En México hay, de acuerdo con el Sistema de Información Cultural del Gobierno de la República, 3,086 universidades. Hay 10 estados con más de 100 en cada uno de ellos: La Ciudad de México tiene el mayor número, con 341; seguido por el Estado de México, con 240; Puebla con 230; Veracruz con 209; Jalisco con 189; Tamaulipas con 136; Sonora con 112; Chiapas, con 103; Nuevo León y Guanajuato con 100, respectivamente.
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Parecen muchas; pero si se plantea frente a la magnitud demográfica del país, el dato se reduce a 2.44 universidades por cada 100 mil habitantes; esto sin considerar la enorme dispersión de las mismas, ni tampoco las diferencias de capacidades en términos de matrícula, docencia, difusión cultural, investigación científica y tecnológica, infraestructura, tradiciones de pensamiento formadas a lo largo del tiempo, etcétera.
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De acuerdo con los datos de la OCDE, alrededor del 56% de la población adulta de Canadá posee un título universitario; en Costa Rica, el porcentaje es de 30%; en Colombia el indicador es de alrededor 23%; mientras que en México se estima que alrededor del 20% de la población mayor de 24 años tiene un título universitario.
Este escenario nos coloca ante el doble reto: ampliar aceleradamente la matrícula de las universidades públicas; y simultáneamente hacerlo a través de carreras con pertinencia económica y social. Esto implica un balance serio en torno a cuáles son las licenciaturas y posgrados con pertinencia formativa y laboral; y cuáles son las que resultan indispensables para el crecimiento espiritual y cultural de la sociedad.
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En la necesaria revisión que debe llevarse a cabo, debe privar un equilibrio presupuestal para garantizar que México no se quede atrás en el desarrollo científico y tecnológico, pero sin caer en el absurdo de pretender que la enseñanza de la filosofía, las artes y en general, las humanidades, “no son útiles”, sino que, por el contrario, -parafraseando a un clásico-, es justamente por su “inutilidad práctica” por lo que resultan más valiosas e indispensables para una sociedad como la nuestra.
Carecemos en México de un diagnóstico integral sobre la oferta profesional; y esto hay que extenderlo al nivel del bachillerato técnico. Construirlo no es muy difícil. La SEP, la propia ANUIES disponen de recursos para llevarlo a cabo. Este diagnóstico debería tener un mapeo muy claro de la oferta educativa; una muy clara visión sobre la calidad mínima aceptable de la enseñanza pública y privada; pero, sobre todo, una proyección de mediano y largo plazo sobre carreras que serán obsoletas en dos o tres décadas; y sobre las carreras que urge impulsar.
De acuerdo con Linkedin e Infojobs, dos de las plataformas digitales más relevantes de reclutamiento laboral en el mundo, la pandemia potenció los servicios digitales de venta y envío de productos; esto implica nuevas capacidades de logística, manejo de almacenes y comercio electrónico. ¿Cómo está la enseñanza en México en esas materias, cuyo crecimiento es y seguirá siendo acelerado?.
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Igualmente, las profesiones más demandadas son relativas al desarrollo de software, inteligencia artificial, cloud data storage, especialistas en análisis de big data, e incluso otras como perfiles expertos en telemedicina; abogados digitales y un largo etcétera de nuevos perfiles profesiográficos sobre los que urge mejorar lo que tenemos, e innovar en todo aquello que ni siquiera hemos visto en toda su magnitud y con las ventanas de oportunidad que significa para un país como el nuestro.
La UNAM, por ejemplo, avanzó recientemente a la aprobación de la Licenciatura 131 de su oferta académica: la licenciatura en turismo y desarrollo sostenible; la cual combina dos de las actividades clave para el desarrollo económico y social del país.
Vamos muy rezagados respecto de lo que se está haciendo en otros países. Y por ello es urgente que todos los actores involucrados en la materia pongan, pero ya, manos a la obra; porque el futuro definitivamente no nos va a esperar.
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