Recientemente caminaba con una carriola por una colonia ─que seguramente debe pagar un impuesto predial muy alto, por cierto─ y me sorprendía el mal estado de las banquetas: estrechas, obstruidas o destruidas, con pocas rampas.
En esas críticas mentales andaba cuando caí en la cuenta, más que en mi dificultad, en la poca sensibilidad, en la poca equidad que estos espacios en mal estado significan para una persona con discapacidad para caminar, por ejemplo. Avanzar por estas banquetas es casi imposible, y por la calle, un suicidio.
El problema va a mucho más. ¿Cuántos mexicanos con alguna discapacidad padecen diariamente las dificultades para el uso del transporte? O para acceder incluso a oficinas públicas, lo cual es un derecho. ¿Qué tanto pueden las escuelas ofrecer educación de calidad que atienda dificultades para aprender, para hablar o comunicarse, para ver?
De acuerdo con información publicada recientemente por el INEGI, de los casi 125 millones de personas que habitan nuestro país, 7.8 millones ─en otras palabras, seis de cada 100─ tienen alguna discapacidad.
Caminar, subir o bajar usando sus piernas es la dificultad más frecuente en México: dentro del universo de personas con alguna discapacidad, la mitad lo padece. Le sigue ver (aunque use lentes). También en ese caso la proporción es alta, pues cuatro de diez personas con discapacidad reportan esta limitación.
También se reportan dificultades para mover o usar brazos o manos; aprender, recordar o concentrarse; escuchar (aunque use aparato auditivo); bañarse, vestirse o comer; hablar o comunicarse y lo relacionado a problemas emocionales o mentales.
Hasta hace no mucho tiempo, si no me equivoco fue precisamente en el 2014, no teníamos idea del tamaño de la discapacidad en México, mucho menos de cuántos eran en cada caso. Como imaginará, se han hecho políticas públicas con estimaciones, al menos, vagas.
Hoy sabemos también que, del total de la población con discapacidad, 46% son hombres y 54% son mujeres. De igual manera, que casi la mitad de la población con discapacidad son adultos mayores, es decir, personas que tienen 60 años o más.
Como la discapacidad aumenta con la edad, y como la población mexicana está envejeciendo, pues hay que considerar estos datos para planear el futuro, al que de por sí ya vamos con retraso, de inicio, por la deuda con tantas personas a quienes no se les ha brindado prevención, tratamiento ni condiciones que garanticen la equidad.
Hay dos brazos, esenciales, que trabajan para disminuir la discapacidad o aumentar la equidad social: las ONG, muchas de las cuales recientemente han tenido que reorganizarse dados los recortes financieros por parte del gobierno, que es otro de los actores destacados en esta batalla.
Esperemos que en estos tiempos en los que se han anunciado más reducciones presupuestales, la administración federal actúe sin afectar programas medulares. Los avances logrados, con todo y lo mucho que falta, han cambiado la vida de millones.
Cuando se tienen los recursos, deben utilizarse para lo central, para lo necesario, para quienes más lo necesitan. Actuar distinto no es austeridad, es estupidez, ineficacia, políticas miserables.
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