“El riesgo general de la nueva variante Omicron sigue siendo muy alto”. Así, tajantemente, lo consignó la Organización Mundial de la Salud (OMS) en su última actualización epidemiológica de 2021, cuando la nueva fase del Covid-19 ya estaba desatada, con un crecimiento tan vertiginoso que parecía formar no una ola sino un ascenso vertical dibujado con la línea de los casos diarios de contagios en el mundo https://bit.ly/3JQ0nbo.
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Con tal advertencia se podría pensar que la alerta sería tomada muy en serio en México, pero los hechos y los dichos los primeros días de 2021 demuestran que la comunicación sanitaria de nuevo se enfocó a minimizar los riesgos de la pandemia. La OMS ya había dicho desde fines de noviembre que la variante era preocupante, si bien parecía ser menos lesiva https://bit.ly/3qRuw1D.
En el transcurso de diciembre se fue confirmando que, en efecto, a pesar de la rápida propagación de la variante Ómicron, el riesgo de hospitalizaciones y de muerte era menor que en la ola Delta, pero que al mismo tiempo prevalecían diversas incógnitas, como las consecuencias sobre la población no vacunada, la propia efectividad de las vacunas o las probabilidades de reinfección. Además, se alertó sobre la necesidad de fortalecer las medidas preventivas para reducir la incertidumbre.
Era momento de corregir sesgos en la política sanitaria, pero iniciamos 2022 repitiendo errores en la comunicación de los riesgos del SARS-COV-2. “Afortunadamente no es grave, no hay hospitalizaciones y, lo más importante de todo, no hay fallecimientos”, dijo el Presidente López Obrador el 5 de enero, y un día antes sostuvo que “No hay problema mayor”, https://bit.ly/3JKhhs6, refiriéndose a la vuelta a clases. El Secretario de Salud, por su parte, tuvo el 4 de enero una enrevesada intervención plagada de confusiones, en la que promovió falsas curaciones y paliativos tradicionales para la Covid-19.
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Por lo que se ha visto hasta ahora, la fase Omicron de la pandemia está provocando menos fallecimientos y hospitalizaciones, e incluso se dice que puede pasar más rápido, pero eso no debería llevar a subestimarla. Mientras oficialmente se minimizaban los hechos, el Covid-19 se estaba propagando en México a toda velocidad, como se había previsto desde semanas atrás. La tasa de crecimiento nacional de los nuevos contagios (media móvil de siete días) pasó de 6.4% el 27 de diciembre a 151% el 3 de enero https://bit.ly/3rdRErp y al llegar la Noche de Reyes estaba en 218%, con algo más de 20,000 casos confirmados oficialmente, solo en el quinto día del año. Hay muchas trasnsmisiones más, pues no todas las pruebas, de por sí muy escasas, se registran formalmente.
En una pubicación reciente https://bit.ly/3G5LgIH la OMS incluyó un prontuario de buenas prácticas para la comunicación de riesgos sanitarios y la participación comunitaria. Resumo algunas de las recomendaciones:
1) Transmigir la información relacionada con Omicron y las posibles implicaciones para el público de manera oportuna y transparente para fomentar la confianza y aumentar la aceptación de las medidas de respuesta.
2) Las recomendaciones deben diseñarse para personas de alto riesgo que pueden no percibir los riesgos de Omicron.
3) Tratar de mantener la confianza y la credibilidad comunicando proactivamente a la población tanto lo que se sabe como lo que se desconoce y lo que se hace para reducir el riesgo.
4) Estar atentos a las percepciones de la comunidad para mejorar la comunicación y la aceptación de las medidas de protección por parte de todos.
5) Evitar la desinformación, proporcionar conocimiento adecuado en los momentos correctos y a través de vías y personas confiables
6) Construir y fomentar la confianza, con justificaciones basadas en las evidencias.
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Si de entrada se busca minimizar los problemas y sus consecuencias, lo que se propicia es la indiferencia, la percepción de que no hay tanto de que preocuparse. Así lo hemos visto en las olas previas de la pandemia, y así nos ha ido. El desdén oficial al uso del cubrebocas es uno de los mejores ejemplos, aunque no el único. Luego está el uso sesgado de los indicadores de alerta y de respuesta. Ahora, nuevamente, estamos viendo que la ola Omicron se subestima diciendo que la ocupación hospitalaria es baja (aunque para el 6 de enero ya empezaba a subir también en México https://www.gits.igg.unam.mx/red-irag-dashboard/reviewHome).
Aunque esta ola de la pandemia provoque una infección más leve y sea menos mortal, tendrá implicaciones delicadas, y así habría que asumirla. Los contagios entre el personal sanitario y el incremento de las hospitalizaciones nuevamente están tensando los sistemas de salud en los países europeos, en Estados Unidos y en otros lugares. En las regiones en desarrollo, el avance tan acelerado de las infecciones está intrduciendo nuevas dificultades a la vacunación y al abasto de medicamentos, y, sobre todo, está posponiendo de nuevo la atención a los padecimientos convencionales y comunes, muchos de ellos más graves que el Covid.
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Todo esto puede ocurrir también en México, si no es que ya está sucediendo. En su mensaje de cierre de 2021, el Director General de la OMS reiteró que “Aparte de las muertes y la enfermedad que ha provocado, la pandemia pone en peligro dos decenios de progresos en materia de salud. Millones de personas han dejado de acceder a las vacunas rutinarias, los servicios de planificación familiar, el tratamiento contra enfermedades transmisibles y no transmisibles, y mucho más” https://bit.ly/3375ymA.
Pues eso: si la pandemia reaparece tan vigorosamente, aunque sea con menos muertes, los riesgos colaterales siguen presentes, y eso sería motivo más que suficiente para estar más ocupados en contener la presente ola del Covid-19.
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La subestimación, el desdén, la minimización, entre otras actitudes de la autoridad, han sido claves para normalizar la pandemia. La mortandad es parte del nuevo paisaje humano, incluyendo la simulación informativa. Llegamos ya a los 300,000 muertes confirmadas por Covid-19, sí, pero el pasado 13 de diciembre la Secretaría de Salud informó que a ese día las muertes en exceso atribuidas directamente al SARS-COV-2 eran 451,864, esto es, un 52.3% más que los fallecimientos confirmados https://bit.ly/3HF6eyD.
Considerando este factor, la primera semana de 2022 tenemos casi 457,000 muertes acumuladas por COVID-19 en México, no 300,000. Y luego están las demás defunciones en exceso que no se atribuyen explicitamente al coronavirus, pero que indirectamente son efecto de la pandemia, y que al 13 de diciembre llegaron a los 646,451.
Por respeto a los muertos, al menos hay que reconocer públicamente la magnitud de la mortandad, no disimularla con la doble estadística o las realidades paralelas.
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Frase clave: variante Ómicron
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