El denominado “Nouveau Réalisme” (nuevo realismo) se fundó en octubre de 1960 con una declaración conjunta de los artistas Yves Klein, Arman, Francois Dufrêne, Raymond Hains, Pierre Restany, Daniel Spoerri, Jean Tinguely y Jacques de la Villeglé; después se añadirían más artistas. Ellos hablaban de una nueva consciencia y en cierto modo de una “singularidad colectiva”. El grupo aportó una gran diversidad en su lenguaje plástico, pero todos tenían en común un objetivo: la apropiación directa de la realidad. Apeando por una estética sociológica que pretendía regresar al “realismo” (el arte que nos mostraba las escenas cotidianas), sólo que para ese entonces ya habían pasado la Primera y Segunda Guerras mundiales, estaba en auge la sociedad de consumo, y las nuevas realidades urbanas en las que el artista podía escoger sólo u objeto.
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Sin duda hay ciertas coincidencias con el Pop Art que se daba de manera simultánea en Estados Unidos y en Inglaterra, sólo que éste más europeo. Sólo que el “Nouveau Réalisme” mostraría el lado más oscuro del capitalismo. Los miembros de este grupo veían el mundo como una imagen, de la que ellos tomarían partes y las incorporarían a su obra. Trataron de unir la vida y el arte, y a veces presentaron sus obras de arte en París de manera anónima. Nos quedarán como su legado artístico desde carteles cinematográficos rasgados (decollages), a montañas de basura y escombros amontonados, pasando por lienzos monocromos. Un monocromo en el arte se refiere a la obra compuesta con un único color, allí el contraste se logra sobre las variables marcadas de valor y saturación.
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Durante siglos, hubo pintores han despojaron de color su arte, a propósito, para hacerlo más matizado y complejo. Desde Jan Van Eyck, Rembrandt e Ingres, hasta Degas, Picasso y Gerhard Richter, los artistas han creado, y recreado, imágenes en monocromo para resaltar su trabajo. Inclusive, el imitar las esculturas fue una solución inteligente al desafío de abandonar el color. Un ejemplo maravilloso fue como el artista neoclásico Jean-Dominique Ingres, rehízo su obra “Grande Odalisque” (1814), en blanco y negro para demostrar su dominio del sombreado. Ya en el siglo XX, los artistas Picasso, Warhol y Richter comenzaron a trabajar en blanco y negro para imitar la producción masiva de la imprenta mecánica.
“El cielo, el azul profundo… Pensar en su inmensidad, en lo inmaterial, en lo absoluto de un espacio que es también el espacio interior, el del espíritu. Un hombre imita el cielo con el azul que ha inventado”.
Klein nació en la ciudad francesa de Niza. Sus padres, Fred Klein y Marie Raymond, también fueron pintores. Fundió y vinculó el inconformismo dadaísta con una profunda espiritualidad que se sustentaba en su pasión por la filosofía oriental y por el esoterismo. Practicó judo y karate como una forma de integrar la energía física y espiritual. A la edad de diecinueve años estando en la playa con sus amigos Arman Fernández y Claude Pascal, decidieron dividir el mundo entre ellos: Arman, la tierra; Pascal, las palabras, y Klein escogió el espacio etéreo que rodeaba el planeta. Como dijo en su momento la escritora e historiadora Hannah Weitemeier: “Con este famoso gesto simbólico de firmar el cielo, Klein anticipó, en un ensimismamiento, aquello que daría sentido a su arte a partir de ese momento − la búsqueda para alcanzar el lejano lado del infinito”.
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Vivió en Japón, aportándole experiencias y conocimiento sobre la filosofía zen. Su obra en general abarcará el cuerpo y su materialidad e inmaterialidad, y también está el vínculo por la naturaleza y sus elementos. De cómo los materiales de la tierra pueden transformar la obra de arte, realizando una serie de pinturas que tienen que ver con el viento, el fuego, el agua…
En 1955, ya viviendo en París, Klein crea un cuadro monocromo en color naranja plomo que no fue bien recibido en el ámbito de la crítica en relación a la pintura. Esto es muy importante, pues a partir de este momento él va a modificar las condiciones de la producción, y la “idea” de la pintura.
Los hubo en color rosa, amarillo, dorado y azul. Con el dorado, utilizó la técnica de pan de oro por la textura que se obtiene y al mismo tiempo, esta representaba a su vez el color. Y por supuesto, el azul intenso, ese color clave que patentó como el International Klein Blue, (IKB) o Azul Klein (ahora también llamado azul style por grandes firmas de moda que han decidido también ponerle ese sobrenombre). Las dos grandes exposiciones acerca de estas obras se realizaron en el Club des Solitaires, en París en 1955, y en la Galería Colette Allendy, 1956. La siguiente exposición se realizó en Milán en 1967 y consistió en once idénticas obras azul ultramarino.
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Posteriormente Klein también indagó en la idea de la “nada”. Expuso esta idea en la Galería Iris Clert (abril de 1958) llamándola: La Especialización de la Sensibilidad en el Estado de las Materias Primas en la Sensibilidad Pictórica Estabilizada, el Vacío). También en ese año, Klein fue invitado a decorar la ópera de Gelsenkirchen, Alemania, con una serie de murales azules. Pero hay que decir que la exploración plástica con este color en particular, iba seguida de una exploración estética, convirtiendo el color mismo en el objeto de la sensibilidad. Y a esas cualidades plásticas del azul que le permitieron trabajar con texturas, también va asociada la idea de “inmaterialidad”; la monocromía buscaba dar una experiencia sensorial y espiritual.
El 9 de marzo del año 1960, Yves Klein realiza su performance, Antropometrías de la época azul en la Galérie Internacionale d’Art Contemporain de París. Se realizó ante una audiencia reducida y todos vestidos de gala. Se cubrió el suelo con hojas de papel. A un lado se colocaron nueve sillas donde se ubicarían los músicos. El artista dirigió la orquesta con la seriedad propia de un director. Se interpretó durante veinte minutos una pieza compuesta por él mismo, “La Sinfonía monótona”.
A continuación, entraron en la sala tres mujeres desnudas, provistas de cubetas llenas de color azul Klein. Las modelos se embarraban así mismas de pintura y luego imprimían la huella de su cuerpo sobre el papel. Las impresiones resultantes recibieron el nombre de antropometrías, un término que evoca de entrada la clasificación y regulación normativa del cuerpo femenino. Lo que se fija en el cuadro, es el “cuerpo” depositado en el lienzo.
Las mujeres desnudas que se embarraban en el azul, se convertían en el pincel viviente del artista. En ocasiones las realizó en público y acompañado por músicos, anticipando lo que más adelante conoceríamos como performance. El propio Klein lo dijo: “Hacía tiempo que había dejado el pincel. Era demasiado psicológico. Pintaba con rodillo, más anónimo intentando crear una distancia -al menos una distancia intelectual, sin variación- entre el lienzo y Yo durante la ejecución.
Ahora, como en un milagro, el pince regresaba, pero esta vez con vida propia. Bajo mi dirección, la carne misma aplicaba el color a la superficie con precisión perfecta. Podía permanecer a una distancia X de mi lienzo y así dominar la creación de forma continua a lo largo de toda la ejecución… De esta manera permanecía limpio. No me ensuciaba con el color. Ni tan siquiera la punta de los dedos. La obra se acababa a sí misma enfrente de mí, bajo mi dirección, en total colaboración con la modelo. Y yo podía saludar su nacimiento vestido de smoquin”. (Guash, 2000).
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¡Yves Klein fue un artista maravilloso! En sus Antropometrías, llevan al extremo el hacer visible el efecto dancístico de la relación entre cuerpo y lienzo. Adquirieron un carácter ritual, su registro en fotografía y cine se volvieron rastros de la inmaterialidad. Las modelos inclusive son las actrices del ritual en cómo deben moverse e imprimir su cuerpo. Por supuesto que esta acción replantea el vínculo entre la artista y su modelo. Yves Klein grababa mucho de lo que hacía como un registro, como un “acción artística”. Su exploración de vanguardia, muchas veces adelantándose a su tiempo es impresionante.
No fue el único. A lo largo del siglo XX, los escritos y declaraciones de muchos artistas recurrieron a la misma metáfora: el lienzo es como un cuerpo femenino al que hay que conquistar y dominar: “He aprendido a luchar con el lienzo, a concebirlo como un ser que se resiste a mi deseo (a mi sueño) y a obligarle a plegarse a ese deseo”, afirma, por ejemplo, Kandinsky. “Al principio está allí ante mí como una virgen casta y pura… pero luego llega el pincel vigoroso y primero aquí, y luego allí, va conquistando gradualmente el lienzo con toda energía que le caracteriza, como un colonizador europeo”. (Mayayo, 2003). El discurso del expresionismo abstracto norteamericano también insistió en la virilidad del pintor que combate heroicamente contra el lienzo. Es una radicalización de la metáfora del cuerpo de la mujer como instrumento creativo del artista varón que llega a dominarlo.
En México ya tuvimos la gran oportunidad de tener la obra de Yves Klein, en el 2018 antes del inicio de la pandemia, por vez primera en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC). Fue la primera muestra retrospectiva en América Latina del artista pionero del arte acción y las prácticas inmateriales del arte contemporáneo. La exhibición consistió en un recorrido, a través de más de 75 obras artísticas y una amplia selección de documentos -cartas, dibujos, fotografías y películas- por la variedad de facetas que desarrolló a lo largo de su corta, pero intensa y prolífica carrera (1954-1962). ¡Fue maravilloso poder haber apreciado el trabajo Klein! Interesante, ¿verdad?
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