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Violencia intrafamiliar contra niñas y niños: hallazgos recientes

por Roberto Castro

El uso de castigos físicos contra las niñas y los niños sigue siendo una práctica muy frecuente en nuestro contexto. El Distrito Federal se ubica entre las entidades federativas con menor prevalencia de madres que castigan físicamente a sus hijos, pero no así en el caso de los padres, y la identificación de las principales variables que se asocian a esta práctica puede ser muy útil para la formulación de políticas y programas destinados a erradicarla


La violencia contra las niñas y los niños al interior del hogar es materia de creciente interés, pues es claro que se trata de un problema que violenta derechos humanos básicos, además de que tiene consecuencias físicas, de salud, emocionales y de diverso tipo entre las víctimas. Los especialistas señalan la importancia de distinguir conceptualmente entre abuso físico y castigo físico (I), ya que el primero es mucho más severo y letal que el segundo. Al mismo tiempo se insiste en la necesidad de no perder de vista que la diferencia entre ellas es básicamente de grado, por lo que resulta imperativo eliminar ambas formas de maltrato. El castigo físico –que normalmente consiste en nalgadas, cachetadas y golpes de relativa menor severidad contra los niños— sigue siendo una práctica “educativa” culturalmente aceptada en nuestro país. Es fundamental estudiar las características y los factores que se le asocian más significativamente, con el fin de contar con mejores herramientas para su erradicación.

En este artículo presentamos un breve análisis de la violencia que padres y madres ejercen contra sus hijos en el Distrito Federal, a partir de los datos de la Endireh 2011. Esta encuesta contiene información sobre el castigo físico (no el abuso) que las mujeres y sus parejas con hijos pequeños ejercen sobre sus hijas e hijos. Se trata de datos con un muy probable subregistro por cuanto es posible que cierta proporción de mujeres entrevistadas haya preferido omitir esta información. Con todo, es una fuente de datos muy reveladora, como veremos enseguida.

De acuerdo con la Endireh 2011, a nivel nacional, del total de las mujeres de 15 años y más, actualmente unidas y con hijos pequeños, el 45.7% reportó que les pega a sus hijos “cuando se portan mal”, mientras que este porcentaje asciende a solo 21.22% cuando nos referimos a las parejas o esposos de dichas mujeres.

Esta disparidad en las proporciones obedece, ante todo, al hecho de que son las mujeres las que mayoritariamente están a cargo de la crianza de los hijos, en virtud de la inequitativa división sexual del trabajo prevaleciente en México. Es decir, de estos datos no debe desprenderse la falsa conclusión de que las mujeres les pegan más a sus hijos que los hombres porque sean particularmente severas o agresivas, sino que se debe simplemente a que son ellas las que pasan la mayor parte del tiempo atendiendo, criando y educando a los hijos.

Asimismo, según la Encuesta, las cinco entidades federativas con las menores prevalencias de mujeres que golpean a sus hijos son Tlaxcala, San Luis Potosí, el Distrito Federal (que se ubica en el lugar 30 de las 32 entidades, con 40.76%), Baja California y Nuevo León.

En relación con los esposos o parejas de las mujeres entrevistadas que, al decir de éstas, golpean a sus hijos, el Distrito Federal no está entre los estados con menor prevalencia, pues ahora ocupa el lugar 16 (entre 32) con un porcentaje de 21.16%, muy semejante al promedio nacional.

Por otra parte, tanto en el caso de las mujeres como de los hombres, el promedio de edad de quienes ejercen violencia física contra los hijos en el Distrito Federal es mayor que el promedio de edad de quienes no ejercen este tipo de violencia. Ello podría ser indicativo de que la tolerancia hacia este tipo de maltratos hacia los hijos está disminuyendo entre la población más joven. Y a la inversa, el promedio de años de escolaridad tanto de las mujeres como de los hombres que ejercen violencia contra sus hijos es significativamente menor en comparación con quienes no ejercen violencia, aspecto que sin duda es indicativo de la importancia de la educación en la erradicación del maltrato infantil.

Por otra parte, aquellas mujeres que ejercen este tipo de violencia física en el Distrito Federal tienen en promedio 2.6 hijos, en contraste con aquellas que no recurren a la violencia, que tienen en promedio 2.1 hijos. La misma tendencia se observa respecto a los hombres. Directamente asociado con ello, el promedio de personas que viven en el hogar de aquellas mujeres y hombres que recurren a castigos físicos en el trato a sus hijos es de 4.7, mientras que el promedio entre aquellos que no ejercen violencia es de 4.3 (mujeres) o 4.4 (hombres). Es decir, un mayor número de hijos, y un mayor número de personas en el hogar, se asocian a un mayor riesgo de que los padres ejerzan violencia contra los hijos, probablemente por el estrés relacionado con la responsabilidad de estar a cargo de un mayor número de personas.

El hecho de tener hijos con una pareja previa a la actual, tanto en el caso de las mujeres como de los hombres, se asocia a una mayor probabilidad de que unos y otros ejerzan violencia física contra los hijos. Ello puede estar relacionado con la dificultad de armonizar una familia reconstituida (si los hijos viven bajo un mismo techo), o bien con la dificultad de conciliar las responsabilidades para con los hijos viviendo en hogares diferentes.

En el Distrito Federal, que los hombres tengan trabajo o no está relacionada estadísticamente con el riesgo de que ellos o las mujeres ejerzan violencia contra los hijos. Pero a la inversa sí: que las mujeres trabajen fuera del hogar se asocia a un mayor riesgo de que los hombres (pero no las mujeres) ejerzan violencia contra los hijos. Ello muy probablemente está relacionado con la existencia de la doble o triple jornada que desempeñan las mujeres (como amas de casa, como esposas, y como trabajadoras fuera del hogar), y que en esta sociedad con acentuadas desigualdades de género suele estar asociada a patrones de control por parte de los hombres y a tensiones de pareja e intrafamiliares más acentuados.

La violencia física contra los hijos se presenta en mayor medida en aquellos hogares donde uno de los dos integrantes de la pareja, o ambos, hablan una lengua indígena. Naturalmente, no es el hecho de hablar lengua indígena en sí mismo lo que constituye un factor de riesgo, sino lo que ello representa: en el Distrito Federal, la población indígena se ubica entre los sectores sociales de mayor pobreza y más excluidos, lo que significa menos capitales de diverso tipo para procurar una relación con los hijos no mediada por la violencia.

Un segundo grupo de variables claramente asociadas a la violencia física contra los hijos se refiere a los antecedentes de las mujeres y sus parejas en relación a la violencia que sufrieron en su propia infancia. En previas publicaciones hemos documentado la vinculación que existe entre el hecho de haber sufrido violencia durante la infancia, y el riesgo de sufrirla y/o ejercerla en la vida adulta (II). Los datos de la Endireh 2011 confirman esta tendencia en relación con el maltrato infantil en el Distrito Federal. Es mucho mayor la proporción de mujeres y sus parejas que sufrieron violencia en su niñez y que ejercen violencia física contra sus hijos, que la de aquellas mujeres y hombres que ejercen esta violencia sin haberla sufrido de niños. Ello puede estar vinculado al desarrollo de un “habitus” o propensión a recurrir a la violencia como medio de imponer la propia voluntad o como forma de castigo, que se aprendió desde las etapas más tempranas de la vida y que vuelve a recrearse y a reproducirse en la vida adulta.

Algo similar cabe decir respecto al tercer grupo de variables, referidas esta vez a la dinámica de poder y de violencia en la relación de pareja. Los datos son contundentes: aquellas mujeres que durante los doce meses previos a la encuesta sufrieron violencia física, sexual, emocional o económica por parte de su pareja ejercen violencia física contra sus hijos en una proporción mucho mayor que aquellas mujeres que no sufrieron estos tipos de violencia. Estas tendencias son aún más acentuadas entre los hombres.

Aquellos que ejercieron violencia contra las mujeres tienen muchas más probabilidades de ejercerla también contra sus hijos, que aquellos que no ejercieron violencia contra sus parejas. Estos datos sugieren la existencia de contextos familiares en los que la violencia es frecuente, tanto entre los integrantes de la pareja como de éstos hacia los hijos.

Los resultados de la Endireh 2011 son muy reveladores para el caso de la violencia contra los niños en el Distrito Federal, en función de los índices de empoderamiento. En todos los índices, salvo el de participación de la mujer en las tareas domésticas, las mujeres que no ejercen violencia física contra sus hijos tienen índices significativamente más elevados que aquellas que sí ejercen violencia contra los hijos. En el caso del índice de participación de la mujer en las tareas domésticas, las mujeres que no ejercen violencia tienen un índice significativamente menor en comparación con las que sí ejercen violencia. Exactamente la misma tendencia se da cuando se trata de la violencia ontra los hijos que ejercen las parejas o esposos de las mujeres. En promedio, las esposas o parejas de hombres que ejercen violencia contra los hijos tienen índices de empoderamiento significativamente menores en comparación con las mujeres cuyos esposos o parejas no ejercen violencia contra los hijos. Se trata de un resultado de extrema importancia por cuanto demuestra que otro beneficio directo del empoderamiento de las mujeres es la disminución de la violencia contra las niñas y niños en el hogar.

Referencias:

I. Strauss, M. (1994). Beating the Devil out of them. Corporal Punishment in American Families. New York: Lexinton Books.

II. Frías, S., y Castro, R. (2011). “Socialización y violencia: desarrollo de un modelo de extensión de la violencia interpersonal a lo largo de la vida”. Estudios Sociológicos XXIX, núm. 86, pp. 497-550. 

Roberto Castro
Sociólogo; Investigador Titular “C” del CRIM-UNAM, y miembro del SNI Nivel III y de la Academia Mexicana de Ciencias. Recibió el Premio Iberoamericano en Ciencias Sociales por su trabajo de investigación sobre la violación de los derechos de las mujeres en las instituciones de salud. Es integrante del grupo de académicas de la Alianza por la Infancia y sus Familias en el DF.
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