Mucho puede decirse sobre la pandemia de COVID-19 que sin duda sigue presente en México. La existencia y la ausencia de información plena y oportuna sobre el fenómeno han sido tratadas por diversas plumas en distintos momentos. No hace falta por el momento repetir las críticas sobre las inconsistencias e incompletitud de los datos oficiales que cotidianamente se reportan sobre los casos y decesos vinculados al contacto con el virus causante de la enfermedad que nos ocupa: el SARS-CoV-2.
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Agraciadamente, el seguimiento de los decesos vinculados con contagios con este virus y del exceso de mortalidad provocado ha mejorado en su actualización. Tampoco es ocasión para reiterar el cuestionamiento a la carencia de datos que permitan conocer realmente quiénes han sido vacunados y quiénes no: dónde viven, qué edad tienen, cuál es su sexo, dónde se vacunaron, cuándo, con qué biológico, etcétera. Ni recordar que existen fuentes que permiten conocer solamente sobre la base de una muestra muy reducida de casos la presencia y el peso relativo de las distintas variantes descubiertas y diferenciadas del virus.
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Pero antes de que finalice agosto de 2021 se ha adecuado la normatividad para permitir que se reinicien formalmente las clases presenciales en todo el país, lo que sin duda constituye un parteaguas que habrá que ver con el debido cuidado, como parte de un proceso de retorno a la normalidad que no atina a ver otras maneras de hacer las cosas como no sea volver al pasado, como si nada se hubiera aprendido realmente de la experiencia que aún se está acumulando relacionada con este pandemia.
De cualquier manera, para el caso de los menores de edad es necesario considerar como conveniente, incluso necesario, recuperar en algún momento próximo los espacios de socialización y de comunicación, de trato humano, que sólo pueden darse de forma presencial y no mediante artilugios educativos a distancia.
Pero eso no deja de lado el cuestionamiento sobre la pertinencia del momento elegido, montados sobre la tercera ola de contagios en México, ni del hecho de que este regreso a clases atiende mucho a la limpieza de los espacios y poco a la ventilación requerida para disminuir los riesgos de contagios entre la población infantil.
En este texto, dada su extensión, no pudieran tratarse todos los aspectos del fenómeno de la pandemia ni hacer un diagnóstico cabal de la situación prevaleciente. Es por ello que nos concentraremos en la revisión de algunos indicadores sobre el desarrollo histórico de la pandemia en México, con énfasis en las diferencias entre menores y mayores de edad, tomando como fuente la base de datos oficiales sobre casos asociados a la COVID-19 que como datos abiertos actualiza diariamente la Dirección General de Epidemiología de la Secretaría de Salud del Gobierno de México en su versión del 28 de agosto (aquí disponible) ) y que aporta datos que pudieran considerarse consolidados al menos hasta el 14 de agosto, dejando pendientes por su parcialidad los datos relativos a los dos semanas más recientes.
Comencemos por revisar el número de casos notificados para COVID-19 en México. De los casi 9.7 millones de casos totales, apenas 620 mil corresponden a menores de edad y el comportamiento de los casos muestra una tendencia ascendente de noviembre del año pasado a enero del presente año, un descenso posterior, para un aumento brusco a partir de julio pasado, correspondiente a la tercera ola, ligeramente más pronunciada entre menores de edad que entre la población en general (gráfico 1).
Algo similar ocurre en el caso de los confirmados para COVID-19 dentro del total de notificados: durante el último año de la pandemia se muestran dos picos en las confirmaciones, uno correspondiente al primer mes del presente año, la segunda oleada, y otro más reciente y que alcanzaría una ligera mayor altura que la previa, en el curso del mes de julio de este año y que refleja la magnitud de la tercera ola (gráfico 2). Y es cierto que se descubre una mayor proporción de casos entre menores de edad, que han representado uno de cada veinte confirmaciones de contagio por SARS-CoV-2 a lo largo de la pandemia, pero que llega en esta tercera ola a ocho por ciento de los casos confirmados.
A pesar de la mayor altura en cuanto a casos confirmados que alcanza la tercera ola, dado el incremento de casos notificados de los que se parte, la tasa de confirmación no ha llegado al nivel previo, de mediados del año pasado, situándose en torno a cuarenta puntos para la población en general y ligeramente por debajo para los menores de edad (gráfico 3).
Es totalmente cierto que los niveles generales de hospitalización observados en la terca ola no llegan a las dramáticas cifras observadas a principios del presente año, sino que apenas igualan los niveles de alrededor de 1500 hospitalizaciones diarias en promedio observadas durante la primera ola, a mediados del año pasado (gráfico 4). Las hospitalizaciones de menores de edad han representado apenas 1.5 por ciento del total de ocasiones en que se ha requerido hospitalizar a las personas a lo largo de la pandemia. Esta proporción de menores de edad entre los hospitalizados sigue siendo muy baja, aunque ha llegado a 2.6 por ciento de los casos durante los meses de julio y agosto del presente año.
Lo que es más: si lo que se observa es la tasa de hospitalización de casos confirmados para COVID-19 en México, que se muestra en la gráfica 5, es claro que la tercera ola no ha provocado aumentos en esta tasa, sino que al contrario se muestra a partir de abril del presente año un descenso sistemático que factiblemente tendría relación con efectos del proceso de vacunación de la población residente en el país.
La vacunación pudiera también ser el factor explicativo del menor crecimiento en la cantidad de decesos confirmados por COVID-19 en la tercera ola, que no llega no digamos a la altura sobrecogedora que se alcanzó a principios de año, sino que se queda incluso muy por debajo del nivel observado en la primera ola, hacia mediados del año pasado (gráfico 6). El número de fallecimientos de menores de edad es tan bajo a lo largo de toda la pandemia que ni siquiera se alcanza a percibir su variación relativa en el gráfico.
Ello, debido a que solamente 3 de cada mil muertes confirmadas por contagios con SARS-CoV-2 ha ocurrido en menores de edad, por lo que se han alcanzado apenas los ochocientos fallecimientos del total de casi 258 mil decesos contabilizados en esta estadística oficial. Y si la tercera ola ha implicado a lo largo del mes y medio cerca de 19 mil decesos confirmados adicionales, las defunciones de menores de edad han llegado a menos de cien casos, representando apenas uno de cada doscientos fallecimientos confirmados por COVID-19 en esta oleada.
Este descenso en las cifras de defunciones relacionadas con la COVID-19 provoca que la tasa de letalidad de los casos confirmados se esté reduciendo desde principios de año de manera sistemática, salvo por un ligero repunte que pudiera vincularse con el incremento de movilidad de la sociedad durante la Semana Mayor. La tasa de letalidad durante la tercera ola ha significado entonces que tres por ciento de contagiados confirmados fallezca, una tasa aún elevada respecto a la media en países occidentales, pero muy por debajo de las proporciones cercanas al diez por ciento que se observaron el año pasado, antes de iniciarse el proceso de vacunación (gráfico 7).
En el caso de menores de edad, a pesar del repunte y del aumento relativo de casos confirmados, la letalidad que se ha registrado en la tercera ola es apenas de un caso por cada quinientos contagios confirmados, lo que es menos que la tasa de letalidad registrada en esta población durante el año pasado, a pesar de no estar sujetos a vacunación.
De esta manera, la explicación de la letalidad de la COVID-19 pasa por factores como la vacunación, pero también por un relativo mejoramiento en la detección y seguramente en el tratamiento de casos de contagio. Sería deseable que, a pesar de lo impertinente de la fecha elegida para el regreso a clases presenciales y lo equívoco de las orientaciones tomadas para la prevención de contagios, el regreso de menores de edad a las aulas no vaya a representar, como ha ocurrido en otras naciones, un repunte de casos que obligue a suspender el ejercicio de vuelta a las escuelas. En unas semanas o meses podrá diagnosticarse si tuvo un indeseado efecto negativo o si el retorno a los salones de clase resulta neutralizado por las medidas de prevención y por las acciones de contención del padecimiento en sus diversas vertientes. Habrá que observarlo en su oportunidad.
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