De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la industria del tabaco tiene como principal característica tener una muy alta letalidad. De acuerdo con sus estimaciones, el 50% de quienes fuman fallecen como consecuencia del consumo de cigarrillos.
El dato es enorme, sobre todo si se considera que en el mundo habría alrededor de mil millones de personas que fuman cigarrillos, de los cuales, el 80% vive en países de ingresos medios y bajos. Lo anterior es porque justamente en estos países, las regulaciones son mucho más débiles y sus gobiernos y representantes populares son mucho más proclives a la corrupción y a aprobar leyes mucho más laxas que las de los países más ricos.
Otra cifra escalofriante que da a conocer la OMS, es que cada año fallecen alrededor de 7 millones de personas a causa del consumo del cigarro. De ellas, casi 900 mil son personas que, sin fumar, se encuentran expuestas constantemente al humo del cigarro, las cuales son conocidas como “fumadores pasivos”.
En México las consecuencias son igualmente funestas. Al año fallecen más de 20 mil personas debido a las enfermedades pulmonares obstructivo crónicas (EPOC), y también se registran alrededor de otras 20 mil defunciones por distintos tipos de cáncer asociados directamente al consumo del tabaco.
La prevalencia de la adicción en el país es enorme: casi el 17% de los mayores de 15 años se consideran fumadores; y el gasto promedio mensual en cigarros asciende a alrededor de 290 pesos, lo cual equivale a casi el 18% del ingreso laboral per capita promedio que se obtiene en el país, y el cual, de acuerdo con el CONEVAL, asciende a $1,711 pesos mensuales reales, deflactados a la canasta básica alimentaria, con precios del 2010.
De acuerdo con especialistas como Juan Zínser, cada defunción por consumo de tabaco representa una ganancia de alrededor de 10 mil dólares para las industrias tabacaleras; de tal forma que, si se multiplica esa suma por los 7 millones de personas que cada año fallecen por fumar, se tiene nada menos que la friolera de 70 mil millones de dórales anuales en ganancias.
Estas cifras autorizan a sostener que estamos ante una de las industrias de mayor inmoralidad jamás construidas; lo peor, es que su funcionamiento es legal, y en algunos estratos socioeconómicos, el consumir tabaco es asociado con ciertos niveles o estatus.
Por supuesto que el tema también se asocia a la agenda de la salud mental. De acuerdo con las estadísticas que hay en el país, una de cada tres personas padece o padecerá depresión en algún momento de sus vidas, lo cual se asocia además a estrés y sentimientos de angustia, precursores ante los cuales miles de personas optan por el consumo de cigarrillos.
La nicotina es una de las sustancias de mayor capacidad adictiva que hay en el planeta; por eso dejarla es todo un reto y por ello las tasas de reincidencia en el consumo de cigarros son muy elevadas, pues lo que ocurre es que, ante la ausencia de servicios integrales en el sector público, tanto para la rehabilitación de adicciones como de atención a la salud mental, las personas tienen que vivir los procesos y tratamientos prácticamente solas.
La inmoralidad de las tabacaleras no tiene, desde esta perspectiva, parangón. Se trata de una industria que lucra con la vulnerabilidad de las personas, sobre todo de las más jóvenes; de ahí que deba destacarse que la edad promedio de inicio en el consumo de cigarrillos sigue descendiendo en el país y ahora se ubica en alrededor de los 16 años.
El tabaquismo y sus efectos en las personas, pero también en la economía y en las capacidades institucionales de atención a la salud, constituyen una amenaza real al desarrollo. Por ello debemos promover que la gente no fume; y, sobre todo, evitar que la industria rapaz del tabaco, siga matando a millones de personas.
Artículo publicado originalmente en la “Crónica de Hoy” el 01 de junio de 2017 Barack Obama presentó su último “discurso a la nación” el pasado marte