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Una economía tambaleante

Hasta dónde se dispone de información, la recuperación de la economía nacional pierde fuelle o se está frenando, y parece entrar a una ruta inercial más pronto de lo que se pensaba. No se habla del tema en las conferencias matutinas de Palacio, pero es relevante política y socialmente, porque si continúa la desaceleración, pronto afectará con más intensidad a la generación de empleos, los ingresos públicos, el consumo y en otras variables que afectarán al bienestar.

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Todos queremos que las condiciones de vida mejoren y que este sea el criterio para evaluar el desarrollo. También hay acuerdo en que la creación de empleos dignos, bien remunerados y con seguridad social, es la vía para salir de la pobreza, y que si los ingresos de la población no son suficientes, hacen falta programas de transferencias bien dirigidos y ejecutados. No se discute, tampoco, que estos programas requieren ingresos públicos suficientes y crecientes, que además dejen espacio para invertir en infraestructura y para financiar los bienes públicos de educación, salud, desarrollo urbano, seguridad, medio ambiente y otros.

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De lo que no se habla, al menos no públicamente ni con la intensidad necesaria, es que para que ocurra lo que se menciona en el párrafo anterior, las actividades económicas tienen que ser dinámicas, debe fluir la inversión para reponer lo que se deteriora y para mejorar las condiciones de la planta productiva, para crear los empleos que demanda la población que no tiene trabajo o que empieza a demandarlo, que tiene que fluir el crédito para financiar esas inversiones, y así con otras condiciones necesarias que nos alejen del estancamiento.

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De lo que no se habla, en otras palabras, es de la necesidad de la prosperidad como acompañante del bienestar. Hay un pudor extremo alrededor del crecimiento económico, y de hecho está proscrito de la conversación políticamente correcta. Hace mucho, incluso antes de la llamada época neoliberal, que floreció, justificadamente, la crítica del crecimiento como objetivo fundamental de las economías, como su propósito principal. Hace ya más de 60 años de eso. Desde entonces, se han ido formulando soluciones para poner en el centro, no solo como fin sino también como medio, las mejoras distributivas, humanas y ambientales por encima del simple aumento de la producción.

Lo que también se fue aprendiendo es que los logros del bienestar suponen un soporte en el crecimiento. Y no es que este tenga que ser muy alto, sino bien orientado, con énfasis en el trabajo, la distribución equitativa de los ingresos, la inclusión de las mujeres, las generación de ingresos tributarios para asignarlos a los grupos vulnerables, la protección del medio ambiente, la atención a las regiones más rezagadas y otras condiciones que en conjunto designan la calidad del desarrollo.

El énfasis en la prioridad del bienestar ha cumplido su función, sin duda. Ahora es tiempo de apuntalar la expansión productiva de forma incluyente, y eso es lo que está fallando. La crisis de la pandemia puede dejar daños durante un periodo largo. A mediados de año se festinó que la recuperación estaba saliendo de maravilla, con un crecimiento de más de seis por ciento anual y sin necesidad de apoyos especiales a los sectores más dañados. La economía decreció un poco el tercer trimestre de 2021, y el saldo anual será menor al que se esperaba. Para los próximos años, la previsión es que la expansión económica apenas supere el dos por ciento anual, lo que alcanzará para crear menos de 450,000 empleos formales por año https://bit.ly/3rPU01g Es decir, para generar menos de la mitad de los puestos de trabajo requeridos, con lo que no se podrán compensar las plazas laborales que dejaron de formarse durante la crisis.

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Son muchos los factores que están detrás del freno de la recuperación, pero el más evidente es la poca inversión privada y pública. El último reporte de INEGI sobre el tema deja muchas preocupaciones, pues muestra que la inversión bajó de nuevo en el mes de septiembre en la mayoría de sus componentes https://bit.ly/3EJsAOa y que sus niveles están como los de hace una década. Si se mira la construcción, la situación es todavía más grave, y se compara con la que había antes de la crisis de 2008-2009. El déficit de la inversión es de entre seis y siete puntos del PIB, lo que hace casi imposible que se pueda conseguir una mayor expansión de las actividades productivas.

Urge que nos tomemos en serio la recuperación. Sin un mayor crecimiento de la economía se está agravando más el riesgo de que la orientación para atender primero a los pobres se quede muy corta. Hay que darle una dirección inclusiva y distributiva, pero sobre todo hay que conseguir el crecimiento, y eso requiere cambiar el discurso público para valorar en todo lo que cabe la inversión.

Que no se olvide que en el crecimiento contribuyen e intervienen las pequeñas empresas, que son las que más necesitan el crédito de la banca de desarrollo y de la privada, pero que el crédito sigue siendo cada vez más escaso y caro. Ya se ha enfatizado suficientemente que primero debe estar el bienestar, ahora debe apoyarse su soporte, que es la generación de más actividad económica. Y sí, esto se llama crecimiento, aunque se eluda siquiera mencionarlo.

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