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La insustituible UNAM

En las universidades públicas late lo más profundo de la cultura y la riqueza espiritual de las sociedades contemporáneas. A lo largo de los siglos, las instituciones universitarias se han consolidado como crisoles de pensamiento en todas sus formas y en todas las ramas posibles; y sin las universidades no podrían entenderse las más grandes transformaciones económicas, políticas y sociales de nuestras últimas centurias.

Escrito por:   Mario Luis Fuentes

¿Qué es lo que hace tan especiales, además, a estas nobles entidades? Sin duda, su carácter y vocación universal y plural. Lo primero, porque su objetivo mayor es generar conocimiento que sea útil para la humanidad; y el concepto de lo útil aquí va más allá de lo meramente práctico. Una poesía, por ejemplo, es inútil, pero eso no quiere decir, parafraseando a un sabio, que no sirva para nada. Sin música y poesía, el mundo sería un error, habría afirmado Nietzsche.

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Lo segundo, es porque en las universidades gobierna ante todo la lógica del mejor argumento. La autoridad no tiene cabida ahí para garantizar la verdad o la validez de lo que se afirma; y es la evidencia y su interpretación lo que determina si una idea, si una teoría permite explicarnos el mundo circundante y si habrá de pervivir en el tiempo, mientras su potencia explicativa se mantenga allí. Las universidades albergan y se sustentan en la pluralidad de saberes, de perspectivas teórico-metodológicas; y han aprendido a convivir y reconocer la solidez y riqueza de los métodos que usan quienes no piensan igual.

Es pertinente reflexionar en lo anterior, a la luz del reciente mensaje del rector Enrique Graue, quien alertó el riesgo de que la UNAM sea víctima de la injerencia de intereses externos a la comunidad universitaria en el proceso de elección del nuevo rectorado en el próximo mes de noviembre de este 2023.

La UNAM ha logrado transitar por diferentes momentos de crisis y hasta de parálisis, gracias a la grandeza de las y los universitarios; y lo ha podido hacer, en buena medida, por la solidez de sus estructuras internas, las cuales, si bien es cierto que requieren ser mejoradas, permiten que el saber siga construyéndose, que el saber siga compartiéndose en las aulas; que la cultura siga creándose y difundiéndose; y que los libros vivan y pervivan; pero igual de importante: que siga creciendo la comunidad y la idea de que en la UNAM nuestro país materializa uno de los mayores anhelos de justicia social, superación y crecimiento personal y nacional.

Ante ello, hay quienes sostienen falazmente que la legislación que rige a la UNAM es “muy vieja”. Y la frase (porque no es un argumento), se revela en su total falsedad si se afirmara, por ejemplo, que debemos abandonar los valores de la igualdad, la libertad y la fraternidad porque provienen del siglo XVIII; o que el cristianismo debiera desaparecer porque proviene de hace dos mil años.

La UNAM debe ser protegida a toda costa por todas y todos los universitarios de bien. Porque lo que se juega es mucho más que un campus abierto. En nuestra máxima casa de estudios se realizan sueños; se abren perspectivas de futuro; se realiza la profunda y poderosa genuina vocación de generar saber y compartirlo, de las y los miles de profesores, investigadores y personal docente que aquí realiza su proyecto de vida.

Sí, es cierto, la UNAM enfrenta severas amenazas, y siempre será así. Porque donde hay pensamiento libre siempre hay la tentación de suplantarlo por visiones totalitarias de la realidad; porque donde hay libertad de cátedra siempre hay la tentación de imponer “versiones oficiales” de la realidad y la vida”; y porque donde habita la palabra liberadora, siempre hay la tentación de imponer la tiranía del silencio, el rumor o la secrecía.

La UNAM debe crecer y potenciar sus capacidades; y para ello requiere más recursos, más presupuesto; más estabilidad y más autonomía; y no, por el contrario, la realización de experimentos absurdos que pueden tirar por la borda lo construido en ya casi 100 años de digna autonomía universitaria.

El buen funcionamiento de la UNAM requiere, por otra parte, de un contexto de respeto. Sería ingenuo pensar que el poder político no ha tenido, históricamente, un interés particular por, al menos, incidir en ciertos ámbitos de la Universidad. Y en esa tesitura, siempre ha habido una tentación del poder, de “subsumirla” a las lógicas de la sucesión presidencial y del manejo del poder del Ejecutivo Federal.

Para las y los universitarios, evitar esa intentona es clave; pero también requiere de un talante político auténticamente democrático de quienes hoy detentan el poder. Requiere de la prudencia y de la mesura en el actuar de las y los responsables de las principales decisiones jurídicas y políticas del Estado. Y en esa medida, exige de una generosidad mayor para evitar que los intereses de la coyuntura, lesionen la fortaleza histórica de una de las instituciones de mayor relevancia para el país, pero también para América Latina.

Debe entenderse que nuestra máxima casa de estudios sigue siendo uno de los últimos espacios de movilidad social para los centenares de miles de alumnas y alumnos que pasan por nuestras aulas. Y que intentar su boicot o colonización puede llevarnos a una deriva de pérdida de saberes, capacidades institucionales y administrativas; y, sobre todo, de una visión de país capaz de pensar y defender la justicia, los derechos humanos, las libertades y a nuestra frágil democracia.

La o el rector que haya de suceder al Dr. Graue enfrentará enormes desafíos, entre los más importantes: potenciar al máximo en su interior el enorme sentido de pertenencia y orgullo universitarios, pero también de compromiso con la excelencia académica, y de la mano de ello, con la construcción de un país de bienestar para todas y todos.

Mientras, el escollo que deberá sortearse es construir un proceso de elección de rectoría ordenado, universitariamente ejemplar; porque si algo puede y debe hacer valer la UNAM es su autoridad moral, y su capacidad de mostrar al país que una pedagogía democrática, de la inclusión, la diversidad y la pluralidad respetuosas, son no sólo posibles, sino la mejor ruta para avanzar hacia el país que merecemos tener.

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Investigador del PUED-UNAM

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