por Emma Liliana Navarrete
México se ha transformado en cuanto a su estructura etaria; la dinámica poblacional que hoy tenemos inició en el siglo pasado, la inercia demográfica sigue su ciclo y los cambios iniciados años atrás se perciben hoy y hacia el futuro
A fines del siglo XVIII Malthus, en su Ensayo sobre el principio de la población, manifestó que dado que el número de personas crecía de manera geométrica y la generación de alimentos lo hacía a un ritmo aritmético, el desfase entre ambos con el paso de los años sería catastrófico. En ese siglo no había aún evidencia que permitiera constatar que los avances tecnológicos y el desarrollo del capital humano serían elementos que podrían contrarrestar la preocupación de Malthus, pero tampoco se consideraba a la composición por edad de la población como un elemento fundamental para conocer los requerimientos de una sociedad, que no tenían que ver sólo con la generación de alimentos, sino con toda una demanda de servicios básicos como educación, salud, seguridad, vivienda y empleo.
Hace 20 años nuestro país era joven, hoy se encuentra en una fase avanzada de la transición demográfica y es considerado un país maduro, pero estamos ante un proceso de envejecimiento de su población (Ordorica, 2011). Esta tendencia genera transformaciones profundas en cuanto al perfil de las demandas sociales; conocer los cambios en la estructura por edad y sexo de la población permite saber qué necesitamos hoy pero también que demandas tendremos en los años por venir.
El que México sea hoy un país formado en su mayoría por una población adulta puede verse con mirada optimista, dado que esto implica contar con un amplio número de potenciales productores; sin embargo, esta potencialidad está en estado latente hasta que no se manifieste en un mercado laboral dinámico, consolidado y con fuerza suficiente para generar empleos que garanticen el crecimiento de la economía y el bienestar de la población (Lee & Mason, 2006).
En el ámbito económico, desde finales de 2008 “debido a la crisis financiera en Estados Unidos” la economía mexicana se vio muy afectada. La crisis económica global, junto a la falta de dinamismo de la inversión pública y del financiamiento bancario, han hecho que en esta primera década del siglo XXI el país no logre un crecimiento sostenido (García, 2010), hecho que ha dejado fuertes secuelas en la generación de empleos y en las características y condiciones de la población ocupada.
Condiciones laborales
Una manera de comprender el efecto de la población en el crecimiento económico es a partir de la estructura de la población, la corriente llamada Nueva demografía económica ha centrado su atención en esta relación. Arun Ingle, sobre todo a partir de sus estudios en Asia, señala que puede ocurrir un crecimiento económico en un país cuando la proporción de personas en edad de trabajar “entre 15 y 64 años” es alta (este hecho es resultado de la disminución de la fecundidad).
Cuando esto ocurre se requieren menos inversiones para satisfacer las necesidades de los niños y de los ancianos, permitiendo entonces invertir para incrementar el crecimiento económico y para logar el bienestar de la población (Ingle y Suryawanshi, 2011). A este periodo, donde se cuenta con más productores en relación con los consumidores se le llama bono demográfico o primer dividendo demográfico. En términos de las características por edad de la población, México se encuentra en ese momento, pero no así en términos del crecimiento económico y de las inversiones hechas en pro del bienestar familiar.
En 2012 dos terceras partes de la población (66.6%) tenían entre 15 y 64 años. Según las cifras de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo de ese año en el primer trimestre (ENOE 2012), la tasa de participación de este grupo fue de 64.1%.
Entonces, casi siete de cada diez personas que vivían en México estaban en una edad laboral, y de éstas, seis de cada diez se encontraban trabajando. Sin embargo, no todas estaban ocupadas en trabajos dentro de un sector dinámico y formal resultado de un crecimiento económico consolidado.
El futuro
Para que la ventana demográfica se haga efectiva, junto con el peso que las personas en edad laboral pueden aportar vía su esfuerzo en el trabajo, deben generarse inversiones y crearse empleos productivos, de otra forma resulta imposible materializar el bono demográfico. La oportunidad demográfica que se tiene no actúa por sí sola (Mason, 2004). Una oportunidad real se hace patente cuando se crea un crecimiento económico sostenido que genera empleos bien remunerados y en cantidad suficiente.
La generación de empleos en México no ha llevado un ritmo ascendente y constante; de 1994 a 1999 se crearon un 1,727,685 puestos de trabajo, mientras que de 2006 a 2011 se crearon un 1,305,788 empleos formales. En febrero de 2013, según el registro del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) difundido por la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, se generaron 120,873, mientras que en marzo la cifra disminuyó con una creación de 53,994. Vemos que la tendencia no es in crescendo, que es lo que requeriría la población que busca hoy y buscará trabajo en el futuro dada la inercia demográfica (I).
Junto con la necesidad de conocer cuántos empleos deben ser creados en los años siguientes, hay otros factores que no pueden obviarse y que abren la mirada no sólo al volumen de la población, sino a otros elementos como el incremento en la esperanza de vida, lo que aumenta la edad mediana de la población, y que significa estancias más prolongadas en el mercado laboral y jubilaciones más tardías.
La mayor longevidad de la población mexicana no puede dejarse de lado; es un trayecto que pronto habrá que enfrentar y que involucra inversiones en salud y cuidados geriátricos antes no contemplados.
Además, en relación con su vínculo con la dinámica laboral, la situación que se avecina no es nada halagüeña: en la medida en que las condiciones de jubilación en el futuro dependen del trabajo de hoy, quienes carezcan ahora de seguridad laboral (65% de los trabajadores ocupados en 2012) se enfrentarán a una vejez ausente de pensiones. Los sistemas de jubilación serán sólo para una minoría y el resto será una población en proceso de envejecimiento sin acceso a beneficios vía retiros laborales y seguridad social que serían el resultado de su inserción en el trabajo formal.
En resumen, el contar con una población adulta joven abre, por una parte, la puerta a una mayor prosperidad, pero eso sucede si las demandas de este grupo etario son atendidas a tiempo y con eficiencia; si esto no sucede habrá profundas repercusiones para el bienestar y progreso de la sociedad mexicana. Se requiere una intervención de carácter política y económica eficaz, sólo así podrá aprovecharse, como ha sucedido en otros países, la ventana de oportunidad demográfica.
Acercarse a la demografía ayudará a la toma de decisiones, pues es “sin duda” una disciplina aliada y necesaria en la generación de las políticas públicas.•
Referencias:
I. García, Brígida (2010), “Precariedad laboral y desempleo en México”, Ponencia presentada en la sesión especial La participación económica en el contexto actual de crisis económica en América Latina, X Reunión Nacional de Investigación Demográfica en México, organizada por la Sociedad Mexicana de Demografía. México.
II. Ingle Arun y P.B Suryawanshi (2011), India´s Demographic Dividend – Issues and Challenges, International Conference on Technology and Business Management, March 28-30.
III. Lee, Ronald and Andrew Mason (2006), What is the Demographic Dividend? Internacional Monetary Fund, September, 2006 Volume 43, Number 3, consultado en http://www.imf.org/external/pubs/ft/fandd/2006/09/basics.htm
IV. Mason, Andrew (2003), “Capitalizing on the demographic dividend”, en Population and Poverty Achieving Equity, Equality and Sustainability, Núm.8, UNFPA, Nueva York, pp.39-47.
V. Ordorica, M. (2011), “Los diferenciales sociodemográficos en la definición de políticas públicas en el México de hoy” en Revista Coyuntura Demográfica, 1, pp. 8-10.
Nota:
I. Consulta en http://www.animalpolitico.com