Uno de los autores que han tocado con mayor sensibilidad el alma del niño es sin duda Rabindranath Tagore. Nos conmueve su literatura, donde el niño es siempre protagonista; pero muy pocos conocen su labor como educador.
Con cuarenta años, Tagore decide crear, en la amplia finca de su padre, la que sería la primera escuela nueva de Oriente, con centralidad de la naturaleza, respeto a la personalidad de cada alumno, educación para la tolerancia y la igualdad de castas, y apertura al misterio. En una de sus conferencias afirmaba: “si se quiere ser un verdadero guía de niños, no hay que pensar en que se tiene más edad, ni que se sabe más, ni nada por el estilo; hay que ser un hermano mayor, dispuesto a caminar con los niños por la misma senda del saber elevado y de la aspiración. Y el único consejo que puedo daros en esta ocasión, si habéis de dedicaros a enseñar a los hijos del hombre, es éste: que cultivéis el alma del niño eterno”.
¿Qué es el niño eterno? Algo que le mueve por dentro cuando aún no ha sido estropeado por una sociedad de valores subvertidos. Ese niño que, como decía Charles Peguy de pronto lanza una palabra asombrosa en medio de la mesa porque está en contacto con la verdad. “Grandes son la poesía, la bondad y los bailes. Pero lo mejor del mundo son los niños”, decía el poeta portugués Fernando Pessoa.
Sin embargo, esa voz está ensordecida por el ruido dominante de un mundo de adultos, preocupados por el dinero, el poder, el poseer, y donde el niño suele ser por lo general la víctima de la violencia, el egoísmo, el placer, el desencuentro y las guerras de sus mayores
Este año el Teléfono de Esperanza se pone en cuclillas, se arrodilla, inclina su oído para escuchar al niño. Muchos padres pluriempleados no tienen tiempo para ello. No pocos maestros se sienten impotentes ante la masificación de las escuelas, la importancia dada a los conocimientos, el saber por encima de la sabiduría, la falta de colaboración de las familias preocupadas porque sus hijos se parezcan a su superyó más que a sí mismos, la violencia escolar, el maltrato de sus propios compañeros narcotizados por las series de televisión, y sobre todo por la carencia de un empeño auténtico por promulgar leyes de educación por encima de intereses de partido o ideologías.
Echar un vistazo a los países en qué más sufren, al hambre, la utilización de menores en el trabajo infantil, los niños soldados, la pederastia, la prostitución, el maltrato, nos conduce a una reflexión sobre el necesario rescate de esa infancia que es el futuro de la humanidad
Hablamos, con razón, del deterioro ecológico. Nos preocupamos de preservar especies de animales en extinción. Abundan los antitaurinos, los animalistas, los que defienden la vida y el buen trato a perros y gatos, el cambio climático. Vale. Pero se diría que increíblemente tienen mejor prensa que los que luchan por mejorar la vida de los niños.
Es una tarea que empieza muy cerca, en casa, en la escuela y el colegio de la esquina, pero, sobre todo dentro de nosotros, en un cambio de actitud. Hay que bajarse de la plataforma del adulto, que se cree superior, que cree saber más, que tiene experiencia, pero ya se ha desconectado de su interior, ha perdido lo mejor, el oído fino, la capacidad de escuchar al niño, que ha salido bien de fábrica.
Eso tiene un nombre, si se quiere cursi, pero tan necesario y urgente como el comer: Amor. Hoy una palabra muy utilizada para mirarse en el espejo, para decadentes novelas y películas, para la publicidad, para mi propio disfrute. Pero que en realidad significa salir de sí mismo y aceptar al otro como es, con un respeto profundo a su misterio. Sobre todo, el del niño que tanto nos está diciendo sin decirnos.
Otra vez Tagore: “¡Ah, si yo pudiera caminar por el sendero que cruza el espíritu de mi niño y seguirlo aún más allá, más allá, fuera de todos los límites! Hasta donde mensajeros sin mensaje van y vienen entre Estados de reyes sin historia, donde la razón hace barriletes de sus leyes y los lanza al aire; donde la verdad libera a las acciones de sus grilletes”.
Si pudiéramos escuchar su pequeña gran voz, nuestro descalabrado mundo, quizás comenzaría a recobrar un sentido
Pedro Miguel Lamet
Periodista y escritor
Twitter: @Tel_Esperanza
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