por María Gourley (@GourleyMaria)
Si las disposiciones de género fueran naturales no requeriríamos de esfuerzos tempranos para regularlas. Las niñas no vestirían de rosa y los niños de azul, las niñas no recibirían muñecas para aprender a ser madres y Barbies para aprender a ser seductoras, y los niños no recibirían autos de juguete para aprender a ser independientes ni pelotas de futbol para aprender a ser competitivos. No existirían los cuentos de princesas rescatadas ni de príncipes salvadores. No sería necesario.
El cuerpo, desde la infancia, se suprime como sujeto activo para albergar un significado como receptáculo inalterable y para el cumplimiento de ciertas expectativas y funciones que se desarrollarán por medio de la conducta: la niña será instruida para pertenecer en su vida adulta al ámbito de “lo privado” y el varón para comprenderse como actor en el ámbito “de lo público”. Y nadie –ni la familia, ni la escuela, ni la institución- cuestionará esta tremenda violencia simbólica que reglamentará sus vidas y sus futuros, obstaculizando el completo aprovechamiento de sus capacidades.
Durante la primera mitad del siglo XX, los estudios culturales basados en el análisis de las ciencias humanas estaban asentados en el estructuralismo de los discursos freudianos y marxistas, principalmente. Foucault, Lacan, Beauvoir y Derrida fueron algunos personajes fundamentales en la propuesta de un nuevo abordaje de la sexualidad, el género y sus implicancias a nivel científico, sociológico, filosófico y conceptual.
Trabajos posteriores, como el de la académica estadounidense Judith Butler -Gendertrouble: feminism and the subversion of identity, 1990- son útiles dentro del marco teórico contemporáneo para acercarnos a las subjetividades de los géneros aceptados y construidos de forma impuesta y para la sujeción social.
Ellas(os) formularon una identidad de género a partir de un proceso de formación dinámico y diverso y no como un procedimiento condicionado y restringido a la dimensión de dos únicas versiones. Años de reflexión objetiva pudieron transformar nuestros métodos educativos y la percepción general que tenemos de lo que es ser mujer y ser hombre. No obstante, el género se sigue planteando mayoritariamente como una identidad prescrita a partir de la genitalidad e instituida para la regulación social desde un enfoque sexista y heteronormativo y como único modelo cultural justificado, presentándonos una división dispar de dos estereotipos concretos, forzosos e impuestos -versiones simplistas de “lo masculino” y “lo femenino”- sin espacio para la multiplicidad o la libre elección.
La creación de sofisticados modelos de formación en la primera infancia para precisarnos dentro de este sistema binario, reafirma un orden doctrinal y patriarcal institucionalizado y muy desafortunadamente, naturalizado.
Me atrevo a afirmar, y sin temor a errar, que los primeros años de vida representan el periodo más importante en el desarrollo de un ser humano a nivel neurológico y cerebral, y bajo ese entendido, confirmo que la categorización de género en esa etapa vital de la formación de la propia identidad es un acto discriminatorio y contrario a nuestros derechos básicos.
Es por ello que el reciente trabajo publicado y coordinado por Alma Rosa Colín Colín, pasante de la maestría en psicología social y especialista en relaciones de género y derechos humanos resulta tan significativo, más aun en el contexto mexicano, donde las relaciones de poder están sumamente enraizadas a partir de los “ideales” de género.
Nos presenta un manual teórico-metodológico para transversalizar la perspectiva de género en la programación con enfoque sobre derechos de la infancia que lleva por título “La desigualdad de género comienza en la infancia”.
Su introducción revela:
“Este manual teórico-metodológico está dirigido a las organizaciones vinculadas al trabajo con la niñez, con el objetivo de desarrollar estrategias de intervención con perspectiva de género en el marco de los derechos de la infancia. En el primer capítulo se desarrollan los conceptos básicos de las teorías de género que permiten identificar la relación conceptual del sistema sexo-género en los procesos de socialización en la infancia. El segundo capítulo es una revisión de los mecanismos de la desigualdad de género analizados con las relaciones de poder en el marco de la división sexual del trabajo; mecanismos que se construyen culturalmente desde el inicio del ciclo de vida de las personas y que están legitimados de forma estructural en la organización social. Resalta la necesidad de incorporar a los niños en las estrategias de construcción de igualdad de género. El tercer capítulo refiere el marco de los derechos humanos para la infancia y las estrategias desarrolladas para construir igualdad de género. Y el capítulo cuatro es un mapeo que da cuenta de las violaciones a los derechos humanos de las niñas en el país, así como los avances y retrocesos en el tema”.
La segunda parte de la guía es una propuesta metodológica para trabajar con la niñez que incorpora la perspectiva de género en la programación con enfoque de derechos humanos.
El exponernos a este tipo de reflexiones es elemental para comprender que la interpretación cultural del sexo es solo eso: una concepción cultural. Es tiempo de abrir un diálogo consciente e informado que nos permita obtener herramientas para entender y concebir a nuestras niñas y niños como sujetos de derecho y no como destinatarias(os) pasivas(os) de supuestos destinos ineludibles e inapelables.
María Gourley Artista multidisciplinaria chilena-canadiense, activista, docente y promotora cultural, miembro de la Canadian Alliance of Dance Artists, con estudios superiores en música popular, danza, lenguas y gestión, receptora de beca por excelencia académica otorgada por el Gobierno de Canadá. Se ha desempeñado en coordinación y producción en diferentes países, realizando labores de gestión, coordinación y docencia. En 2008 fue propuesta como “Mujer del año” por la comunidad latinoamericana residente en Vancouver, por su aporte a las artes y a la cultura. @GourleyMaria |
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