, a decir de quienes participan en procesos electorales, es un diseño de mensaje que está dirigido a mover emociones antes que a fomentar la conciencia crítica de la ciudadanía.
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Se ha marginado radicalmente la responsabilidad de la pedagogía democrática que tienen los partidos políticos por mandato constitucional. Al contrario de esto, hay figuras públicas que incluso recurren a discursos de odio, reproducción de estereotipos y de prácticas de discriminación que, incluso de manera sutil, se mantienen como parte del posicionamiento discursivo que se utiliza para convencer al electorado de votar por unas y otros candidatos, de todos los colores y signos políticos.
La crisis de representatividad de los partidos está vinculada necesariamente a esta realidad; y como correlato, se traduce en una crisis de legitimidad y credibilidad de la propia democracia pues, al ser elegidas mayoritariamente personas que no tienen las capacidades requeridas para el ejercicio de los cargos, la ciudadanía se desencanta rápidamente de quienes prometieron resolver los problemas más sentidos de la población, se ven imposibilitados para transformar estructuralmente las condiciones de vida de la sociedad.
De esta forma, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental (ENCIG, 2019), levantada y procesada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), sólo el 56% de la población nacional se encuentra satisfecha con los servicios de agua potable que recibe en sus viviendas; el 46.2% está satisfecho con los servicios de drenaje; el 38.2% se dice satisfecho con los servicios de alumbrado público en sus calles y colonias; el 39.7% lo está con los parques y jardines de su localidad; el 66.4% lo está respecto de sus servicios de recolección de basura; el 26.2% lo está con los servicios de la policía; y el 25.1% con los servicios de calles y avenidas de los lugares donde viven.
La misma encuesta del INEGI muestra elevados niveles de insatisfacción respecto de los servicios que les prestan las instituciones de los gobiernos estatales y federales. Por lo que la conclusión es inevitable: uno de los factores que explican la insatisfacción con la democracia en México se encuentra en la incapacidad de los partidos políticos de generar gobiernos de calidad, es decir, gobiernos eficaces en el cumplimiento del mandato constitucional y legal, a lo que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo le ha llamado “déficit de estatalidad”.
El próximo mes de junio se elegirán más de 20 mil cargos de elección popular que permitirán la llegada, a distintas posiciones en los gobiernos municipales y estatales, a nuevos responsables de tomar decisiones en un contexto de severas restricciones presupuestales, de incertidumbre por la pandemia, y de constante amenaza por los embates del crimen organizado.
De manera lamentable, estamos ante una democracia que está atrapada en la coyuntura del pragmatismo inmoral de los partidos políticos, que los lleva a actuar con base los cálculos electorales coyunturales, garantizando a las burocracias partidistas proteger sus privilegios y posiciones, pero reproduciendo la fractura estructural de nuestra democracia, que no es otra sino su incapacidad de garantizar un sólido Estado social de derecho capaz de proteger a la mayoría.
Los modelos de partidos políticos que buscaban “la eficacia electoral” para lograr posiciones, desde ahí formar “cuadros para la transformación”, está completamente desbordada. La consolidación democrática de México y la construcción de un nuevo curso de desarrollo, desde lo local hasta lo federal será posible sólo en la medida en que se consiga el urgente tránsito del arte de emocionar, al arte de gobernar con eficacia, para el bienestar, la paz y la garantía universal y plena de los derechos humanos.
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Frase clave: un pragmatismo inmoral
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