De acuerdo con las proyecciones del Consejo Nacional de Población (Conapo), en 2016 la esperanza promedio de vida al nacer es de 75.1 años. Es un indicador relevante, sin duda, pero es menor al que se tenía entre los años 2000 y 2004, periodo en que se habían superado los 76 años como esperanza de vida al nacer.
Lo anterior se relaciona con la epidemiología de la mortalidad que se ha configurado en nuestro país. En efecto, de acuerdo con el INEGI, casi 64% de las defunciones que ocurren en México se registran entre las personas mayores de 60 años, y entre ellos, prácticamente la mitad tienen como causa la diabetes, las enfermedades hipertensivas y las isquemias del corazón, así como las enfermedades del hígado.
Entre los jóvenes, en contraste, el panorama epidemiológico es otro, y debería llevarnos a una revisión urgente de las políticas educativas y sociales en general, así como las políticas de seguridad pública, pues lo que informa el INEGI es que entre la población de 15 a 29 años las principales causas de mortalidad son los accidentes, los homicidios y los suicidios.
En esa lógica debe señalarse que la edad promedio al morir cuando la causa es el homicidio se ubica por debajo de los 39 años. Esta condición social está generando un desequilibrio demográfico muy fuerte y se verá reflejado en el mediano plazo en la estructura de nuestra pirámide demográfica.
El antecedente directo de este impacto ya lo tenemos de manera sumamente clara en las estadísticas que el INEGI tiene respecto de la “sobremortalidad masculina” vista por grupos de edad. Cabe destacar que, en general, por cada 100 mujeres que mueren en el país, ocurren 131.2 defunciones de personas del sexo masculino.
Los grupos de edad en que este fenómeno presenta un menor nivel son los de los niños más pequeños y el de mayores de 65 años de edad. En el resto, las proporciones son enormes. Por ejemplo, entre la población de 10 a 14 años, por cada 100 defunciones de mujeres, se presentan 134 casos de hombres, indicador ya superior al promedio-país.
En el grupo de 15 a 19 años el indicador crece a 227 defunciones de hombres por cada 100 casos registrados entre mujeres. El caso más extremo se ubica en el grupo de 20 a 24 años de edad, en el que la proporción es de 322 defunciones de hombres por cada 100 defunciones de mujeres. En el grupo de 25 a 29 años de edad la proporción es de 330 por cada 100 defunciones de mujeres, en el de 30 a 34 es de 305 por cada 100 y en el de 35 a 39 años el indicador se ubica en 275 defunciones de hombres por cada 100 de mujeres.
Si planteado en tales proporciones las cifras son alarmantes, cuando se plantea en números absolutos la situación se torna aterradora. De acuerdo con el INEGI, en 2015 fallecieron 3,205 adolescentes de 10 a 14 años, de ellos, 1,875 eran hombres y 1,330 mujeres. En el grupo de 15 a 19 años los fallecimientos fueron 8,373, de los cuales 5,969 correspondieron a varones y 2,404 a mujeres. Estos datos implican que el año pasado fallecieron al menos 31 jóvenes al día en este rango de edad.
En el rango de 20 a 44 años, fallecieron 79,460 personas, de las cuales 57,384 corresponden a personas del sexo masculino y 22,066 a mujeres; es decir, hubo 160% más defunciones de hombres respecto de las registradas entre mujeres.
La violencia nos está cobrando costos muy altos y el más elevado es precisamente éste: la pérdida de vidas humanas, porque, a todas luces, es imposible tasar cuánto valen los sueños, anhelos y probabilidades de futuro que fueron canceladas en cada una de las vidas que la violencia nos ha arrebatado en nuestro dolido país.
Artículo publicado originalmente en la “Crónica de Hoy” el 03 de noviembre de 2016
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